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El regalo: Un antes y un después (Decimoséptima Parte)

Una vez que dejé dormidos a mis hijos, bajé para conversar un poco con mi madre y ponerme al tanto de las noticias familiares.  Mis hermanos, cada uno de ellos tan lejanos en diversos países, mis tías y sus problemas con la crianza de mis primos y primas, todo ello me servía para evitar pensar en que estaría sucediendo con mi esposo. Pero no, por momentos me evadía mentalmente de aquella conversación para pensar en Rodrigo.

Usualmente los viernes en la noche, más o menos cada quince días, salíamos los dos a pasear por la ciudad para conocerla más y recorrer lugares nuevos, entre ellos algún centro comercial; ir a cine, cenar por ahí, terminando en el bar hablando con Albert, la verdad muy poco o con Lara, mucho más. Bebiendo cerveza y escuchando la música rock que a Rodrigo le encantaba. Algunas, unas pocas en español habían que a mí también me gustaban. Por mis venas corrían más los tangos, la música de arrabal, los boleros y los vallenatos, al igual que la salsa para bailar. Y nostálgica como estaba esa noche, las canciones de Leonardo Favio, ¡todas! o algunas de Leo Dan, Myriam Hernández y obviamente Pimpinela.

Con seguridad mi solitario esposo estaría en aquel lugar. No le gustaba mucho beber solo, tal vez dos o tres botellas de cerveza y a nuestro piso iría a parar, para ponerse cómodo frente al televisor y mirar alguna película de ciencia ficción. Así que en la sala de estar, acompañada por mi madre y Alonso, no me preocupé en llamarlo. Tampoco tuve algún mensaje de él para saber de mi o hacerme algún reclamo, mucho menos para pedirme perdón.

Tomamos unos aguardientes con mi mamá, Alonso un poco de escocés con dos cubitos de hielo y una breve serenata ofrecida por mi madre, acompañada por los agudos sonidos de su tiple, entonando boleros, bambucos y pasillos, muchas canciones aprendidas de mi abuela. De mi jefe no supe nada, mucho mejor para mí y así, casi a media noche, nos retiramos para dormir.

Desperté muy temprano, ya el reloj biológico de madre acostumbrada a madrugar a diario, me sacó pronto de la cama. Después de ducharme y revisar que mis niños dormían aun profundamente, bajé al primer piso para ayudar a mi madre con el desayuno. Antes de servirlo me preparé un cargado café. Recogí mi teléfono un tanto emocionada, por si hubieran enviado algún mensaje. Por parte de mi esposo ninguno aún, mis amigas menos y de mi jefe solo uno, avisando que a las ocho de la mañana ya estaría en el aeropuerto para encontrarse con su familia y que las reuniones habían sido todo un éxito. Miré por instinto la hora en la pantalla, diez minutos faltaban para su hora de llegada.

Lo apagué sin responderle, sintiendo cierta melancolía por la carencia de interés de Rodrigo por saber cómo me encontraba esa mañana. ¿Y si lo llamaba y me disculpaba? No, no podía dar mi brazo a torcer tan fácilmente. ¡Más tarde! pensé y me ocupé en otros quehaceres más urgentes, como alistar la ropa de mis hijos para el viaje, despertarlos y bañarlos, vestirlos y luchar con ellos para que desayunaran bien, sin dejarles ensuciar.

Me acomodé con los niños en la parte de atrás de la camioneta de Alonso y el trayecto hasta aquel lugar desconocido por mí, se me hizo corto entre canciones infantiles, risas y la alegría desbordada en mis niños por pasar aquel día en la piscina. La población era realmente hermosa, Alonso nos dio un breve recorrido por algunas de sus calles, mostrándonos las céntricas casas antiguas, una estación de trenes y luego tomando por una vía, en pocos minutos llegamos a un parking, para después de cargar con nuestras bolsas, maletines y los niños tomados de la mano, entrar a un parque enorme, rodeado de inmensos árboles y unas piscinas con agua cristalina. Extendimos varias toallas sobre el prado, al amparo de la sombra que ofrecía un alto pino y recorrer descalza un tramo de grama, en persecución de mis dos hijos que entusiasmados por aquel paseo, no querían perder tiempo en entrar al agua.

Acompañada de mi madre nos dirigimos con los niños hacia los vestuarios. Como no lo tenía previsto, sin tener ningún bañador a mano, la labor de cuidarlos recayó en mi mamá. Alonso fue el encargado de ir a comprar algo para picar y beber. Entre tanto yo, tomaba videos y fotografías de mi madre jugando en la piscina con sus nietos, para ir publicándolos en mis redes sociales. Un mañana casi totalmente azul, rayos cálidos de sol, aire puro y fresco y en mí, la sensación de vacío en el pecho, nostálgica por la ausencia del padre de mis hijos, de mi amado esposo. 

Por lo tanto antes del mediodía tiré mi orgullo junto a la colilla de mi consumido cigarrillo en un contenedor para basuras en las afueras del parque, cerca de la entrada principal. Quería hablar con mi esposo, necesitaba saber si estaba bien y si había desayunado. Deseaba mostrarle el progreso de nuestra hija en la natación y las carcajadas de nuestro pequeño terremoto al salpicar con sus manitas, el rostro de mi madre.

Así que acercándome hasta el borde de la piscina, realicé una videollamada para que Rodrigo pudiera observar a nuestros hijos jugar con su abuela. El tono de llamada se repitió varias veces, mi esposo no tomó la llamada. Tal vez, imaginé para mí, al estar trabajando y algo ocupado, no me respondió.

 

 

—¡Vamos ya! A despertar par de tortolitos que está servido el desayuno.

Abrí de a pocos mis ojos, reaccionando al escuchar aquella voz que entre sueños había escuchado con módica claridad. El sonido deslizante de unas persianas permitiendo a los rayos solares de esa mañana atravesar el cristal de la ventana, me hizo caer en cuenta de la realidad. Pero la claridad en aquella habitación de blancas paredes con una Marilyn Monroe de variados colores decorando una de ellas, me fastidiaba. Recuerdo que al intentar mover mi brazo izquierdo para acomodarme mejor contra el respaldo de la cama, causó que repentinamente abriera mis ojos sorprendido, al advertir la razón de aquella inmovilidad.

La cabeza de Martha lo aprisionaba. Allí estaba junto a mí en aquella cama, ofreciéndome la visión de la mitad de su desnuda espalda, el resto estaba cubierto por una sábana encimera de brillante seda plateada. Y Yo, también con mi torso desnudo, solo atiné en aquel momento a girar mi cuello y observar de pie a mi derecha junto a la cama a una sonriente Almudena, envuelta en una corta bata negra y una toalla anudada alrededor de su cabeza. ¡Mierda! ¿Qué carajos habíamos hecho? Se me había borrado el casette.

—Buenos días corazón. ¡Jajaja! ¿Siempre te despiertas con esa cara de cachorrito asustado? —Me preguntó sonriendo y acariciando con su mano mi frente.

—Hola Almudena, buenos días. Lo siento mucho, pero creo que parte de la película la olvidé. No me digas que yo con…

—No Rocky, eso no pasó. Al menos mientras los desvestí y les ayudé a recostarse, nada de lo que piensas sucedió. ¡Jejeje! Es que ustedes dos llegaron a mi casa muy tomados. Apenas si podías sostener en pie a mi amiga. Y como Martha insistió por seguir la fiesta en la sala, pues nada, que entre bailar y cantar, mezclaron vodka y luego destapaste una botella de Havana Club. Pues lo lógico es que sucediera lo que terminó por pasar.

Yo de eso nada recordaba y me dolía la cabeza, la sentía a punto de estallar. Martha se giró y también con claras señales de jaqueca se tomó con las dos manos su cabeza, abrió un poco los ojos y también reaccionó sorprendida de verse allí en esa cama junto a mí. Me miró sonrió, luego se miró y palideció.

—¡Ohhh no! Rodrigo no me digas que tú y yo hicimos… —Y de nuevo las risas de Almudena se escucharon como apocalípticas trompetas, retumbando en mi congestionada cabeza, interrumpiendo las palabras de una asustada Martha.

—A ver par de borrachines, –continúo Almudena aclarando los detalles perdidos– que ustedes no han hecho nada, bueno tan solo roncar. ¿No recuerdan nada? —Y dirigiéndose hasta el otro costado de la cama, le dijo acariciándola de la misma forma que lo había hecho conmigo…

—Martha, mujer. ¡Que te has bebido hasta el agua de los floreros! Casi, casi hasta perder la conciencia. Bueno, eso fue antes de lanzar encima de Rocky todo lo que habías comido y bebido, para luego si caerte de rodillas sobre tu propio vomito. Pero tranquila cariño, ya se están encargando de limpiar el estropicio. Y si se preguntan porque están aquí juntos, pues es que no te querías despegar de tu… ¡Hummm! ¿Cómo es que le decías esta madrugada a Rocky? Ahhh, sí. ¡Mi caballero sin armadura! Tan divina. —¡Ahhh carajo! Yo no recordaba ni una pizca de esos acontecimientos.

—Sus ropas ya las están lavando. ¡Ahora vamos, a la ducha los dos, que se enfría el desayuno! Lo espero abajo tesoros. —Y Almudena salió de la habitación, dejándonos a Martha y a mí a solas y con nuestros recuerdos muy nublados.

—Martha yo… Lo siento. Le dije casi susurrando.

Martha ruborizada y cubierta con la sabana hasta la altura de sus senos, la jaló hacia arriba con sus dos manos, hasta cubrir su rostro para posteriormente hablarme sin que yo la pudiera observar.

—Rodrigo, que pena. Perdóname, perd… ¡Dios mío! —Gritó de repente, levantando con sus manos la ligera tela de seda plateada.

—No tengo ni mis bragas puestas y tú… ¡Wow! Rodrigo, vaya bonito despertar tienes.

—Y yo metiendo también mi cabeza bajo la sabana encimera, me di cuenta que tampoco tenía puestos mis pantaloncillos pero sí, mi matutina erección casi a tope y mi muslo rozando la piel suave de su cadera. Sus ojos de miel y chispas de caramelo se encontraron con el café oscuro de los míos y Martha sonriendo me dijo…

—Buenos días, ¡colombiano loco! —Fue su mañanero saludo.

—Buenos días, ¡Madrileña embriagada! —Le respondí, dándole un beso en la punta de su respingada nariz.

—¿Vas tu primero a la ducha o voy yo? Le pregunté.

 —¡Voy yo! —Me respondió, al tiempo que levantándose de la cama, arrastró tras de sí por completo la sábana, rodeándose con una sola mano por detrás, casi al completo la espalda y una cuarta parte de sus nalgas con ella, dejándome totalmente al descubierto.

Mientras tanto yo, recogiendo las piernas contra mi pecho, y mi espalda afirmada contra el respaldo de la cama, pensaba en todo lo ocurrido. Recordaba bien una parte, pero de lo contado por Almudena, en espaciadas analepsias se sobreponían pocas imágenes en mi mente con borrosa lucidez. Adicional a ello, sentía fragilidad en el cuerpo, una intensa sed y mi boca muy reseca. La luz me hostigaba, al igual que cualquier sonido proveniente del exterior, lanceteando rítmicamente en mi cabeza.

Martha salió del baño envuelta en un gruesa bata blanca, y sonriente me entregó una toalla limpia mientras en la otra mano, sostenía la húmeda suya. Me cubrí la parte delantera de mi torso en ella y caminé despacio hacia el baño. Un silbido sexy, el típico aquel que usamos los hombres para piropear a una mujer, lo escuché proveniente de Martha, al igual que unas palabras para engalanarlo…

—¡Vaya culo te gastas, tesoro! Dan ganas de cogerte a nalgadas. Jajaja. —Me sonreí por su apunte y me encerré en el baño.

Después de una refrescante ducha, salí en búsqueda de aquel desayuno, envuelto solamente por aquella toalla, que me esperaba en el primer nivel de la casa de Almudena. Martha junto a ella me observaron llegar y algo se dijeron en voz baja, seguramente sobre mí. Antes de acomodarme junto a ellas, observé a un costado del sofá mi cazadora de cuero y fui en búsqueda de mi teléfono celular que reposaba en uno de los bolsillos. Mi cartera también se encontraba en el otro. El nivel de la batería ya era muy bajo así que en uno de los bolsillos exteriores busqué la batería externa para conectarlo y así recargarlo de corriente. No había llamada alguna ni tampoco mensajes. Silvia seguramente seguiría con su plan de mujer ofendida, así que dirigiéndome al comedor, decidí dar buena cuenta del frugal desayuno. Pero me faltaba algo. Sí, un reparador café negro con dos de azúcar como me gusta. Desayunamos prácticamente en silencio, alguna pequeña intervención de Almudena, alabando la música de aquella discoteca y entre tanto, Martha como yo, intentando recordar los momentos olvidados entre los dos.

—Y bien tesoros, creo que ya debe estar listo el jacuzzi. —Nos comentó Almudena, quien colocándose en pie, tomó de la mano a su amiga Martha para dirigirse al piso superior.

—Oye Almudena, le dije haciendo que su cabeza rotara en mi dirección. —¿Y Paola? Le pregunté.

—Ahhh, ella se fue temprano. Debía ir a trabajar, me comentó antes de salir. —Uhum, si claro. Respondí resignado. —Ahora se ha convertido en mi futuro reemplazo.

—Y… ¿Lo paso bien? Sabes si ella… ¿Sufrió? —Le pregunté a nuestra anfitriona.

—Jajaja, Rodrigo querido, ya te lo había dicho. Para obtener, debes entregar. Un poco de sufrimiento antes de explotar de placer. Lo pasó de maravilla, no lo dudes. ¿Vamos? —Y con su otra mano extendida, me ofrecía su compañía, entre tanto Martha con gestos de asombro en su rostro, no sabía a ciencia cierta, a lo que nos referíamos.

Segundo nivel, a mano izquierda el estudio de pintura y allí también la habitación donde Paola habría sufrido y por supuesto gozado junto a su novio. O él… ¿Tal vez no? Más tomamos a la derecha, a una estancia de tamaño mediano, también con una cama grande, dos sillones y en las paredes colgando varios cuadros, desnudos al carboncillo y otros al óleo. Justo al frente una amplia terraza y en la pared contigua, sobre un pedestal octogonal de mármol negro, unas letras rojas laminadas, con la famosa palabra «Love», en clara alusión a la obra del artista Robert Indiana.

Fuera una mesa cuadrada de hierro forjado con vidrio martillado bajo un parasol junto a cuatro sillas también de metal. Y a poco más de cuatro pasos una estructura alta, con el piso de madera caoba y bajo un toldo blanco, el imponente jacuzzi para unas cuatro, quizás seis personas. Sobre una de las orillas, subiendo los tres escalones, una bandeja con una jarra plástica y transparente, conteniendo en su interior, agua con cubos de hielo, rodajas de limón y muchas fresas. Y a su lado tres copas medianas y otras tres copas flautas, aguardando ser colmadas por un vino espumoso que se enfriaba dentro de un cubo metálico. Al otro costado un estante con bastantes juegos de toallas, envases de colores y algunas pequeñas velas redondas de color rojo.

—Vamos a relajarnos un buen rato, dijo Almudena. —Y con la naturalidad y desparpajo que la caracterizaba, retiró de su cuerpo la bata negra, dejándome apreciar por vez primera, su completa desnudez.

Con su cabello azul recortado muy a ras desde el inicio de su nuca, progresando hacia arriba en volumen y desfilado hacia su lado izquierdo, le otorgaba a esa mujer, un aspecto juvenil y rompedor, sobre todo en una sensual Almudena, que ya superaba bastante los cuarenta.

Un tatuaje adornaba la parte posterior de su cuello y desde allí recorría hacia abajo su espalda, sobre su columna vertebral. Lunas pequeñas, estrellas también. Pequeñas cruces se intercalaban con corazones, una clave de sol y varios puntitos cuyo diseño no me decía nada en realidad. Pero delicado y muy sexy si me pareció. En la parte interior de su brazo derecho, otro tatuaje adicional con una inscripción que me pareció estar escrita en latín.

Por delante me dejó observar sin reparo, el buen trabajo de algún cirujano plástico, dos preciosas y redondas tetas, con aureolas parduzcas y en cuyos gordos pezones, resplandecientes por el sol, dos pequeños aros de metal los atravesaban. Y en su ombligo uno adicional, para más abajo sobre su pubis, volver a ver aquel arabesco diseño entintado de la primera vez, pero en esa mañana, poder hacerlo con mayor detenimiento al ir sumergiéndose con parsimonia dentro del jacuzzi. Primero un pierna, luego la otra y apoyándose en su mano derecha, el resto de su cuerpo.

Martha se mantuvo estática, con sus manos sujetando con firmeza los pliegues de la bata blanca contra su pecho. Estaba como indecisa al igual que yo, en si seguirle el juego a Almudena y quedar todos tres en cueros o sacar alguna excusa y no continuar exhibiendo toda nuestra piel.

—¿Y bien? Ahora no se van a cortar ni a hacerse los dignos, que ya se han visto todo creo yo. ¿No les parece? —Nos dijo ya cubierta de burbujas hasta el cuello, Almudena. —¡El jacuzzi ya los está esperando!–. Sentenció fuerte y claro, en espera de nuestra decisión.

Martha con bastante carácter, presionada también por las palabras de su amiga Almudena, se deshizo de su bata acomodándola con su consabida elegancia sobre el asiento de una de las sillas y dándome la visión completa de su espalda, en completa ausencia de tatuajes mas no así de unas diminutas pecas, en sus hombros, unos tres lunares adornando un omoplato, y unos pocos y finos vellos oscureciendo la zona sacra.

Martha también dio los pasos necesarios para subir los peldaños e inclinarse tanto para resguardar su desnudez dentro del agua, que ya no me quedó duda alguna de la dureza de sus glúteos, la esbeltez de sus piernas bien formadas y la imagen posterior de la línea que dividía en partes iguales su entreabierta vagina.

Ni modos, era ya mi turno y sería estúpido de mi parte rehusarme entrar al jacuzzi con aquellas dos magníficas mujeres. Y recordando aquel viejo refrán… «Cuando a Roma fueres, haz como vieres», dejé mi móvil sobre el cristal de la mesa y me despojé de la toalla, colgándola sobre el espaldar de una silla y con una franca sonrisa por vestidura, me metí dentro de aquel tentador y relajante jacuzzi.

Y así era, agua templada y en la superficie, flotando una capa gruesa de espuma blanca con sus miles de burbujas tornasoladas. Al contrario de lo que ustedes pensaran, no me encontraba excitado al estar allí junto a esas dos mujeres encantadoras. Por el contrario me sentía cohibido, no tanto por el tema de compartir mi desnudez con ellas, si no por el hecho de hacerlo sin la presencia de mi esposa. Ya alguna vez habíamos coincidido con Silvia y una pareja de sus amigos, después de un desfile de modas. Aunque en aquella ocasión en ninguno de los presentes, estaba ausente totalmente la ropa.

—Bueno tesoro, ahora si aclárame bien eso de que Rocky es tu caballero sin armadura. ¡Cuéntamelo todo! —Le apremió por más detalles Almudena a Martha y esta, levantando su mirada de chispas de caramelo al cielo, después de resoplar y apartar aquel mechón rebelde que caía siempre intruso sobre un lado de su perfecto rostro, comenzó a relatarle la breve historia de nuestro casual encuentro en aquella curva de un camino que nos reunió para que ella y yo, planeáramos un estratégico futuro, ella bien decidida y yo, casi a regañadientes.

—Pues por dónde empezar. –Dijo Martha resignada–. ¿Recuerdas aquel día que fui a visitarte al chalet de tus padres en Navacerrada? Bien, pues de regreso luego de pasar por Cercedilla, un poco más adelante me detuve para revisar unos mensajes en mi móvil, pensando que había olvidado algo en tu casa. Y cuando quise dar de nuevo arranque al coche, este no encendió. Sin tener idea de lo sucedido, intenté detener algunos coches sin resultado alguno, hasta que vi que se acercaba un camión de carga y me puse frente a él, para obligarlo a detenerse, pero me esquivó y de pronto me vi frente a un auto que haciendo mucho ruido, frenó de manera intempestiva muy cerca de mí. —Martha se giró hacia mí, alcanzando mi mano con la suya por debajo de la espumosa superficie y mirándome fijamente, con la bella sonrisa en su rostro, prosiguió su historia.

—Me asusté mucho, pues creí morir atropellada en la vía. Y aquí está, mi caballero sin armadura descendió y se preocupó primero por mí, averiguando cómo me encontraba y luego diligentemente, se ofreció a revisar mi coche. Y luego de solucionarlo nos despedimos para después, por un café como deuda, reunirnos otra vez para saldar su invaluable ayuda. ¡Eso es todo! —Y Almudena sonriente sacó medio torso por encima de la superficie y sirvió en las delgadas copas de plástico, champan hasta más de la mitad. A mí me entrego una botella de cerveza helada y se acercó para decirme…

—Ohh, Rocky querido, tu siempre tan valeroso e inteligente. No esperaba verte tan pronto por aquí y menos en compañía de mi gran amiga. Te dije que regresarías con tu esposa y mira, las fuerzas invisibles de la atracción de nuevo nos reúne. Primero llegas con tu amiga Paola, ahora con Martha. Por lo tanto solo falta que me visites con tu esposa. La pasaremos bien no lo dudes, tesoro.

Y hablando de mi esposa, el teléfono vibró y sonó sobre la mesa. Me Salí entre hilos de agua y espuma alba descendiendo desde mi pecho hasta mi peludo pubis y escurriendo gruesas goteras desde mis velludas piernas hasta los pies. Cuando lo tomé después de secar mis manos, ya había perdido la llamada. Obviamente era Silvia y me inquieté. Tanto así que Almudena lo advirtió y me dijo…

—¿Es tu esposa? Tranquilízate Rocky. Anda cariño, devuélvele la llamada que aquí no estamos haciendo nada más que hablar y descansar. —Intranquilo miré a Almudena, sin saber si hacerle caso o tomarme un tiempo para pensar en alguna mentira piadosa, que calzara bien con aquella desnuda situación.

Martha dijo algo de querer aprovechar para llamar a sus hijos y también salió desnuda del jacuzzi. Por completo su curvilínea figura húmeda y con aquel buen par de magníficos senos brillantes, desafiantes ante la gravedad, me hipnotizaron. Bamboleándose los dos altivos pechos al compás de sus movimientos, babeando yo con aquella hermosa visión. Mis ojos detallando la forma de sus redondas y rosadas aureolas con sus pezones erguidos pero más pequeños que los de Almudena, eclipsando mis dudas momentáneamente, luego mi mirada resbaló, como lo hacía aquel medio día, la espuma que se precipitaba por la curvatura de su vientre, hasta juntarse en la «V» de la tersa piel de su pubis rasurado completamente.

—¡Vamos corazón, que te vas a quedar bizco! —Me dijo Martha al pasar por mi lado para envolverse en su bata blanca y salir luego de la terraza en búsqueda de su teléfono.

 ¡Pufff! Suspiré y decidí tomar el toro por los cuernos y marcarle a mi mujer.

—¿Alo? ¡Hola mi vida! ¿Cómo estás? ¿Qué tal tu paseo? ¿Cómo están los niños? —Disparé nervioso aquellas frases a quemarropa.

—¡Rodrigo! Hola mi… Te extraño amor mío, perdóname. Soy una tonta, discúlpame cariño. —Me respondió entre arrepentida y cariñosa mi esposa.

—No Silvia, el idiota soy yo. Te amo y también me haces falta. Disculpa que no alcancé a tomar tu llamada. —Le respondí hablándole con ternura y observando al cielo azul de Madrid, pues aquella terraza estaba rodeada por esbeltos pinos de mediana altura que cubrían completamente los laterales y el frente de aquella terraza y nos ocultaban por completo del exterior.

—¡Los niños están felices! Te llamé precisamente para que observaras el progreso de nuestra hija. Las clases de natación le han sentado de maravilla. Es toda una sirenita. Y Tu hijo ni se diga, está dichoso jugando con su abuela en la piscina. Espera ya te hago una videollamada y los podrás saludar, ya verás.

¡Mierda! Mi mujer me había colgado la llamada y creo, si no recuerdo mal, que empecé a sudar frio. ¡Solo el rostro Rodrigo! ¡Solo la cabeza, no muestres más! Pensé.

—¡Ya! Míralos mi cielo, mira como están de felices. —Y si, mis dos terremotos disfrutaban en el agua, junto a mi querida suegra.

—Oye cielo, ehhh… ¿Y porque razón no estás tú metida junto a ellos? —Le pregunté a mi esposa y ella cambiando a la cámara frontal me miró un poco avergonzada para decirme que…

—Yo… Amor, es que por los afanes, se me olvidó meter en el maletín mi traje de baño. —Ahhh, ya veo. Le respondí comprensivo.

—Pues mi vida, es una lástima que no puedas disfrutar del sol. No te sentaría mal una bronceadita. ¡Jajaja! —Le terminé por decir riéndome, a lo cual mi mujer me pregunto…

—Oye mi vida y tú… ¿No estás trabajando? ¿Dónde estás? ¿Y esa música?…

¡Mierda! Almudena había salido también del jacuzzi para pasar hasta el interior de la estancia, y poner a sonar en unos pequeños altavoces ubicados estratégicamente en cada esquina de aquella terraza, los primeros acordes de esa música «New Age» de Enya, que también yo solía escuchar cuando quería concentrarme para trabajar o escribir.

—Rodrigo… ¿Quién es la mujer que está detrás de ti? ¿Por qué está sin ropa? —Esa pregunta me tomó por sorpresa y me giré, para darme cuenta que era una desnuda Almudena, con su copa en mano y dirigiéndose hacia mí.

—Silvia, mi amor es que… te juro que no es lo que te imaginas. No tenía que trabajar este fin de semana, Paola me ha reemplazado en el concesionario, así que salí anoche con ganas de unas cervezas, pero me invitaron a una discoteca y allí me encontré con una amiga. Bueno en realidad ella es un cliente con la cual estoy manejando un negocio. Y pues… —Pues lo peor que me podía pasar, sucedió.

Almudena gritó algo por detrás de mí y quitó ágilmente el teléfono de mi mano y efusivamente saludó a mi mujer, presentándose tan libre como era ella.

—Hola guapa, a ver, soy una amiga de tu esposo. Me llamo Almudena. Antes que nada quiero decirte que… «El lenguaje de la verdad debe ser, sin duda alguna, simple y sin artificios». Pero corazón, no creas que esta frase me pertenece. ¡Ummm! ahora no recuerdo bien de quien es. En fin, que lo que te dice Rocky es muy cierto, tesoro. Tu esposo intenta venderme la idea de cambiar mi camioneta por una nueva. ¿Pero sabes corazón? Aún no me decido a hacerlo. —Me temblaba todo el cuerpo, la verga y mis guevas también. Silvia no hablaba y eso me preocupaba más. Por el contrario una amistosa Almudena le habla a mi mujer con una natural tranquilidad que a mí en realidad me espantaba.

—Querida, quiero que sepas que tienes un esposo encantador, todo un galán y si el no estuviera enamorado de ti hasta los tuétanos, te lo robaría con seguridad. ¡Jejeje! Baila genial, es un buen conversador pero mezcla mal los tragos, sin cuidarse mucho, así que tu maridito se nos emborrachó y me lo tuve que traer para mi casa. Cuando quieras te pasas por acá, ya le he insistido a Rocky, que deseo conocerte en persona. El habla mucho de ti. Por supuesto, estas cordialmente invitada. Mira tesoro… ¡Estamos pasando la resaca aquí en el jacuzzi! Y si corazón, estamos en pelotas porque se estropeó su ropa con… Bueno ya te imaginarás, licor y comida a veces no se llevan bien. —Y Almudena hizo un lento paneo con mi teléfono, mostrándole a Silvia aquella terraza, con la mesa, su respectivo parasol, por supuesto el jacuzzi y sin dudarlo, su completa desnudez y yo de pie con la toalla anudada a mi cintura.

—Silvia, tesoro. No te hagas películas que no son ni te preocupes que aquí no ha pasado nada raro con tu esposo y mira, este cuerpo aquí donde lo ves, no ha sido ni siquiera rozado por tu marido, parece que no le despierta ni un poquito de interés. ¿Así de mal estaré? ¿Tú qué opinas? ¡Jajaja! Te respeta mucho tesoro y yo, por supuesto también a él y a ti. ¿Por qué no te vienes para acá y nos tomamos una refrescante copa de champan? Anda di que sí, Silvia. —Y se hizo el milagro, pues al contrario de lo que me esperaba, a mi mujer le cayó en gracia la natural desfachatez y personalidad de Almudena, respondiéndole con calma a su invitación.

—Muchas gracias Almudena, tan querida tú. —Le respondió por fin mi mujer.

—Te agradezco en verdad, que hayas cuidado de Rodrigo. A veces se pasa con los tragos y como no acostumbra meterle a esa barriga algo de comida antes de beber, pues se le van las luces. ¡Aunque no es muy a menudo! Eres una señora bonita y muy agradable. Por supuesto que confío en tus palabras. Supongo que así será ir a una playa nudista. Con Rodrigo nunca hemos ido a una. Tu invitación la tendré en cuenta para una próxima vez, sé que me agradará conocerte, solo que por ahora estoy con mis hijos fuera de la ciudad. Ha sido un placer hablar contigo Almudena. ¿Me puedes comunicar a mi esposo, por favor? —Y Almudena se despidió de mi esposa con un beso a la cámara y me alcanzó el móvil.

—¡Hola! —Le hablé a Silvia con timidez.

—Mi amor, quédate tranquilo, si me juras que no has hecho nada malo y has mantenido tus manitas alejadas del cuerpo de tu cliente Almudena, pues no hay nada de qué preocuparme. ¿O sí?

—No mi amor, lo juro. ¡Confía en mí! Es como dices, casi es como estar en una playa nudista con Almudena a mi lado. Ojala algún día de estos podamos viajar los dos y disfrutar sin prejuicios de la libertad del nudismo. —Le respondí con la calma necesaria en mi voz, para que Silvia no se fuera a dar de cuenta, del nerviosismo que persistía dentro de mí.

—Bueno mi amor, no vayas a cagarla conmigo. Confío en ti, pero si llego a sospechar que me has mentido, ya sabes lo que le puede pasar a mi pajarito. ¿Entendido? —Silvia me había dejado sorprendido con aquella respuesta. Un cambio abrupto en su actitud. Seguramente hablando con su madre, había caído en cuenta de su exagerada reacción.

—¡Alto y claro mi amor! Esta lo mas de juicioso, míralo. —Y alejando mi brazo, le mostré por la cámara, el estado flácido de mi pene. ¡O de su pajarito!

—¿Lo ves? Esta calmadito, casi como cuando yo pintaba a esas modelos desnudas en la universidad. ¡Solo trabajo mi vida, solo trabajo! —Y Silvia sonriéndose me envió un sonoro beso.

—Te amo mi vida y de nuevo perdóname por ser tan idiota contigo. Sé que te gusto mucho todavía y que te enorgulleces de tenerme junto a ti. Pórtate bien mi cielo y dile a Almudena que ya buscaremos después de mi viaje a Italia, un tiempo para conocernos y visitarla en su casa. Se ve precioso. Ya me antojé de pasar un buen rato metida contigo en ese jacuzzi. Un beso. Ahora voy a sacar del agua a los niños para ir a almorzar. ¿Me llamas luego? —Me preguntó antes de finalizar aquella videollamada.

—Sí, claro mi vida. Más tarde hablamos. ¡Te amo! Cuídate mucho y dale de mi parte, besitos a los niños y saludes a tu madre y a Alonso. —Terminé la llamada, respiré profundamente soltando el aire con lentitud y dejé de nuevo mi teléfono sobre el vidrio de la mesa.

Ya resuelta mi situación, al menos una parte, junto a Almudena nos metimos de nuevo al jacuzzi para desestresarnos, escuchando aquella selección musical, cerrar los ojos y beber un sorbo de mi cerveza, ya no tan fría. El chorro de agua caliente lo sentía en mi espalda y ella, la amable anfitriona al lado opuesto de donde me encontraba, juguetona y risueña me miraba, mientras por debajo del agua hacia rozar sus pies con los míos, tal cual como si me diera un masaje.

—¡Pero que demora tesoro! ¿Todo bien? —Le preguntó Almudena a Martha cuando esta regresó junto a nosotros, retirando de nuevo su bata y ya sin vergüenza alguna, dejarse observar por los dos antes de ingresar para acomodarse a mi lado.

—¡Sí, todo en orden! Pude hablar con mis hijos. Están bien y yo solo deseo reunirme pronto con ellos. Me hacen mucha falta. —Le contestó Martha a su amiga, dejando claro en su perfecto rostro, el desasosiego por no estar junto a sus pequeños.

—Ya pronto estaremos junto a ellos. Tú con tus hijos y con tu esposo y yo con los míos y mi mujer. ¡Todo mejorara, ya lo verás! —Le hablé mientras acariciaba su mejilla.

—Gracias Rodrigo, pero con Hugo no creo que mejore en algo nuestra relación. No ha querido hablarme hace un rato. Creo que seguiré con el plan previsto. ¿No te parece amiga? —Finalmente le realizó aquella pregunta a Almudena, quien dejando su copa ya vacía sobre la bandeja, dejó su lejano lugar para acomodarse al lado derecho de Martha.

—Pero por supuesto, tesoro. Debemos hacer cambiar de parecer al tedioso y aburrido de tu esposo. ¿Lograste obtener más información sobre ella? ¿Quién es, con quien vive? ¿Es casada o soltera? ¿Qué te dijo su compañera? ¡Anda mujer, cuenta, cuenta! —Almudena muy emocionada, instaba a Martha a desembuchar aquella información.

¡Oopss! ¿Así que de entre estas dos, había surgido la idea de utilizar a mi esposa como un objeto de deseo para la redención de Hugo? Vaya revelación. Dos contra uno, eso complicaba aún más mi situación.

—¡Pues algo logré averiguar! dijo Martha desplazándose hasta el lugar inicial donde se había acomodado Almudena, para alcanzando la bandeja, tomar un vaso y verter en él, un poco de aquella agua de frutas, luego volver a mirarnos y continuar hablando.

—Bueno, al parecer es casada. Como te conté es una joven muy bonita y mi marido la tiene por excelente trabajadora. Es buena compañera de trabajo y por lo que me relató su compañera, ella mantiene una relación de trabajo normal con Hugo. Y además que está muy enamorada de su esposo. Va a ser difícil convencerla de que me ayude. —Se hizo un corto silencio, el cual fue aprovechado por Almudena para intervenir, al ver que yo no parecía sorprendido por el tema que ellas trataban.

—Rocky, ¿y tú qué opinas de todo esto? Desde tu posición masculina, claro está. —Me preguntó Almudena.

—Yo opino que de seguir con esta pantomima, terminaran por destruir otro matrimonio. Martha no logrará que su esposo la perdone de esta manera. Al contrario, el hombre se va a sentir nuevamente engañado. ¡Terminará odiándote Martha! Y a su asistente, a ella con seguridad la despedirá. Así que piénsalo bien, pues por querer remendar tu existencia, causarás destrozos en la vida de muchos más. ¿Podrás vivir con ello? Debes hablar con él y como te dije, asistir a una terapia de pareja, donde traten con sinceridad sus problemas, dialogar con él de lo que sientes, del problema que ves en tu esposo, de lo que Hugo tenga para decir de ti y buscar entre ustedes una salida. ¡El perdón o el adiós! Así de simple.

Y me salí del jacuzzi para tomar uno de los cigarrillos de Almudena, una nueva cerveza y en la mesa bajo el parasol, sentarme tranquilamente a fumar.

Nuevamente solo se escuchaba el sonido por los altavoces, la voz de Enya cantando «If I Could Be Where You Are». Entonces el cuerpo de Martha emergió con su habitual distinción de aquellas tibias aguas, para venir a mi encuentro y tomando también para ella un cigarrillo, encenderlo y sentarse junto a mí, con seriedad me preguntó…

—Rodrigo, entiendo que te parezca mal pero… ¿Qué más puedo hacer? Corazón es que yo no quiero perderlo, entiéndeme. Estoy desesperada. Si tan solo fuera un poco como tú.

—¿Cómo yo? Le pregunté.

—Sí, los dos son muy atentos, caballerosos. Pero Hugo no es para nada divertido como tú. Muchas veces es tan seco que cae mal a las personas la primera vez que se conocen, le cuesta mucho entrar en confianza y hacer amistades. Si tan solo intentara ser menos formal, si como tú, el comprendiera lo que deseo vivir junto a él, antes de que se nos pasen los años, cumplir con nuestras intimas fantasías. Si quisiera experimentar… —Y desde el interior del jacuzzi, Almudena interrumpió a su amiga del alma.

—¡Vamos tesoro, por favor! Qué a ese idiota le falta mucho por aprender de Rocky. O de su mujer. ¿Sabes que hablé con la esposa de tu caballero sin armadura? Es preciosa, con un rostro angelical y una melena castaña que le da un aire juvenil que impacta nada más al verla. Es muy agradable y comprensiva. Mira que en un principio la note asombrada obviamente, pero luego de explicarle la situación, no se enojó ni hizo drama alguno por verme desnuda con su marido justo a mi lado. Y quedamos de vernos pronto, ¿No es cierto Rocky?

—Si señora. —Le respondí a Almudena, preocupado por el giro que estaba tomando aquella conversación.

—Con razón Martha, que este guapo no se atreve a ponernos un dedo encima, si es que esta enamoradísimo de su mujer. Y con razón, porque a Silvia también se le nota el amor por él. Hacen bonita pareja. ¿Colombiana también? Supongo.

Y desde mi costado izquierdo escuché la voz de Martha preguntando…

—¿Silvia? ¡Un momento! ¿De cuál Silvia están hablando ustedes dos?

Continuará…

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