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Infidelidad, daños colaterales

El tipo vestido con traje de negocios se decidió por una de las dos rutas para llegar al aeropuerto y el destino hizo el resto. Un atasco y la pérdida del vuelo. Reservó para el siguiente que salía en cuatro horas y veinte minutos. La carta del restaurante llamó su atención, tenían su plato favorito y tenía tiempo.

Sacó el móvil, busco el número y… finalmente decidió no llamar.

La chica de sus sueños, con la que llevaba casado un año, le esperaba en casa y no iba a cambiar eso por nada en el mundo.

Sonrió, ajeno al futuro que acababa de elegir.

**************

Una semana después una policía levantó la cabeza del informe que estaba rellenando y se encontró cara a cara con una mujer de mediana edad.

– ¿En qué puedo ayudarla?

– Bueno yo… a lo mejor vuelvo otro día. – dijo con visibles muestras de nerviosismo.

– No se preocupe, lo que tenga que contar quedará entre nosotras. – respondió la agente tratando de tranquilizarla.

Unos minutos más tarde ambas mujeres estaban sentadas en una pequeña oficina.

– Aquí nadie nos molestará, dígame.

La recién llegada se tomó su tiempo. Miró a su alrededor y contempló a la mujer policía durante un rato. Esta última esperó sin dar signos de impaciencia.

Finalmente la que iba a denunciar habló.

– Prefiero no decir mi nombre… quiero decir. No quiero que esto se haga público.

– Está bien.

– Verá, ayer un varón entró en mi casa y…

La agente escuchó con atención todo el relato.

– ¿Tiene alguna prueba?

La mujer se levantó de la silla, dio la espalda a su interlocutora y se bajó los pantalones.

**************

Mientras tanto en la habitación de un piso, el tipo del aeropuerto miraba las fotos de un par de mujeres. Fotos que había tomado la última semana. En algunas instantáneas se las veía reír mientras se hacían acompañar por hombres. ¿Por qué ellas sí y el no? No, ellas también tenían derecho como todo el mundo a estar con alguien, solo que ese alguien, ese marido abnegado que a lo mejor solo vivía para ellas no salía en la foto. Estaban besando a otros, acariciando a otros, tocando el culo de otros hombres a espaldas de sus parejas. Estaban mintiendo. Eso a él hace una semana no le hubiera importado, pero ahora todo era diferente, puesto que esas maestras del engaño eran con las que todo había empezado.

Miró por la ventana dónde una pareja, en un banco, se estaba besuqueando y tocando lascivamente. Bueno, al menos la primera de esas arpías había pagado. La muy cobarde no quería enfrentarse con la realidad y confesar.

Su miembro engordó bajo los pantalones al recordar.

La conocía de vista, después de todo, era probablemente una de las que estuvo con ella, lavándola el cerebro con esa basura que arruinaba vidas. Había estado en su casa con una excusa pueril. Al principio pensó en hacerse con un calmante y como en las pelis de espías clavarle una aguja en la nalga para inmovilizarla. Pero eso, aparte de una maniobra torpe de dudoso éxito, era un delito y él no era un tipo de esos, o al menos no lo había sido nunca. Además, con la velada amenaza valdría, después de todo la muy guarra lo haría con cualquiera, solo que él no le iba a dar placer, no, él quería venganza.

– Sé que estás engañando a tu marido. – soltó sin más.

Ella lo miró y su expresión dijo más que un centenar de palabras.

– ¿Y eso que te importa?

– Nada, si no fuese por lo que hicistéis.

La historia, contada con resentimiento y dolor puso en guardia a la mujer. Ese tipo estaba loco y era capaz de cualquier cosa… solo que lo que decía de ella era verdad y ella no estaba preparada para confesar.

– ¿Qué quieres de mí? – dijo la mujer sin poder esconder el temor.

El tipo se rio y la miró de arriba a abajo desnudándola.

– Quiero que te quites la ropa.

– Me vas… me vas a follar. – respondió la aludida considerando por un momento si la idea de hacerlo con ese pervertido sería una salida aceptable.

El volvió a reír como un loco.

– Eres una guarra y no te voy a hacer el favor.

– ¿Entonces, qué quieres?

– Castigarte.

Unos minutos después aquella mujer gritó y pidió que parase, pero él no se detuvo.

Después silencio, lágrimas.

– ¿Puedes desatarme?

– Sí.

Ella se incorporó con dificultad, estaba más tranquila, su secreto a salvo a menos qué… sí, pensó en las otras.

**************

– No puedo hacer mucho. – respondió la agente contemplando el culo marcado de la mujer.

– Lo sé, esos papeles…

– Exacto. Firmaste el consentimiento, te dejaste atar, luego los azotes…

– Ya, práctica sadomasoquista consensuada. – respondió la víctima resignada.

– Pero vamos, también puedes denunciar, si cuentas toda la historia a lo mejor…

– Mi marido se enterará.

– Ya.

– No quiero renunciar a mi marido. El me da sexo y mucho más. – acabó diciendo resignada.

“Y además los azotes no te han disgustado. ” pensó la agente aunque al rato borró ese pensamiento. Ella no era nadie para juzgar y menos para saber lo que le ponía o no a otra mujer.

– Quizás se lo cuento a una periodista. – musitó la mujer levantándose.

La agente la vio alejarse y pensó en la periodista. Menuda historia, si salía a la luz tendría atemorizadas a las infieles del país… o quién sabe, quizás no dormirían resolviendo el dilema de convertir en realidad sus oscuras fantasías.

**************

El tipo vestido con traje de negocios regresó a casa con una sonrisa, dibujando en su mente una sesión de besos tiernos y caricias mientras ella cabalgaba con la cara encendida.

No llamó y entró sin hacer ruido.

Se oía el agua de la ducha.

Se quitó los zapatos y la chaqueta y de puntillas, en calcetines, se dirigió al baño.

La puerta estaba entreabierta y dentro había una mujer en cueros con los ojos semicerrados mordiéndose, sensualmente, el labio superior.

Luego vio el culo musculoso, peludo y prieto de un varón que tapaba en parte el cuerpo de su esposa.

En ese momento su mujer gimió al notar como el miembro viril la penetraba por detrás.

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