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MARTA, CARMELA y AMBAR IV (y… 2)

MARTA, CARMELA y ÁMBAR IV (y…2)

Marta ya no podía ahogar sus gritos por las sabrosas maniobras que la lengua de Oscar hacía entre sus labios vaginales mojados y remojados por la saliva que fluía junto con sus jugos. De vez en cuando las sensaciones que afectaban a su clítoris enardecido por quince días de completa inactividad,  le arrancaba movimientos pélvicos descontrolados. Oscar no se cuidaba del estado de su pierna y le sacaba el alma por la rendija.

Ámbar me tenía en sus manos había empezado a jugar con mi disposición definitiva a ser lo que ella quisiera. Continuaba con su método y actitud de violadora, me metía sus dedos y de vez en cuando me violaba con su lengua, sacándome gozo tras gozo. Sigue así, le pedía extasiada y ella me obedecía. Se me montó encima en el momento que sintió que ya me iba y colocó su raja sobre la mía, nuestros clítoris hicieron corto circuito. Empezó a refregarse sobre mí hasta que me sintió suya, que el orgasmo que me estaba sacando era de ella. Mi raja besaba a la suya en el momento que también ella se fue en un orgasmo gritón y belicoso. Sus flujos se unieron a los míos.

Oscar había terminado con Marta. Se quedó observando la parte final de nuestro acto muy excitado. Era realmente sabroso, excitante, voluptuoso mirar como un par de hembrones de nuestro tipo, se hacían lo que nosotras nos estábamos haciendo sin misericordia.

Cuando terminamos, él no sabía a cuál de las dos agarrar para que le sacara la sopa que desde hacía rato hervía en su puchero. Como yo estaba debajo, vi su expresión ansiosa y sin pensarlo le hice señas para que probara a mi amante.

Ni lo pensó. Se montó sobre el sofá y Ámbar al sentirlo, percibiendo que ella era el objeto del deseo de Oscar, sin mirar lo que amenazaba, se inclinó en actitud de sumisión y puso a su disposición su parte trasera. Oscar, sin clemencia la penetró por su vagina en posición de perrito.

Ella se dio cuenta del lio en que se había metido en cuanto sintió el tolete que la atravesaba, “Eso” era algo que solo parecía apto para ser tragado por la voraz Marta, el día que yo lo había probado, me había dejado petrificada. Pero Ámbar no intentó huir. Resistió. Se afincó en sus cuatro paticas y se afianzó contra semejante embestida.

Marta se relamía los labios al ver lo que a la otra le estaba sucediendo.

Como no tenía nada que hacer por los momentos, me arrastré sobre mi espalda colándome como pude entre sus piernas hasta que mi cara quedó exactamente debajo de la zona de la acción. Acerqué mis labios hasta la propia vulva martirizada de Ámbar quien gemía de placer y me puse a lamer su clítoris.

Estando en esa posición, digamos que privilegiada, fui testigo de primera fila del momento en el que la cosa extraterrestre de Oscar salió (como en cámara lenta) de su cálido refugio vaginal y se incrustó (sin intermedios) en el cálido y reducido refugio anal de Ámbar, quien, ahora sí quiso rebelarse con dolor, sorpresa, furia.

Pero ya la cosa había entrado y no pudo hacer más nada que gritarle obscenidades a Oscar, quien hizo gala de una gran fuerza y se cimentó en sus dos rodillas mientras que con sus manos aferraba el cuerpo de la chica, apuntalando su penetración en ese recinto sagrado e impidiéndole que sus movimientos y sacudidas para liberarse del daño que él le causaba fueran efectivos. La violación de la nueva estaba en pleno desarrollo y mi cara estaba a escasos centímetros del proceso.

Ámbar se quejaba del dolor y trataba de librarse, pero, yo que estaba allí mismo, sin mamar nada ya, sorprendida por el suceso -que no estaba en el programa- solo viendo de cerca lo que sucedía, me di cuenta de que una delectación extraña la invadía, pues su grandes nalgas ahora se aferraban al tallo (que continuaba empalándola con saña) con verdadero afán de enamoradas. Le había salido competencia Marta con lo de Oscar.

Comencé a lamerle su grieta, ahora despejada, y era testigo  de que a pesar de que parecía quejarse amargamente del dolor y la incomodidad y de que a veces trataba deliberarse mediante fuertes sacudidas, no era más que una reacción de su cuerpo vencido por un placer que nunca había sentido producirse entre sus tripas estragadas por la bárbara penetración que Oscar no quería soltar.

La vi rebelarse fuertemente por última vez, antes de sentir su orgasmo llegando a mi boca con la que mantenía atrapados los labios menores de su vagina. Retembló cuando el espasmo, último espasmo, la hizo colapsar y por primera vez en mi vida, alguien me orinó en la cara. La incomodidad me impidió salir ágilmente a pesar de que lo intenté, pues sus brazos y piernas agarrotados me cortaron la retirada.

Al lindo sofá había que mandarlo a lavar. Fue lo primero que pensé cuando logré salir después de haberme bebido contra mi voluntad un pequeño -pero sorbo al fin- de la nada deliciosa orina de Ámbar que hasta me entró por la nariz. Marta, pensaba otra cosa, pues la emoción la embargaba visiblemente. Ámbar todavía empalada por Oscar, no imagino qué pensaba, con su cabeza sumida entre sus brazos y Oscar, con toda seguridad pensaba que había sido un magnifico remate para un día “sui generis”.

Me senté al lado de Marta a esperar a ver en qué paraba todo aquello.

Oscar se salió de Ámbar sin brusquedades. Ella se dejó caer boca arriba sobre el mueble y se le quedó mirando seria.

-Gracias, le dijo a Oscar, me hiciste gozar como nunca. Volteándose hacia nosotras nos dijo -lo siento por su sofá, nunca me había pasado, fue que me llegó demasiado placer de repente. Ahora sabemos cuál es mi especialidad, a pesar de la gran cantidad de cuca que me gasto, que siempre ha sido lo que me ha hecho famosa. Remató riendo a carcajadas.

-Es un gran desperdicio, sentencio Oscar, porque además de grande y cerradita es de las que chupan.

-Ok, amiga, dijo con sorna Marta, un poco despechada por no haber sido ella la protagonista, tienes mi puesto hasta que me reponga.

-Y quizás, hasta después, comenté yo mirándola con sinvergüencería.

Ámbar me miró sonriente y me remedó: -“…y quizás, hasta después”: Te tengo en la mira negrita y no te me vas a salvar, todavía no he terminado contigo, completó con aire jocoso que me gustó.

-“…te tengo en la mira” la remedé yo a mi vez, eres una meona, dije riendo, y me acerqué a darle un besito con alguna intención que en ese momento no entendí.

Cuando se fueron, Marta me preguntó-¿Te gustó mi relevo?

-¿A qué te refieres, a mi gusto personal o a mi gusto profesional? Marta no  hizo caso de mi disquisición y siguió esperando la respuesta. –Sí. Creo que vamos a hacer buena pareja.

Me tomó por el brazo y me dijo, vamos a dormir un poco, a las diez hay que estar en la clínica para que me quiten este sufrimiento, dijo señalando su bota de yeso.

EL CRUCERO

Cada cliente tiene su favorita. La del capitán Ferreira soy yo. Tendrá, calculo, como sesenta años pero cuando me agarra me saca todas las reservas. Marta, era para él, solo un entretenimiento que era necesario contratar, porque venía en el paquete, decía. Es un hombre amable y simpático. También es mi consentido. Dice que su Viagra soy yo. Su segundo de abordo, nos mostró nuestro camarote, era bello, inmenso y muy cómodo: me refiero al camarote.

En tierra, como aquí denominan todo lo que quedó atrás, en apenas tres días nos habíamos mudado a nuestros nuevos alojamientos. Los muchachos estaban muy contentos con nuestra idea de “cambiar de aires” y nos apoyaron en todo. Ya Ámbar y yo habíamos actuado como pareja en dos  ocasiones y nos íbamos amoldando poco a poco. Los clientes veían en la nueva alternativa que les presentábamos una innovadora manera de mimarlos. Los “fans” de Marta esperaban su regreso, Marta les decía que regresaría a la acción después de unas cortas vacaciones para reponerse del accidente y que volvería con sus pilas recargadas. Todo sobre Ruedas.

El crucero había comenzado.

FIN de MARTA, CARMELA y AMBAR IV (y… 2)

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