Saltar al contenido

Mi amiga la directora

Vivo en Mendoza, tengo 38 años y dos hijos. Mi matrimonio transcurre con normalidad, aunque siempre ando necesitado de tener sexo. Hasta el momento del presente relato, nunca había sido infiel a mi mujer. Con ella he practicado varias “cosas” sexuales: posiciones, juguetes, anal, oral. Pero siempre soy yo el de la iniciativa.

Tenemos una amiga en común, Marta (nombre ficticio para no comprometer), directora de un colegio secundario de la zona. Tiene 40 años, dos hijos y se ha divorciado hace ya casi 10 años. En ese lapso no le hemos conocido parejas, pero sí nos ha hablado de varios encuentros sexuales con distintos pretendientes. Sin entrar en detalles pero siempre que pasa “algo” termina contandonos.

Marta es una mujer atractiva, con algunos kilos de más pero bien puestos. Mide 1.70 y tiene dos grandes pechos que llaman la atención aunque no lo quieras. Hemos coincidido en vacaciones en la playa y no hay forma que esas tetas no llamen la atención. Yo trato de ser disimulado porque mi mujer anda cerca, pero la realidad es que más de una vez me he pajeado pensando en esos pechos.

Esta historia sucedió este verano. Pandemia de por medio no salimos de vacaciones, aunque al tener piscina en casa todo se hizo más llevadero. Marta vive a unos pocos minutos de distancia y era normal que cada tanto pasara a disfrutar de la pileta y de largas charlas conmigo y mi mujer. Una tarde calurosa mi mujer salió a visitar a unas amigas. Se reunirían en la casa de una de ellas. Mis dos hijos también habían ido a casas de amigos por lo que estaba solo y tranquilo.

Era un buen momento para ver un poco de porno y hacerme una buena paja, ya que mi mujer me tenía sin sexo hacía unos días porque “no tengo muchas ganas”. En pleno “trabajo” sonó el timbre. Primero pensé en no ir, pero al final me puse un pantalón flojo y me asomé. Era Marta que venía a visitarnos y a disfrutar del fresco del agua. Mientras abría le comentaba que mi mujer no estaba, que estaba solo… pensando en que quizás se iría. Pero no, me dijo que estaba sola en su casa y que, si no me molestaba pasaba a charlar un rato y refrescarse.

Le abrí la puerta, la hice pasar y vi de reojo como me miraba el bulto que se marcaba en mi pantalón. Estaba al palo y no había forma que bajara rápido. Nos sentamos en el jardín, ella se sacó la remera y el pantaloncito que traía y se quedó en bikini. Era un dos piezas de color negro que ya le había visto otras veces. No era tanga pero le marcaba bien el poco culo que tiene. La parte de arriba parecía explotar con sus tetas. Con la calentura que traía acumulada lejos estaba mi pija de encogerse.

Se metió al agua bajando por la escalera. La diferencia de temperatura hizo que se le marcaran los pezones. Yo no podía dejar de mirarlos mientras hablábamos. De repente me miró la entrepierna, se tocó los pezones por encima de la tela de la bikini, como queriendo aplacarlos y dijo:

– Parece que la soledad te mantenía ocupado…

Me resultó muy raro ese comentario porque, si bien hablamos varias veces de temas sexuales nunca nos hacíamos referencias tan directas.

– Bueno, a veces uno tiene que ayudarse un poco.

– Pero mi amiga no te mantiene al día?, me respondió

– Tu amiga no es tan sexópata como yo, le contesté.

– Uff, no hables de esas cosas delante de los pobres, dijo suspirando.

– Dale, ¿cómo andan tus chongos?

– ¿Chongos? hace meses que no veo a ninguno. Desaparecen tan rápido como aparecen, me respondió Marta.

A esta altura de la charla mi excitación se había ido por las nubes. Me animé un poco más:

– No puedo creer que con lo buena que estás no haya nadie que te quiera dar. Decir que estoy casado, porque si no ya estaría acosándote.

– Jajaja, me hacés reír. Para mí las parejas de mis amigas son sagradas, me respondió Marta tratando de enfriar.

– Bueno, pero sabés que si necesitás un service, vivo cerca y queda entre nosotros. jajaja (mi risa final fue más de nervios que de broma).

Marta salió de la pileta y buscó una toalla para secarse un poco. No encontró una en su bolso y le ofrecí una mía. La fui a buscar y cuando volví estaba de espaldas a mí, escurriéndose el pelo agachada. Su hermoso y pequeño culo estaba en todo su esplendor. Me acerqué de atrás y, al borde de apoyarle mi pija me paré y le puse la toalla sobre la espalda. Ella se incorporó y dio un paso atrás para mantener el equilibrio, quedando mi pija erecta justo entre sus nalgas.

– Bueno, parece que la toalla viene con regalo, dijo Marta sin moverse ni un centímetro.

– Soy solo un hombre asistiendo a una mujer hermosa, le respondí mientras la abrazaba por la espalda con la toalla hasta cruzar los brazos sobre sus tetas.

Los dos estábamos calientes y nos estábamos prendiendo fuego. No hicieron falta más palabras. Empecé a mover mis manos con la toalla sobre los pechos. Sus pezones se pusieron durísimos, pedían más acción. Le empecé a besar el cuello por detrás y por los costados y ella comenzó a suspirar y largas pequeños gemidos. Dejé la toalla y subí el corpiño de su bikini, dejando las tetas al aire y sin sostén. Estaban firmes y enormes, no podía dejar de manosearlas, de dar pequeños pellizcos a los pezones. Mientras tanto mi pija se había acomodado en la raya del culo de Marta y nos rozábamos intensamente.

De golpe, solté sus tetas y la giré. Sin dejarla decir nada la besé profundamente. Nuestras lenguas se encontraron mientras le desataba la bikini. Primero la parte de arriba y después la de abajo. Me aparté un segundo, quería contemplarla totalmente desnuda. La recosté en sobre la toalla en el pasto, abrí sus piernas y empecé a besar su concha. Estaba empapada y, a medida que iba metiendo la lengua aparecían nuevos sabores y más humedades. Marta sólo suspiraba, jadeaba, gemía. Después de un rato (segundos, minutos, qué importa), empezó a gemir más fuerte hasta que acabó mientras yo seguía con mi lengua en su vagina.

Cuando terminó la miré a los ojos y empecé a besar su cuerpo desde la concha hasta su boca, haciendo escala en cada centímetro y con particular dedicación a cada pezón. Le volví a dar un beso profundo, largo, enorme, y le metí mi pija en la concha. Entró fácil gracias a la humedad. Me dijo al oído: “llename de leche total estoy tomando la pastilla”. Eso me excitó más aún.

Empecé a embestirla mientras la besaba. Nos giramos y ella quedó arriba mío. Se incorporó y me ofreció una hermosa vista de sus tetas bamboleantes mientras me cabalgaba. Siguió moviéndose sin parar hasta que le dije “te voy a llenar de leche”. Me miró, aceleró y acabamos juntos. Enseguida se desplomó sobre mí sin sacarse la pija de adentro. Nos hicimos unas caricias y se salió, acostándose a mi lado boca abajo.

Giró la cabeza y me sonrió. Fue el principio de una relación hermosa, donde seguimos encontrándonos para sacarnos las ganas de coger libremente.

Deja un comentario