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Mi nuevo departamento

Para ocupar mi nuevo puesto, debo mudarme a otra ciudad. Dicho traslado incluye el reacomodamiento en un nuevo domicilio. Pasaré de dormir en una casa de 15 metros cuadrados, a dormir en el piso 20 de un departamento con vista a media ciudad. Mi sueldo aumentará a más del doble de lo que era. Mudarse de ciudad no es fácil para nadie, de ahí el porqué de tantos halagos por parte de la empresa. Lo que ellos no saben es que me están haciendo un favor, ya que este es el cambio de ambiente que mi vida necesita en este momento.

Enrique es mi nombre y con 42 años de edad acabo de ser promocionado a Gerente de Recursos Humanos.

Al poco tiempo que comienzo a trabajar, la nostalgia hacia mi ex esposa se hace más intensa. Pues su ausencia no solo se nota en la cama al despertarme todos los días, sino también al llegar del trabajo y encontrarme con un departamento enorme, oscuro y sin nadie que me acompañe a cenar. Vivir solo exige un esfuerzo extra. Las labores domésticas como limpiar y cocinar ahora también están en mis manos. Trabajar de gerente lleva más horas de las que estaba acostumbrado, y sumar a eso que al llegar a casa debo prepararme mis comidas pues hace que mis momentos de descanso sean casi nulos. Eso es lo que me motiva a buscar una empleada doméstica que me ayude con los quehaceres.

Para ese entonces ya ha pasado casi un mes desde que me mudé. Mi rutina incluye una jornada de ejercicios en el gimnasio, el cual se encuentra en la planta baja del edificio. Una de las típicas costumbres que acontece un divorcio es mejorar el aspecto físico. Mi cuerpo ya estaba aceptable antes de separarme, y ahora con el ejercicio está mucho mejor.

Al subir en el ascensor de regreso a mi piso, una vecina anciana que vive dos departamentos debajo del mío, me cuenta que se enteró que yo estaba buscando una empleada doméstica. Dijo que conoce a una mujer que ya ha trabajado limpiando y cocinando en su departamento, y según ella es muy confiable y responsable. Le doy mi tarjeta con mi número para que se lo pase a esa mujer.

Al día siguiente, estoy sentado en mi oficina redactando junto a mis asistentes el nuevo formato de liquidación de sueldos. Mientras tengo la mirada fija en la computadora, mi celular empieza a sonar. Es un llamado de un número desconocido. La voz de una mujer joven se oye del otro lado del teléfono. Me dice que mi vecina le pasó este número para comunicarse conmigo. Tal parece que en este momento está desempleada y está dispuesta a escuchar mi oferta de trabajo.

En la mañana del sábado siguiente, me pongo a reacomodar algunas cosas del departamento para que cuando Julia llegue no note mi desorden. Julia, así es como me dijo que se llamaba. El timbre sonó y yo abrí la puerta. En cuanto la veo, noto que no me equivoqué al sospechar de lo joven que era. Pero en lo que sí me equivoqué, fue en no haberle comentado mucho antes a mi vecina que necesitaba una empleada, para que así me recomiende a esta mujer.

La hago pasar y le pido que se siente en el sofá de la sala. Ella gira la cabeza haciendo un paneo breve del enorme departamento antes de sentarse. Yo me coloco en el otro extremo del sofá y le pido que me cuente algunos detalles de su vida. Ella con mucha cordialidad, empieza diciéndome que tiene 28 años y que vive sola con su única hija de 9. Actualmente está desempleada y vive de la cuota que recibe de su ex pareja y de alguna ayuda que le dan sus padres. Está terminando un curso de repostería y espera dedicarse a eso a partir del próximo año. Yo hago lo posible por mantener mi concentración en escucharla y no tanto en mirarla. Pero ella trae puesto un jean azul acampanado y una blusa rosada con tirantes que me lo hacen muy difícil. Sin mencionar el lacio de su cabello y la claridad de sus ojos.

Hacemos un pequeño recorrido por el departamento para enseñarle las áreas a asear, como así también dónde están y cómo funcionan los electrodomésticos de la cocina. En un momento ella se coloca delante de mí y se agacha a observar el interior del horno. Pareciera ser que le hicieron el pantalón a la medida de sus partes, ya que la redondez de sus nalgas se marca a la perfección.

Respondo un par de dudas más que ella tiene y después si más, me dice que está preparada para aceptar el trabajo. Ella tiene el cien por ciento de mi admiración, pero no el cien por ciento de mi confianza, así que antes de cerrar el trato decido mostrarle una cosa más.

Le pido que me acompañe a mi habitación un momento. Estando allí, abro el armario que está junto a mi cama y le enseño el equipo de vigilancia que resguarda el departamento cuando yo no estoy. Hay cámaras de seguridad en cada habitación del departamento. Todas las grabaciones se guardan en una nube en línea. El sistema continúa funcionando aun cuando haya apagones de energía. Y además de eso, puedo conectarme en vivo con cada una de esas cámaras desde mi celular. Todo esto es una forma de decirle que me daré cuenta si hace algo indebido mientras no estoy.

Ella lo entiende a la perfección y me da su palabra de que solamente vendrá aquí a trabajar. Explicado eso no hay más nada que decir. Ella acepta los términos del empleo y yo le doy una copia de las llaves del departamento.

Comienza a trabajar al lunes de la semana siguiente.

Llega al departamento a las cuatro de la tarde de forma puntual y vestida con la misma voluptuosidad que la vez pasada. Yo estoy en mi trabajo pero la observo en vivo desde mi celular. Lo hago cada veinte minutos constatando que todo marche bien.

Ella trapea los pisos, lava las vajillas, limpia los espejos del baño y tiende la cama de mi habitación. En ningún momento alza la cabeza para mirar las cámaras. Se comporta con el mismo decoro del que la vecina anciana me habló.

Cuando finaliza mi jornada en la empresa y vuelvo a mi departamento, la comida está en una bandeja en la mesa y tapada para que no se enfríe. Incluso los cubiertos ya están colocados y listos para uno siente a comer. Julia ya se ha ido hace como una hora. Se fue con la misma puntualidad con la que llegó. Lo único que quedó de ella fue el dulzor de su perfume en el aire a mi alrededor.

Es evidente que me siento atraído hacia ella y no solo por su aspecto físico, sino también por la forma en que contribuye a que mi nueva vida sea más llevadera. Aquella engorrosa nostalgia hacia mi ex esposa comienza a desaparecer.

Durante las siguientes semanas, ella continúa viniendo todos los días y realizando sus tareas de manera impecable. Mi desconfianza va desapareciendo así que ya no la vigilo tan seguido, y las pocas veces que lo hago, no es para controlarla sino para contemplarla. Siempre se va antes de que yo llegue, así que no tenemos muchas ocasiones para estar a solas y conversar. Si quiero lograr que este vínculo empiece a avanzar hacia algo más, me parece que yo debo dar el primer paso. Para eso, primero tengo que encontrar la forma de llegar más temprano de trabajar.

Siguiendo el ejemplo de mis holgazanes superiores, cambio mis horarios de trabajo. Todas las labores interpersonales que realizaba en la oficina las pasé para las primeras horas, y las actividades fáciles de escritorio quedaron para el final de la jornada. De ese modo puedo retirarme antes y terminar esas tareas desde casa.

Es un miércoles a la noche donde termino llegando casi dos horas antes que lo de siempre. Julia se encuentra amasando unos espaguetis en la cocina. Por supuesto que se sorprende al verme entrar por la puerta tan temprano, pero no se dedica a preguntar ni cuestionar nada. El dueño del departamento soy yo después de todo.

Nos saludamos y voy a mi habitación a cambiarme. Me desanudo la corbata y me quito la camisa dejando ambas sobre la cama. Empiezo a desabrocharme el pantalón para luego bajármelo y quedarme en bóxer. Me acerco hasta el ropero y me pongo a buscar los shorts que casi siempre uso después de llegar a casa. Es lo que me hace sentir cómodo.

*Toc* *Toc* *Toc*

–Disculpe señor ¿Desea que le prepare un café o una bebida ahora que está aquí?

Sin abrirla, Julia me habla del otro lado de la puerta ofreciéndose a prepararme algo. Yo aún semidesnudo, me acerco un poco para decirle que no hace falta, que yo mismo me lo prepararé al salir. Ella lo acepta y regresa de nuevo a la cocina.

Ahora que lo pienso, ante la presencia de ella lo mejor sería usar una vestimenta más atrayente que la de entrecasa. Así que tomo del armario unos jeans azules, una camiseta blanca y una camisa a cuadros desabotonada. Voy hacia la cocina a prepararme mi trago. Julia empieza a pasar la masa sobre la máquina para pastas. Cuando me ve venir ojea mi vestimenta un par de segundos y luego sigue en lo suyo. Yo miro hacia otro lado fingiendo que no me doy cuenta.

Abro la heladera, tomo una cubitera del freezer y luego saco una botella de ron Bacardí blanco de la gaveta de arriba. La cocina tiene una mesada de mármol pegada a la pared y una isla de mármol donde se encuentran las hornallas. En medio de ambos un pasillo para transitar. Julia y yo estamos espalda con espalda. Ella en la isla preparando los espaguetis y yo en la mesada preparando mi trago. Delante de mí está la tostadora plateada, cuyo reflejo me permite ver sus partes traseras sin la necesidad de voltearme. Su ajustado pantalón blanco junto con el fondo negro contrasta la redondez de sus curvas a la perfección. Me tomo mi trago sin quitarle los ojos a ese espectáculo. Hipnotizado como si fuera el primer trasero que veo en mi vida.

–¿Le gusta? –Me pregunta ella.

–Qué cosa.

–La comida que estoy preparando.

–Oh sí. Sí me gusta. Bueno… en realidad esa respuesta se la tendré que dar después de comer.

Tomo un sorbo para calmar mis nervios.

–Honestamente la pasta casera no es mi especialidad –dice ella girando a verme.

–Y cuál es tu especialidad.

–Supongo que lo relacionado a la repostería. Cosas dulces con crema, confites, bombones, fresas, chispas y eso.

–Si gustas puedes echarle un par de bombones a esos espaguetis, no me molesta.

Una carcajada espontánea surge de ella y se larga a reír. Yo le respondo con una sonrisa de satisfacción. Fue un chiste malo, pero al menos sirve de puntapié inicial para que entremos en confianza y empecemos a hablar de una forma más liberada.

Me quedo charlando con ella el resto del tiempo que termina de cocinar. Cada vez que le comento un detalle de mi vida, le surge otra pregunta para hacerme. Las cosas principales de las que le hablo son de mi reciente divorcio, aunque cada vez que me pregunta la causa cambio de tema. También le hablo del ascenso que tuve en la empresa y el hecho de que a pesar de haber estado casado nunca tuve hijos. A modo de contra-pregunta, le pido que me comente qué se siente tener hijos, y cómo es la vida de padres. Julia me da detalles de lo que fue el fugaz periodo que vivió junto al padre de su hija, y cómo pasó estos últimos tiempos donde no le permitió a ningún hombre tomar ese lugar aún. Así, y sin darse cuenta, Julia me terminó dando el único detalle que estuve buscando en este tiempo de charla. Me dijo que estaba soltera.

El tiempo pasa volando y cuando nos damos cuenta los espaguetis ya están listos. Julia se va a poner a preparar los utensilios en la mesa, pero le digo que yo mismo los colocaré más tarde cuando me siente a comer. Aún es temprano.

Pero para ella es tarde. Su hora de irse ha llegado. Toma su bolso y su abrigo y se marcha, pero no sin antes agradecerme por la charla y la cortesía.

–Me gustaría quedarme a seguir charlando pero debo regresar con mi hija –me dice mientras la acompaño a la puerta.

No creo que lo esté diciendo solo por amabilidad, creo que realmente disfrutó de mi compañía. Se va pero esta vez me deja algo más que su comida o su perfume. Y es una enorme sonrisa de satisfacción en mi rostro que me dura el resto de la noche.

Lo que pasa el resto de la semana es muy parecido a lo de esa noche. Yo continúo viniendo temprano con el pretexto de que mi horario se ha reducido. No solo nos ponemos a charlar sino que a veces hasta le ayudo a cocinar. A pesar de que soy un hombre de 42 años y ella una hermosa joven de 28, esa diferencia de edad no influye en nada a la hora de comunicarnos.

Varios días después, empiezo a sentir un interés especial de ella hacia mí. Es en ese momento que decido hacer una jugada muy arriesgada. En lugar de invitarla a salir, opto por hacer todo lo opuesto. Dejo de venir temprano y empiezo a llegar después de que ella se va. No le digo a Julia que voy a empezar a llegar más tarde así que queda sorprendida e intrigada durante esos días. Yo la observo con mi celular desde mi trabajo. Ella no deja de mirar hacia la puerta cada cinco minutos esperando por mi llegada. No es mi intensión hacerla sufrir, solo quiero ver si su interés hacia mí aumenta durante mi ausencia. Y tal parece que la estrategia funciona.

Nos volvemos a ver el siguiente sábado a la mañana cuando viene al departamento a retirar su pago. Me excuso diciendo que tuve mucho trabajo esta semana y por eso no pude llegar temprano. Ella lo entiende a la perfección y no solo eso, sino que para mi sorpresa, me confiesa que se sintió un poco sola trabajando en el departamento sin mi compañía, y que estuvo esperando con ansias este día para volverme a ver. Al escuchar eso, pienso que si ella no tiene temor en expresar su apego hacia mí, yo tampoco lo debo tenerlo. Decido dar el gran salto de una vez. Le propongo recuperar el tiempo perdido y salir a cenar esa misma noche.

El pudor que expresa su rostro es bastante evidente. Como el de una quinceañera que acababa de recibir una carta con corazones del chico que le gusta. Se siente bastante halagada por la propuesta y me confiesa que se muere de ganas de aceptarla, pero que esta noche no va a poder ser, ya que le prometió a su hija que irán a casa de sus abuelos todo este fin de semana. Le digo que no hay problema y que lo podemos dejar para otra ocasión. Qué otra cosa le puedo decir. Ella vuelve a agradecerme por la propuesta y después se marcha. Quizá no podamos salir esta noche pero al menos ya queda demostrado el interés que sentimos el uno al otro. Tal vez cuando nos volvamos a ver el lunes, ocurra algo más que solo una charla. Cuando llegue temprano y estemos los dos solos en el departamento, quizá hagamos algo más que solo hablar.

Por desgracia nada de eso ocurre. Ese lunes siguiente yo vuelvo a llegar tarde. Un par de horas después que ella se va. Pero esta vez no es a propósito. Por un exceso de trabajo y una crisis en nuestra área, todo mi equipo de Recursos Humanos tiene que quedarse a hacer horas extras. No solo llego tarde ese lunes sino que también todo el resto de la semana. Lo que antes había sido una excusa ahora se vuelve realidad.

Justo cuando pienso que voy a tener que esperar hasta el próximo sábado para volverla a ver, ese viernes se abre una ventana de oportunidad. En la oficina solo nos quedan algunas actividades que no son muy urgentes y decido pasarlas todas para el próximo lunes. Después de una semana de tortura, nadie de mi área se opone ante esa decisión. Todos quedamos de acuerdo en salir más temprano.

Cuando llego al departamento y empiezo a subir en el ascensor, observo mi reloj y son las 19:45. El auto de Julia está estacionado enfrente, significa que aún no se va. Cuando finalmente abro la puerta y entro, ella desde la cocina me oye ingresar y gira la vista hacia mí. Su rostro se ilumina con una sonrisa felicidad. Más bien yo diría que es una sonrisa de satisfacción, estoy seguro. Lo sé porque es exactamente la misma sonrisa que yo tengo.

Está más hermosa que nunca. Su blusa amarilla por demás escotada mostraba a detalle la redondez y dureza de sus abundantes pechos. La brillantez de sus ojos solo se compara con la brillantez de su cabello lacio.

Me acerco a ella casi sin parpadear y nos saludamos con algún que otro tortoleo. Ella está terminando de cocinar un par de pizzas caseras con cebolla y morrón. Yo me quito el saco y me quedo en la cocina a ayudarla. Todo mientras charlamos de lo ausente que volví a estar esta semana. Por desgracia la conversación no dura mucho, ya que como se sabía, su hora de irse no tardó en llegar.

Las dos pizzas quedan terminadas y guardadas dentro del horno para que no se enfríen.

–Me gustaría quedarme a comer esas pizzas contigo Enrique, pero debo irme a casa a quitarme este olor a cebolla –bromea ella mientras se pone su abrigo preparándose para marcharse.

–Lo sé –respondo– Además tu hija debe estar esperándote.

–En realidad… a mi hija le toca estar con su padre todo este fin de semana. Así que voy a estar sola en casa cuando llegue.

Ese comentario hace que se me alce una ceja. ¿Lo dijo para insinuarme algo? Tal vez sí, tal vez no. Sea como sea, creo que estoy ante la oportunidad que he estado esperando.

–Esas dos pizzas se ven deliciosas pero no creo que pueda comérmelas yo solo –le digo– Si gustas puedes quedarte y hacerme compañía.

–¿Qué? ¿De verdad? –Pregunta ella.

–Así es. Creo que es la mejor oportunidad de tener la cena que no pudimos la vez pasada.

–Tal vez tengas razón. O sea que si me quedo va a ser como una especie de cita. No sé si estoy bien vestida para eso.

–Yo creo que te ves radiante así como estás.

Inclina la cabeza y lanza una carcajada en señal de sonrojo.

–Vaya. Tú sí que no tienes miedo de ser osado –comenta ella con una mirada provocativa– Okey… Creo que aceptaré tu invitación. Me quedaré a cenar contigo.

–Perfecto, gracias.

–Aunque… solo lo haré con una condición.

–¿Cuál condición? –Le pregunto.

–Que te quites la camisa.

–¿Disculpa?

–Debes cambiarte esa camisa blanca antes de sentarte a comer –explica ella– No vaya a ser que la manches como las otras.

–Yo nunca mancho mis camisas comiendo.

–¿Olvidas que soy yo quien lava tu ropa? –Ironiza seguido de una sonrisa.

Tengo que darle la razón. Es curioso que ella tenga olor a cebolla y el que deba cambiarse de ropa sea yo.

Abro el ropero de mi habitación y me coloco unos jeans oscuros y una camisa celeste. Paso al baño que queda frente a mi habitación (del otro lado del pasillo) y estando frente al espejo, aprovecho para peinarme. Me desabotono un poco la camisa para observarme el torso. Mi pecho y mis abdominales dan prueba del ejercicio que llevo haciendo hace tiempo. Yo solo buscaba mantener un estado saludable, pero al parecer obtuve más que eso. Me vuelvo a abotonar la camisa y regreso a la sala.

Por el ventanal del balcón se observan algunos relámpagos de una tormenta que se acerca. Aún es algo temprano para cenar, así que solo nos sentamos en el sofá de la sala mientras yo sirvo un par de copas de vino.

Empezamos a tener una charla más intensa que las veces anteriores.

Me comienza por contar los detalles de su separación. Dice que la tormenta llegó hace como un año, cuando ella descubrió que su novio estaba teniendo una aventura. Pero no fue la infidelidad lo que más la impactó, sino que su pareja la estaba engañando nada menos que con otro hombre. Su novio ocultaba un lado homosexual.

Escucharlo era chocante, pero no imagino lo que para ella habrá sido vivirlo.

–Si me hubiera engañado con una mujer, al menos podría competir –ironizaba ella– Pero no sirve de nada volverse más bella si a tu hombre le gustan otros hombres.

Eso marcó el fin de la relación. Como cualquier separación, acordaron la cuota alimentaria y los días de custodia de su hija. Su ex pareja se marchó a vivir a un departamento, sigue viéndose con otros hombres pero aún no sale del closet. La única razón por la que mantiene su cuota al día es porque Julia le guarda el secreto. Y yo que antes me preguntaba cómo es que alguien puede abandonar a una mujer tan especial como Julia. La única respuesta posible era que ese hombre fuera gay. Y así fue de hecho.

Para estas alturas de la noche ya estamos en la mesa comiendo. Las pizzas que cocinó quedaron por demás deleitosas. Destapamos la segunda botella de vino y nos volvemos a sentar en el sofá con nuestros estómagos por demás satisfechos. Por el ventanal se pueden ver las primeras gotas de lluvia de un cielo que parece que se va a desmoronar.

–Supongo que ahora es tu turno –Julia me sorprende con ese comentario.

–Mi turno de qué.

–Quiero escuchar el motivo de tu divorcio. No creo que sea peor que el mío… ¿O sí lo es?

–Bueno… digamos que fue por un motivo diferente, pero tuvo la misma consecuencia.

Se toma un sorbo de su copa y dispone su atención en escuchar mi historia. Yo ya le he contado que mi proceso de separación está en un 90 por ciento, y que quedan un par de audiencias más antes que todo termine.

A diferencia de ella, en mi caso no hubo infidelidades ni secretos ocultos. No fue culpa de ninguno de los dos. Solo sé que cuando pasó lo que pasó, la confianza ya no fue la misma y decidimos dar por terminado un matrimonio de 8 años. Para cuando empezamos a tramitar los papeles ella ya vivía en otro departamento. El proceso se simplificó ya que no teníamos hijos de por medio. Y a pesar de que mudarme aquí fue un gran salto laboral y económico, nunca pude disfrutarlo del todo por tener que estar lidiando con una separación.

Julia me vuelve a insistir con que le cuente el motivo exacto de mi rompimiento. Yo solo argumento que es algo que me avergüenza detallar en voz alta, pero que no descarto decírselo en otro momento.

–¿Al menos puedes decirme si aún la extrañas?

–Los primeros días después de mudarme lo hacía –le digo– Pero un día sin darme cuenta, lo empecé a superar.

–¿Qué te ayudó a superarlo?

–Digamos que en esta nueva ciudad tengo algo especial, que hace que mi nueva vida sea más llevadera.

–Lo sé –sonríe– Tu nuevo y lujoso departamento.

–No. No me refería al departamento.

Queda mirándome a los ojos en completo silencio, al mismo tiempo que sus ojos se van iluminando. Luego… llega lo inesperado.

Un súbito trueno cae sobre el edificio provocando que las luces se apaguen. La oscuridad y el silencio se hacen presentes de un segundo al otro. Julia y yo quedamos solos en el departamento rodeados de oscuridad. Afuera una tormenta tan inmensa que parece que será difícil que se pueda ir a su casa.

Es la primera vez desde que me mudé que la electricidad del edificio se va a causa de una tormenta. El apagón abarca varias manzanas de los alrededores. Por la ventana se observa lo bastante oscuras que quedaron las calles. Los destellos de luces provenientes de los rayos ahora se denotan aún más con la llegada de la oscuridad.

Después que nos reponemos de la sorpresa, Julia y yo encendemos unas cuantas velas para iluminar la sala.

–Ya es algo tarde –dice ella con algo de pena en su tono– Me he quedado más tiempo del que planeé. Creo que llegó el momento de ir a descansar.

Me toma por sorpresa. No quiero que se vaya en este momento. Es cuando más estoy disfrutando su presencia.

–Hay mucha oscuridad en las calles, además has bebido demasiado. No sé si sea bueno que conduzcas así –buenos argumentos se me vienen a la mente.

–¿Acaso me estás proponiendo quedarme a dormir? –Pregunta ella aplanando sus párpados.

–No a menos que tú quieras.

Por favor que diga que sí quiere.

–Eres cálidamente gentil, no cabe duda. Pero no quiero abusar de tu hospitalidad. Además… no sería correcto.

–Correcto o no da igual. Si estás cansada puedes quedarte a dormir en mi sofá por un rato e irte cuando la electricidad regrese. Después de todo tienes tu copia de la llave.

–¿Siempre le encuentras una solución a todo? –Pregunta con una sonrisa de sonrojo– Pero la cosa es que… –su sonrisa empieza a desaparecer– Si yo acepté que no me contaras el motivo de tu divorcio, tú también deberías aceptar mi decisión de irme. Sería lo justo.

Las dos botellas que bebimos no afectaron su capacidad de análisis. Si realmente piensa así no la voy a cuestionar. Me dice que se quedaría solo un rato hasta que la tormenta se aliviane, luego de eso se irá en su auto sin importar si la electricidad ya regresó o no. No se me ocurre ninguna otra cosa para hacerla cambiar de opinión.

Los minutos siguientes los dedicamos a juntar los utensilios sucios de la mesa y llevarlos a la cocina. Incluyendo las copas con las que estuvimos bebiendo. La tormenta parece estar lejos de alivianarse. Me dice que no era necesario que me quede con ella hasta que se vaya, que puedo irme a dormir si lo deseo. Creo que es porque se me nota demasiado lo cansado.

Pero antes de dormir necesito ducharme. Los pasillos están en oscuridad total, así que tomo una vela de la sala para iluminar el camino a mi habitación. Allí me quito los zapatos y saco una toalla del armario. Paso al baño que está del otro lado del pasillo y cierro la puerta. O más bien… la iba a cerrar. Pero en ese último segundo decido dejarla un poco entreabierta. No sé si lo hago por rebeldía o por morbo, solo sé que con la presencia de Julia me dan ganas de dejarla así.

Coloco la vela en un pequeño anaquel que está junto a la ducha. Empiezo por desabotonarme la camisa, sacármela y dejarla en el cesto. Prosigo a desabrocharme el cinturón y bájame el cierre del pantalón. Me lo estiro hacia abajo quedándome en bóxer, y termino de desnudarme cuando me lo quito y dejo ambas prendas en el cesto. Desnudo de pies a cabeza entro a la ducha y cierro la corredera de cristal. Mi miembro no está erecto pero sí un poco más engordado de lo normal. No veo a nadie ni escucho ningún ruido en el pasillo.

Abro el agua tibia y empiezo a enjuagarme el pelo. Me masajeo con mis manos esparciendo el agua por todo mi cuerpo. Tomo el jabón y lo recorro por mi pecho y mis abdominales haciendo espuma. Lo paso por mis hombros y luego sobre mis duras nalgas. Cuando me estoy enjabonando el miembro me detengo un poco en mis testículos, después empiezo a masajearme el largo. Vuelvo a enjuagarme todo el cuerpo mientras esparzo la espuma que queda en los músculos de mis brazos.

Cuando me queda poco para terminar, un sonido extraño aparece desde la puerta del baño. El vidrio opaco de la ducha sumado a la oscuridad de la casa no me permite ver lo que es. Abro la corredera de cristal para mirar hacia la puerta, no veo a nadie ni nada que pudo provocar ese ruido. Vuelvo a cerrar la corredera y termino de bañarme enjuagándome todo los restos de jabón. Me seco con la toalla que traje y me la envuelvo en la cintura.

Tomo la vela y camino hacia mi habitación para vestirme. Pero antes de entrar, veo a Julia viniendo hacia mí desde la sala también con una vela. Parece que tiene algo para decime. Yo con el cabello mojado, envuelto con la toalla y con el torso descubierto, me quedo donde estoy.

–¿Ocurre algo? –Le pregunto.

–Cambié de opinión –dice quedándose frente a mí a un paso de distancia.

–Sobre qué.

–Voy a quedarme a dormir en tu sofá.

–E… ¿En serio?

–Sí –responde con seguridad– Pero solo con dos condiciones.

¿Más condiciones? Espero que esta vez no tenga que ver con mi ropa.

–¿Cuáles condiciones? –Pregunto.

–Que me prestes tu baño para ducharme yo también. Quiero quitarme este olor a cebolla antes de dormir.

–No hay problema, puedes usar mi ducha con gusto. Aunque no sé qué te vas a poner después. O acaso trajiste ropa para cambiarte.

–No. No la traje. Esa es la segunda condición de hecho. Quisiera que me prestaras.

Sí tiene que ver con mi ropa después de todo. Le digo que entre al baño a ducharse mientras yo le busco algo que le quede. Entra con su vela y a diferencia de mí, ella sí cierra la puerta.

Saco del armario una camiseta y un short deportivo. No es una prenda muy refinada pero al menos le va a servir para dormir cómoda. Aún no puedo creer que haya cambiado de decisión tan rápido. No tengo idea si me estuvo espiando desde la puerta o no. No hay forma de saberlo. No tengo ojos en todas partes. Un momento… ¿Ojos en todas partes? ¡Eso es!

Abro el armario que está junto a la cama y me encuentro con el equipo de vigilancia que resguarda el departamento. Las cámaras siguen funcionando aún con apagones de energía y hasta tienen visión nocturna. Me pongo a revisar los últimos diez minutos de filmación del pasillo. Cuando llego a la hora y minuto indicados, finalmente me puedo sacar la duda. Veo a Julia acercarse muy despacio a la puerta del baño casi en puntitas de pie. Asoma su cabeza y se queda espiando por casi un minuto. Se lleva una mano a su entrepierna para acariciarse la vagina por encima de la ropa. Y cuando se da la vuelta para marcharse, su zapato resbala en el piso y ella se apoya en la pared para no caerse. De allí vino el sonido.

La mujer por la que me muero de deseo se estuvo manoseando en la oscuridad mientras me veía desnudo. Me pongo a pensar en alguna razón para no hacer lo que mi cuerpo me está pidiendo, y no se me ocurre ninguna.

Abro uno de los cajones de mi mesa de luz y saco un preservativo. Tomo mi vela y me empiezo a dirigir al baño, aún envuelto con la toalla en mi cintura. Abro la puerta con bastante normalidad sin pretender ser sigiloso. El ruido del agua y del jabón cayendo tapa mi entrada. Gracias a que ella puso su vela en el anaquel junto a la ducha, puedo ver la silueta de su cuerpo a través del cristal opaco. Está de espaldas a la puerta y aún no nota mi presencia. Pero solo basta con que se voltee para que perciba a la distancia la luz de mi vela.

Queda algo estática por unos segundos. Yo no digo nada. Dejo que el silencio hable. Cubriéndose los senos, corre muy despacio la puerta de cristal para observarme. Pero gracias a eso yo también la puedo observar. Toda su piel está empapada y con algunos restos de jabón. La voluptuosidad de sus curvas desnudas transmite un erotismo magistral. Una espuma oportuna me tapa la vista de su entrepierna. Y aunque se está cubriendo los senos con el antebrazo, me da un panorama soñado de los atributos que más admiro de ella. Cuando pensaba que me presencia la iba a alterar o indignar, Julia solo intercambia miradas conmigo y se relaja compartiendo la misma serenidad que yo tenía. Baja su antebrazo permitiéndome ver el rosado de sus pezones, para luego voltearse y seguir duchándose como si nada, con el cristal abierto y sus nalgas desnudas apuntando hacia mí.

Dejo el preservativo y la vela sobre el lavamanos. Desenvuelvo la toalla que tengo en la cintura y la dejo caer al suelo. Mi erección está por demás endurecida y apuntando hacia el frente. Camino hacia ella mientras Julia continua en lo suyo, enjuagándose la espuma que tenía en su cuerpo. Me coloco detrás de ella y cierro la corredera de cristal quedándonos los dos dentro de esa ducha.

La apoyo por detrás y le tomo los pechos con ambas manos. Mi miembro queda pegado a sus nalgas. Ella une sus manos a las mías manoseándose los senos como yo lo hago. El agua de la regadera cae sobre el cuerpo de los dos. Julia mece su cadera sintiendo el roce de mi verga. Luego se voltea y acerca su rostro al mío. Nuestras bocas se unen bajo el agua. Nos besamos y abrazamos sintiendo la piel desnuda del otro. El rozar de su lengua y el agua de la ducha se mezclaban en mi boca de una forma inimaginablemente deleitosa.

Mis manos empiezan a bajar hacia sus nalgas mientras las de ella recorren mi espalda. Junto un par de dedos de mi mano y los rozo en la parte más profunda de sus posaderas.

–¡Ah! –Despega su boca de la mía para lanzar ese gemido.

Puedo observar esos perfectamente redondos pechos con pezones rozados que ahora estaban a mi disposición. Toda mi mano derecha se da el gusto de oprimir uno de ellos. Al mismo tiempo que Julia abre sus dedos lo más que podía acariciando mis pectorales, bajando por mis abdominales y llegando a la parte más venosa de mi cuerpo. Me lo agarra con fuerza al instante.

–¡Oh! La puta madre –ahora soy yo el que gime.

–Que robusta la tienes –susurra.

Se pone de rodillas frente a mí y se corre el cabello hacia atrás. Abre su boca y se lo mete dentro con la misma pasión con la que me besó. Con una mano le tomo la cabeza y con la otra me sujeto de la llave de la ducha, suspirando a cada segundo como si fuera un virgen al que le hacen su primer oral. Sus labios y su lengua son una mezcla perfecta de suavidad. Ella me escucha gemir y eso la lleva a chupármelo más fuerte. Siento mi glande chocando contra el fondo de su boca. No sé cómo hace para no provocarse arcadas. El trabajo de su boca va acompañado de una buena masturbada. Siento una ola de placer y ella se da cuenta.

–Te lo ganaste –me dice levantando la cabeza mientras me masturbaba.

Lleva sus labios hacia mis testículos y me los va chupando con mucho cuidado. De nuevo su lengua hace lo que mejor sabe hacer. Las piernas me empiezan a temblar. Siento que si sigue de esa forma me voy a venir muy pronto. Así que hago que se ponga de pie y la apoyo contra el cristal.

Ella mece sus nalgas hacia un lado y otro, como pidiéndome que le diera lo que ambos sabíamos que le voy a dar. Me jalo mi verga por unos segundos comprobando que esté bien dura. Me inclino un poco y con la punta de mi glande empiezo a buscar la entrada de su entrepierna. Ella usa sus dedos para ayudarme a colocarlo. Ambos suspiramos al momento que comienza a entrar. Su interior está más estrecho de lo que esperaba. Comienzo a bombearla muy despacio, disfrutando cada centímetro que mi miembro avanza. Suspiros suaves salen de la boca de Julia y de la mía. Empiezo a moverme, empiezo a follarla. Le voy acomodando el pelo al mismo tiempo que la penetro. Ella apoya sus manos y su cabeza contra el cristal de la ducha. Es la primera vez que follo con alguien después de que me separé.

Julia empieza a empujar sus nalgas hacia atrás pidiendo que se lo haga con más velocidad. Yo le hago una cola de caballo a su pelo, la sujeto de ahí y empiezo a bombearla más rápido. El golpeteo de su piel con la mía resuena dentro del baño. Sé que debo tener cuidado de que no nos oigan los vecinos de abajo pero no me puedo contener. Los gemidos que ella empieza a lanzar me enloquecen la mente. Me llevan a darle más y más. Cada tanto el miembro se sale, pero ella misma se encarga de agarrarlo con su mano y meterlo de nuevo.

Sus pechos se aplastan contra el cristal. Hondeo todo mi cuerpo apretándolo contra el de ella. Le pregunto si de esa manera le gusta o si quiere que se la meta más fuerte. Me dice que así está bien, pero yo aún así la penetro con más intensidad. No se queja para nada sino que lo disfruta y lo expresa a través de unos pasionales suspiros. Así durante varios minutos, con su cabeza apuntando hacia arriba, ya que así la tengo agarrada de su cabello. Ni siquiera yo sé de dónde me salen tantas energías. Follamos de una manera tan fuerte que la corredera del baño se comienza a desacoplar.

–Si seguimos así vamos a romper el cristal –dice ella separándose de mi miembro y llevando su dedo índice a la boca.

En eso tiene razón. Cierro la llave de la ducha, salimos de ahí y nos acostamos sobre la alfombra del baño. O más bien la recuesto ahí mientras me echo sobre ella para volver a besarnos apasionadamente.

–Quédate aquí –le susurro mientras me pongo de pie yendo a buscar el preservativo que dejé sobre el lavamanos.

Julia permanece acostada boca arriba observando lo que hago. Me ubico en medio de sus piernas con sus muslos a cada lado de mí. Abro el sobre plateado, coloco la punta del látex sobre mi glande y lo voy estirando sobre mi miembro mientras me lo voy jalando. Luego froto con cuidado los labios vaginales de ella para que su calentura no disminuya.

–No sé el motivo por el que te dejó tu esposa… pero no fue por el sexo. De eso estoy segura.

Esta vez no tengo cuidado y se la meto con bastante fuerza hasta el fondo.

–¡Oh! ¡Dios mío! –esboza apretándose los pechos.

Apoyando mis manos a cada lado de ella, empiezo a hondear mi cuerpo adentrándome lo más que sus paredes interiores me permiten. Julia me rodea con sus piernas para que no me despegue. Cada embestida que le doy hace rebotar sus pechos hacia adelante y hacia atrás. Me inclino un poco más y acerco mi rostro al suyo. Nos damos un beso algo brusco. Despegamos nuestros labios pero no nuestras frentes. Miramos los ojos del otro sin decir ninguna palabra. Siento el aliento de sus gemidos sobre mi rostro, también el rozar de sus uñas sobre mi espalda. Ella acompaña con su cuerpo el movimiento que yo hago. Solo detiene los suspiros de su boca para decirme: “sigue así” “continúa así”.

Tras pasar algunos minutos, no sé si es el agua de la ducha o traspiración lo que empiezo a sentir sobre su piel. El contacto con su abdomen empieza a volverse más húmedo. Mi corazón se siente imparable. Mis tibios labios y mi lengua bajan hacia su cuello donde al parecer tiene bastante sensibilidad. Ella recorre con sus dedos mi espalda hasta llegar a mis nalgas. Me las manosea y me las agarra con fuerza para empujar mi cuerpo más al de ella. Esta vez mi miembro no se sale. Estamos demasiado adheridos para que eso ocurra. La punta de sus dedos acaricia intencionalmente mi ano. No sé por qué pero no me importa que lo haga.

Tengo puesto el preservativo pero aun así puedo sentir el calor de sus paredes internas. Eso le da a mi verga una sensibilidad incontenible. Yo hago todo lo posible por aguantar un poco más, pero ya casi no puedo. Un abundante semen en mi interior se desespera por salir.

–No te contengas –Julia se dio cuenta de lo que pasaba– Si te vas a venir hazlo. Pero que sea fuera del preservativo. Así podré conocer el sabor de lo que tienes ahí.

Levanto sus piernas para apoyarlas sobre mis hombros. Las últimas fuerzas que me quedaban las destino a follarla con una potencia incontenible. Justo la clase de follada que este tipo de hembra desea. La que merece.

–Si me lo pides llegará más rápido –le comento entre suspiros.

–Dame tu semen –me habla entre gemidos– Quiero probar tu semen.

Los fuertes golpeteos piel con piel regresan.

–Pídemelo.

–Dame todo tu semen por favor ¡Dámelo ya!

La calentura en mi miembro estalla por dentro.

–¡Quiero probarla! –Grita Julia– ¡Enrique dame toda tu leche ahora mismo! ¡Quiero tu lechitaaa!

Saco mi miembro de su interior. Me arranco el preservativo. Apunto mi verga hacia ella y un inmenso torrente de semen sale disparado hacia su abdomen. Las piernas me tiemblan y las energías se me van de un segundo al otro. Fluido por fluido, gota por gota, todo mi tibio esperma termina bañando su piel. Tal como ella lo pidió, tal como me moría de ganas de dárselo.

Cargándolo en sus dedos y llevándoselo a su lengua, termina probando varias gotas de mi “lechita”, como ella la llamó. Yo por otra parte, me desvanezco sobre el suelo y me acuesto a su lado mirando hacia el techo. Nos llevará tiempo a los dos recuperar las fuerzas.

–Cuánto llevas esperando esto –Preguntó Julia con una picaresca sonrisa.

–Más o menos desde que te conocí –le respondo con sinceridad– ¿Y tú? ¿También lo esperabas?

–Eres ardientemente guapo Enrique –comenta– Por supuesto que también lo esperaba.

–¿Ah sí? ¿Y desde cuándo?

–Desde que me miraste las nalgas aquella noche en la cocina. Cuando usaste el reflejo de la tostadora.

–¿Qué? No me digas que te diste cuenta.

–En realidad no. Solo era una sospecha, gracias por confirmármelo.

Su astucia no deja de sorprenderme. Nos abrazamos en el suelo y nos unimos en un deleitoso beso. Momentos después, regresamos a la ducha para darnos la limpieza definitiva.

Esa misma desnudez con la que nos duchamos es la misma con la que salimos del baño. La misma con la que nos acostamos en mi habitación. La misma con la que volvemos a hacer el amor sobre mi cama. La misma con la que nos despertamos al día siguiente abrazados bajo las sábanas, con un radiante sol que daba por terminada una noche de tormenta.

Permanecemos recostados con nuestros rostros muy cerca del otro. Yo le acaricio el cabello sin quitar de vista sus hermosos ojos.

–En mi próximo pago no olvides pagarme por estas horas extras –bromea ella.

–Vaya, eso no lo tuve en cuenta –respondo con el mismo tono sarcástico– ¿Y cuánto me va a costar este servicio adicional?

–Pues… –vacila– me gustaría que me contaras de una vez el motivo de tu divorcio. La curiosidad me mata cada vez más.

Ya no tengo miedo de contárselo, pero decido posponerlo para más tarde. No quiero arruinar este placentero momento, así que finjo que no se lo quiero decir.

–Lo siento mi querida Julia… pero eso no se puede. Tendrás que pensar en otro tipo de pago.

Guarda silencio un momento. Mete su mano por debajo de las sábanas y me agarra el miembro con mucho vigor.

–Entonces me conformo con esto –dice mirándome a los ojos.

–Sabía elegirías eso –le respondo– Es todo tuyo.

Levanto las sábanas que nos cubren. Ella estira el tejido de mi verga hacia abajo dejando el glande al descubierto y se lo lleva a la boca.

F I N

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