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Compañera de oficina apta para todo servicio. ¡Qué perra!

El relato que sigue transcurrió en el ámbito de la oficina, memorarlo es una forma de honrar y revivir esos buenos tiempos, de cuando todo tiempo pasado fue mejor. Por ese entonces ocupaba el cargo de jefe, tenía el escritorio en la oficina contigua al salón donde trabajan unas diez empleadas, en su mayoría no llegaban ni a los veinticinco, y otros dos del sexo masculino.

Pero entre todas, bastante agraciadas ellas, por algo había tomado parte en la selección. Entre ella había una que se llevaba mis pensamientos más lujuriosos, esa era Ángeles, que le hacía honor a su nombre en todo sentido. Era la que por las mañanas me traía el café y de paso que me informaba de las novedades compartíamos un diálogo más informal y coloquial abarcando temas un tanto más personales, cada vez más intimistas, y hasta por momentos rozando el tono de confesiones, diría que casi pidiéndome consejos, si hasta parecía que me había tomado por el tío confidente, cómplice de sus experiencias primarias en los problemas del corazón.

Así se desarrolló esta relación jefe-empleada, pero siempre dentro de una creciente corriente de casi confianzuda relación. Recuerdo uno en particular, que en una ocasión cuando todo el personal se había retirado, se dio de quedarnos compartiendo ese último café antes de retirarnos y dentro del juego de palabras donde ella me manifestó el agradecimiento por el buen trato y las posibilidades de crecimiento en la empresa que le respondí, que tampoco era para tanto, que no debía creer tanto en las buenas intenciones de cualquier hombre ante una muchacha con sus tan buenos atributos, porque detrás de todas esas “buenas intenciones” siempre están al acecho los besos más indecentes que te “quiero dar”, ahí mismo corregí lo encomillado por “te quieren dar”. Ese lapsus que parecía casual, no le escapó a su entendimiento de mujer que el subconsciente me había traicionado y afloró mostrando mi lado oculto del deseo por ella, pero tan sólo se limitó a una sonrisa.

Fue precisamente que una de esas mañanas le pedí que si no tenía inconvenientes a la salida si no me podía acompañar a realizar unas compras, que debía realizar para el cumple de mi sobrina, y que agradecería mucho su consejo femenino.

—Bueno, total no tengo a nadie que me espera cuando salgo, solo voy para mi casa. De acuerdo y luego para compensarlo te acerco a tu casa, ¿sí?

—Sí!, Totalmente de acuerdo.

El resto del día laboral transcurrió con la habitualidad normal, a no ser porque cada tanto repiqueteaba en mi cabeza esa frase de: “… y total no tengo a nadie que me espere cuando salga”. Recurrentemente volvía ese recuerdo que funcionó como activador inconsciente de los ratoneo erótico sin siquiera proponérmelo. De algún modo ese detalle me hizo estar de mucho mejor humor que lo habitual, situación ésta no pasó inadvertida para la destinataria del “ratoneo”.

Llegadas las cinco de la tarde, me había olvidado del pedido, me encontraba trabajando enfrascado en la confección de un informe y ni siquiera había reparado en la hora. Angeles pasó a saludarme, cosa totalmente habitual, el consabido beso de saludo me recordó: —Y… ya es hora de irnos… ¿te espero un poco más?

—Uff, sabés que me había olvidado, cierro y te alcanzo abajo, ¡sí espérame.

Bajé lo más rápido que pude, cuando llegué a la planta baja, y ella estaba conversando con otras compañeras de oficina y me saludo con un “—hasta mañana jefe”, con el tono habitual, fue el primer síntoma de que hacía que algo tan pueril no fuera observado por los ajenos, me fui encaminando, despacio hasta el garaje para retirar el auto, sabiendo que vendría tras mis pasos. Cuando abría la puerta se apareció del lado opuesto, se quedó esperando que galantemente abriera la de ella.

Nos dirigimos a una tienda de ropa para jovencitas, el regalo para mi sobrina, dejando que fuera ella la que hiciera la elección de lo más adecuado. Cumplida la tarea, cargué la bolsa en el y ahí nomás le dije que ya estaba cumplida la tarea, las gracias por el favor, bueno, lo usual en estos casos.

—Cumplida no, ahora falta que me invites un café por lo menos y luego… que me acerques a casa como prometiste si te ayudaba en las compras, ¿no te acordás?

—Y dónde vamos a tomar el café? -Donde quieras fue la respuesta… dejando espacio para tantas cosas…

Ahí no más, en una inspiración de audacia (impulsado por el ratoneo previo) le dije:

—¿y si compro unas masas y lo tomamos en tu casa?, “como a lo mejor no tienes quien te espere…”

—Dale, ¡qué buena idea! La cosa se dio así, con total naturalidad, aproveché la oportunidad que me daba con esa sonrisa que brotaba de su boca tan sensual, que siempre me había seducido y hasta en algún momento soñado con comérsela, sin dejar de respirar.

Como excusa puedo decir en mi favor es que andaba algo caliente, pues con mi mujer estábamos un tanto peleados por esos días y me tenía a dieta, sin nada de sexo.  

—Ponte cómodo mientras hago café, si quieres puedes servir unos tragos.

No sé en qué momento ni cómo, pero el “amigo” se erectó. Todo fue muy rápido y en un movimiento para alcanzarle el vaso nuestros cuerpos se acercaron más de lo prudente y sentí el aroma que emanaba de su cuello, diría que mi estado de abstinencia me hacía tan sensitivo que hasta podía percibir las feromonas de la hembra en celo. Esa fina sensibilidad actuó como un semáforo del deseo, dándome una luz verde para el avance.

Me sonreía, como siempre, pero distinta, pura sensualidad, al inclinarse un poco más hasta me pareció percibir un nítido suspiro. La suerte estaba echada, ¡ahora o nunca! Aproveché el momento de dejó la copa, me acerqué a ella con clara intencionalidad que iba en busca de algo más….

No hizo nada para impedirlo, me pareció que intentaba una débil reacción, pero fue nada más que eso, que mis brazos encarcelaran su cuerpo, que mi boca comiera la suya, sin dejar de respirar, enloquecida y afiebrada solo quería saciar su calor en esa boca tan húmeda y cálida. Apoyé los labios sobre los suyos, su lengua buscó la mía, contacto profundo y prolongado, luego otro y otro más, y otro más…

La urgencia de mi sexo era algo incontrolable, corrí de lado la tanga con urgencia, igualmente de rápido liberé mi erección, de un envión se la mandé hasta el fondo. Le dolió un poco porque la tenía tan dura, comprensiva dejó desahogarme como un adolescente en su primera vez. Acabé muy rápido, demasiado. Sólo me dijo: “Termina tranquilo, termina adentro si quieres, en esta fecha no soy fértil”.

Luego de la urgente descarga de semen no me salí de ella; me sentía algo avergonzado por lo egoísta del gozo individual escondiendo mi cara entre sus hermosas tetas, para no mirarla a los ojos. Permaneció quietita y en silencio, esperando mi reacción.  Fue luego de un ratito, cuando tomé real conciencia del lugar donde la tenía metida y quien era la mujer que me acababa de coger. Lo más raro fue que esta toma de conciencia me calenté aún más.

—Nena… discúlpame, pero la calentura me pudo, me sorprendió, no pude pensar sino en mí nada más.  Fue en ese momento que ella, como si se hubiera dado cuenta recién de que se la estaban cogiendo, inició un movimiento cada vez más intenso aprovechando el pedazo que tenía dentro de sí, y al cabo de un poco más de traqueteo intenso acabó profiriendo una especie de ronquido que parecía que le brotaba desde la profundidad del útero y seguidamente un abrazo fortísimo. Ahí, en ese momento fue cuando yo acabé por segunda vez dentro de su conchita, otro aullido (no podría calificar de otra forma) anunciaba su segundo orgasmo.

Me levanté primero y fui a buscarle una toalla para que se limpiara el semen que contenía con su mano en la entrada de la cueva de todos los placeres y no ensuciar el tapizado del sofá de pana.

—¡Papito que acabada te mandaste!… esto no es leche parece yoghurt, estabas mal atendido! – Ya no te va a pasar más de ahora en adelante, ¡este cuerpito gentil será para recibir toda tu lechita!

También yo me levanté y cuando fui al baño para orinar, estaba ahorcajada sobre el bidet lavándose la profusa enlechada, me indica que me acerqué para tocarme el miembro que tanto de bueno había hecho dentro de ella.  La sentía morcillona acariciada en sus manos y alguna lamida furtiva, me pidió con los ojos y los gestos que “hiciera” ahí mismo sobre sus tetas… Que la regara con mi lluvia dorada.

Había leído y escuchado, pero nunca lo había realizado, creo que ella tampoco, pero igualmente con un poco de torpeza y otro poco de audacia cumplí esa fantasía de ambos. Ella guio el chorro dorado sobre sus pechos, escurrido entre ellos hasta desembocar justamente sobre los vellos recibidos por la otra mano para frotarse la deliciosa cuevita.

De regreso en la cama seguimos prodigándonos las caricias más dulces, hasta que sintió ganas de prodigarme una sensacional mamada.  Cuando advirtió la inminente llegada de la leche, se la sacó y me comió la boca con un beso, me tomó la cabeza y me dirigió a su entrepierna, en el camino le fui besando a chupones el vientre hasta llegar a la “sonrisa vertical”.

La chupada matizada con introducción de dos, por momentos tres, dedos que le arrancaban profundos estertores de placer, dos nuevos orgasmos muy intensos, tanto que quedó vencida y a mi total disposición. – Hazme lo que quieras, soy toda tuya (dijo con lo que le quedaba de voz, que más parecía una súplica).

Me salí como pude de entre sus piernas, moví la poronga para refregársela por los labios húmedos por mi saliva y su flujo, las levanté un poco para hacer más fácil la penetración de la carne ansiosa de descargar su contenido lácteo, de un golpe se la mandé hasta el fondo. La estuve serruchando un rato, y luego se la saqué para pedirle que se colocara boca a abajo para sí poder metérsela desde atrás. Coloqué una almohada doblada para que la cola le quedara más alta y así poder ponérsela como me gusta más, se la mandé hasta los huevos con un quejido por respuesta a la entrada tan profunda, seguí dándole con todas mis ganas y otra vez me avisó que llegaba nuevamente.

Seguí y seguí hasta anunciarle que me venía dentro de ella, que se preparara para recibirme.

—Tómame mamita, te estoy largando toda la leche.

Fueron dos o tres chorros los que me vaciaron lo que quedaba de mi hombría dentro de su nido de amor.

Nos fumamos un cigarrillo y nos tomamos otro whisky. Me levanté, y luego de una ducha me vestí y despedí con un besote y un hasta mañana. Ya casi en el ascensor me manifestó:

—Mañana te voy a hacer sentir lo que es una perra súper caliente, te voy a sacar la leche que vas a producir con la calentura de pensar en mí. Hasta mañana mi machito voy a dormir con lechita que quedó dentro mío y esperando la de mañana.

—¡Te espeeroooo!

Al Lobo Feroz le gustaría conocer tu comentario en [email protected] que te responderá personalmente y hasta intercambiar los comentarios del caso. Gracias por aceptarme.

 

Lobo Feroz

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