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Una antigua amiga del colegio se convirtió en mi amante (3)

Los días posteriores a nuestro segundo encuentro fueron igual de intensos en nuestras pláticas por chat y por correo electrónico, desafortunadamente tardaríamos un par de semanas más para vernos ya que la doctora tenía algunos compromisos familiares que nos dificultarían un nuevo encuentro.

Nuestras pláticas además de calientes, también tenían su parte romántica, no lo entendí en ese momento pero yo ya estaba enamorado de la doctora, era amor no cabe duda, y al no poder ofrecerle algo más que una relación a distancia y encuentros sexuales ocasionales me vi en la necesidad de decirle que ella merecía algo más duradero, algo más real y más honesto. Ella no se imaginaba que alguien más le hiciera el amor, sin embargo en el fondo ambos sabíamos que las cosas no podrían ser así por siempre.

Finalmente llegó el día de vernos, fuimos a comer y de regreso nos metimos al mismo motel de las ocasiones anteriores. Al entrar a la habitación sonó el celular de la doctora, ella de pie a mitad de la habitación contestó y en voz baja me dijo que era una de sus pacientes que tenía duda de un medicamento. Yo me sentía muy caliente así que decidí acercarme a ella que seguía de pie hablando con su paciente, levante su cabello y le di un beso en el cuello, de inmediato su piel se erizó y poniéndome de espaldas a ella y pegando mi virilidad a media erección me frotaba con sus nalgas, ella me apartaba si mucha convicción así que rápidamente y en modo de travesura le desabroché los jeans y metí una mano para comenzar a jugar en su entrepierna. La necesidad de estar sería al teléfono y mis juegos la pusieron muy cachonda, lo podía comprobar en mi mano cada vez más humedecida.

Apenas y colgó el teléfono pude apreciar su rostro enrojecido por la excitación, eso terminó de calentarme y solo atiné a bajarle los jeans lo más que pude junto con su pequeña pantaleta, la llevé a la pared más cercana y la acomodé de tal forma que las palmas de sus manos descansaban en la pared, su espalda levemente arqueada levantando sus nalgas y con las piernas semi abiertas, pasé mi mano sobre su sexo para comprobar que tan humedecida estaba a lo que ella solo respondió con un gemido así que me agaché. Besé una de sus nalgas, luego la otra, y me abrí paso para saborear sus jugos, yo lamia y lamia todo lo que de su vagina salía, aprovechaba en lengüetear su ano para hacerle cosquillas y fuera relajándose.

Ella seguía inmóvil con las palmas en la pared y levantando sus nalgas, yo me puse de pie, me desabroché el cinturón y me dejé caer el pantalón a los tobillos, me abrí paso y comencé a penetrarla, los movimientos no eran fluidos pero sí muy intensos, sus gemidos, los míos… los cuerpos chocando, ambos a medio vestir, éramos solo dos amantes que querían fusionar sus cuerpos al calor de la lujuria.

Al terminar nos fuimos a la cama con pasos torpes porque ambos teníamos los jeans en los tobillos así que nos tumbamos en la cama, y le ayudé a sacarse el pantalón y ella hizo lo mismo conmigo. Mi verga estaba semi erecta por la batalla previa, pero eso no le importó a la doctora que de un movimiento se subió en mí para penetrarme, su humedad era tal que mi virilidad pudo entrar fácilmente no obstante su falta de dureza, la cual no tardó en completarse al sentir los suaves movimientos de la doctora, que aun traía puesta su blusa, a lo que comencé a desabotonársela para después liberar sus hermosos y generosos pechos.

La doctora se movía cada vez con mayor ritmo y fuerza, yo me afianzaba a sus pechos para lamerlos y mordisquearlos, después de un rato en esa posición la giré para quedar ahora yo arriba de ella en posición casi de misionero, me acomodé bien en la cama y comencé a penetrarla con fuerza y con velocidad, la cual intencionalmente disminuía para acercarme a sus oídos y decirle, “te amo, no sabes cuánto te he extrañado”, ella con sos ojos entreabiertos y gemidos respondía diciendo “soy tuya, solo tuya, así quisiera tenerte todas las noches”.

La acomodé con sus piernas en mis hombros y comencé a penetrarla hasta el fondo, con fuerza como ya habían yo aprendido que le gusta. Volvimos a acabar, sudorosos, calientes, jadeando, pero ya no éramos dos amantes, ahora éramos dos enamorados que acababan de declararse su amor.

Por primera vez nos metimos bajo las sabanas, conversamos un buen rato como si fuéramos marido y mujer, sin prisa, comenzamos a hacer planes, pufff!!! Que forma de mirarme, ella era toda dulzura.

Comenzamos a besarnos, fuimos de menos a más, baje por su cuello, besé sus pechos, besé su abdomen y bajé a su sexo nuevamente para darle sexo oral por unos minutos, ella estaba a mil, en un momento ella solo alcanzó a decirme “ahora yo”, a lo que yo me negué respondiéndole, “no mi amor, esto es solo para ti”, me puse de rodillas junto a su cuerpo que seguía tendido sobre la cama, me humedecí los dedos en su entrepierna y le metí un dedo, luego el otro, y lentamente busqué su punto G, yo miraba su rostro todo el tiempo, primero la noté un poco incómoda, imagino que no esperaba ser invadida por mis dedos… después hice una curva con mis dedos para encontrarme con esa zona rugosa que buscaba, no fue mucha la presión ni el frotamiento para que ella abriera sus ojos y tuviera un leve espasmo, lo había conseguido, había llegado a la zona prometida.

Comencé a acariciar la zona, ella se mojó como nunca, su respiración se agito de tal forma que ambos sabíamos que ya no había regreso, ella estaba fuera de sí, gemía, gruñía, gritaba, su cuerpo no dejaba de moverse, casi al punto de convulsionarse, casi sin poder decir palabra solo pudo articular “que me haces?”, le contesté con toda tranquilidad, es tu punto G amor, ella con el poco aire que le quedaba contestó, “no tenía el gusto de conocerlo”. Sentí que el squirt era inminente, puse la palma de mi otra mano a la altura de su vello púbico y aumenté la velocidad del frotamiento, verla “orinarse” como ella después lo describió fue hermoso.

Me tendí junto a ella y la besé en los labios, ella no podía moverse, seguía temblando y tendiendo espasmos, cuando medianamente se recuperó con un tono de agradecimiento me decía “que puedo hacer para hacerte sentir lo mismo que acabo de sentir yo?”, yo era feliz viéndola satisfecha, complacida.

Al igual que las ocasiones anteriores ya habíamos pasado en el hotel unas 5 horas, y ella debía regresar a casa y yo a la mía.

Nos vestimos y a diferencia de las ocasiones previas, al salir de motel fuimos por un café, estuvimos platicando de todo y de nada, la doctora me miró y me dijo, “quiero coger otra vez”, pero ella misma se contestó diciendo, “ya es tarde, no es posible”.

Salimos del restaurante sin saber que era la última vez que nos veíamos, los días posteriores me escribió con menos frecuencia, siempre argumentando que tenía pacientes que atender, entendí con los días que todo había terminado, que tal vez ella me había hecho caso y estaría saliendo con alguien que pudiera ofrecerle un mejor futuro, yo sabía en mi mente y en mi corazón que la doctora no era una mujer de ocasión, merecía lo mejor de la vida, y yo no estaba en ese futuro.

Me dolió no volverla a ver, aún sigo pensando en ella, sigo deseándola, me gustaría poder decirle “te extraño”.

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