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Y finalmente… ella y tu regalo (Tercera parte)

Cuando salí de aquel bar esa noche, “El Puertas” ya no estaba. Apuré mis pasos para conseguir llegar al piso, unas calles más hacia el sur. Nada más entrar recibí una notificación en el móvil…

—¡No me esperes despierto! —Leí en la azulada pantalla. Dudé en responder, aunque al final le escribí… —¡Por supuesto que no lo haré!

De inmediato lo apagué y lo dejé esquinado sobre la mesita de noche, cargando batería. Equivocadamente, pensé que con apagar el móvil sería suficiente; dejarían de llegarme sus mensajes. Lastimosamente para mí, esos «vídeos» ya los tenía pre-visualizados en mi mente. Aquellos besos y sus intensas miradas, sus declaraciones de afectos y deseos de consumar, estaban ya revoloteando desde antaño en mi interior. ¡Se había rebobinado el reproductor de vhs!

¡Que mentira! Claramente dormir para mí, no era la primaria elección. ¡Respirar! Sí. ¿Desaparecer? No. Mi matrimonio, mis hijos, mi estabilidad emocional. ¿Qué hacer? ¿Cómo continuar? ¿Fingir? ¿Cambiar? Las manos a mi cabeza, halando el cabello, friccionando mis sienes, sorbiendo por mi nariz. De nuevo aquellas sensaciones de decepción y de abandono, que se atoraban entre las costuras de una herida vieja, aquella que creía ya sanada.

Me senté al borde de nuestra cama, en silencio. Tan solo dejé fluir mi llanto, desvestí así entre dolores, mi pesada armadura. ¿Valiente? ¡Nahh!, un cobarde condescendiente fui aquella noche. Al menos alcancé a llegar a mi hogar, para masticarme solitariamente mi aflicción y no dar espectáculo en la calle. Silvia volvía a caer en la misma telaraña que nos había separado un prolongado tiempo, aquella ya lejana y angustiosa madrugada en Bogotá.

Nuevo país, mismas estrategias. Pero no, no era una traición como la de antes. Distintos eran los motivos, tan idéntico mi pesar. ¿Venganza? O la fortuna de Silvia, el que yo cayera con mi rubia tentación, para que ella tomara la decisión de desagraviar mi falta, al lado de un jefe nuevo, similar a la pasada vez. Y yo creyendo que había dejado, –ochos días atrás– en tablas la partida.

¡Iluso! Ahora la Dama en audaz jugada, había tomado en el tablero, una posición privilegiada. Tenía la afilada espada pendiendo sobre el cuello de su… ¿Antiguo Rey? Recordé cuan juvenil y delicada era antes. Yo la protegía escribiendo románticos conjuros y mi corazón lo anteponía por escudo. Una apetecida joya, que debilitada un día se resbaló, –no supe cómo– de mis manos y al intentar recogerla en pedazos, me cortó las venas con sus traidores cristales.

Regresé a la sala, para terminar recostándome en el sofá, abrazando dos retratos que tomé de la pared. Una fotografía de Silvia sonriente junto a mí, el día de nuestra boda. Y en la otra imagen, los dos, tomando de la mano cada uno, las pequeñas y regordetas de nuestros adorables hijos. ¿Otra cerveza para no cerrar los ojos? O… ¿Mejor un cargado café para no dormir? ¡Puff! Decisiones, como aquella canción de Rubén Blades. ¡No! no quería cerrar mis pesados parpados para no verla… ¡Imaginariamente entregada! Y sin embargo el cansancio me venció y quede allí, enroscado en el sofá, entre quejumbrosos suspiros, profundamente dormido.

A la mañana siguiente ya estaba terminando de afeitarme cuando escuché la puerta del baño abrirse. Miré la hora. Tendría que apurarme, el tráfico más tarde se haría imposible y yo sin coche, pues con mayor razón, debería acelerar mis pasos. ¿Transporte público? Ni hablar, un taxi y ya está. No podría llegar tarde a la reunión de ventas.

—¡Hola! buenos días. —Me dijo. La miré de arriba para abajo y se notaba el cansancio en su cara ya desmaquillada, el cabello revuelto y sus ojos con ligeras ojeras. Tantos años de casados logran conocer como la palma de tu mano, las reacciones y los estados de tu pareja. Y yo le notaba su agotamiento y también que no traía las medias veladas puestas.

—¡Que temprano has vuelto! Apenas faltan diez minutos para las seis de la mañana. —Le respondí, volteándome para terminar mi rasurada. Silvia no dijo nada más, apenas la vi de espaldas por el espejo, devolverse hacia la alcoba para desvestirse.

—Lo sé, pero tengo permiso para llegar un poco más tarde hoy a la oficina. –Pero por supuesto, pensé yo– Y en seguida disparé las balas que tenía dispuestas en el cargador de mi desesperanza.

—¡Es lo bueno de conseguir ciertos beneficios! —Le respondí sarcásticamente. No supe que cara me puso pues yo estaba apurado y no me sentía cómodo al tenerla a ella allí esa mañana. Para mí era como una mujer desconocida y extraña.

—¡Puff! Necesito una ducha. —Y entró envuelta en una de las toallas grandes y el teléfono en su mano. Me lavé la cara y cepillé mi dentadura, Me peiné afuera en la habitación, frente al espejo del tocador. Yo había salido del baño sin detallar su cuerpo. No me importaba conocer las evidencias de sus batallas. Me vestí, me perfumé, recogí mi móvil y el maletín con las cosas del trabajo. Desayuné poco, con prisa. Cuando abría la puerta para salir del piso, me llamó desde el fondo de la habitación; estaba ella recostada sobre el marco de la puerta, con la toalla envolviendo sus cabellos, cayendo la sobrante tela por detrás de su espalda. La vi desnuda, tenía depilado su sexo al completo, como antes no solía llevarlo. Usualmente solo se recortaba los vellos oscuros de su pubis lo justo, apenas para demarcar la zona del bikini. ¡Otra novedad!

—¿Ya te vas? ¿No vas a decirme nada? —Me dijo en un tono de voz, entre pausado y cansino. Su mirada estaba dirigida hacia el tapete del pasillo. No me observaba. La culpa seguramente le pesaba.

—Ahh, si claro. ¡Se me olvidaba! Te dejé el desayuno preparado dentro del horno microondas. —Y me dispuse a salir cuando otra vez le escuché llamarme.

—¡Rodrigo! ¿Y ese regalo? —Me hice el sorprendido, aunque en verdad lo hice de adrede.

—¡Upss! gracias casi lo olvido. —Me dirigí hacia la mesa de centro de la sala, lo tomé y ajusté la puerta tras de mí, sin manifestaciones de rabia. Me fui al trabajo, ya sin besos como antes. Sin un ¡te amo y que te vaya bien! como siempre lo solíamos hacer.

Encendí el móvil en la calle para buscar la aplicación y no desgastarme corriendo detrás de uno o de otro taxi. Tenía varias llamadas perdidas, tres de Lara, una de “El Puertas” y apenas una de ella. Y un mensaje de voz… ¡Esperanzador!

Estaba por ingresar a la sala de juntas para la reunión de ventas con el Gerente Comercial, cuando recibí una llamada de Silvia…

—¿Dime? —Respondí seco. —¡Estoy por entrar a la reunión de fin de mes! Y luego esperé a que me contestara. Un corto silencio y sonido posterior de un suspiro. ¡No! no mío, de ella.

—Rodrigo… ¡Puff! ¿Entonces cuando te desocupes me llamas? ¡Tenemos que hablar! —La notaba seria, cortada. ¿Confundida? Tal vez… ¿Avergonzada? No lo sabía, pero para nada en su voz percibí la angustia por su traición. Al contrario, ella se encontraba muy serena.

—Perfecto, tan pronto pueda. ¿Ya estás en tu oficina? —Le pregunté como una mera formalidad, un trámite de rigurosa caballerosidad.

—Aún no, de hecho creo que no voy a ir hoy. Voy a llamar a Hugo y decirle que estoy indispuesta, que por favor me excuse por hoy y ya el lunes próximo retomamos las labores. De paso recojo los niños donde mi mamá y me quedo aquí descansando todo el día. —¿Hugo? ¡Pero que familiaridad! Ya no era el Jefe, ¡no! Hugo ya era alguien más de confianza, obviamente. ¿Qué tan íntimo?

—¡Bueno estupendo! Besos a los niños y diles que los amo. Más tarde los llamo a tu teléfono y hablo un momento con ellos. ¡Adiós! —Y colgué la llamada, sin esperar su respuesta.

En la sala de juntas nos fuimos reuniendo todos los vendedores, acomodándonos en las sillas, a excepción de mi rubia Barranquillera que para variar se le había hecho tarde. La reunión empezó con los trámites de siempre, las quejas por las bajas ventas, los interrogantes sobre las posibles causas, las metas del mes que no parecían llegar a cumplirse, y bla, bla, bla. Entonces el gerente fue interrumpido por la llegada como siempre risueña de Paola, excusándose por el retraso y regalándome una mirada pícara, fue a sentarse en la única silla vacía, la que quedaba a la izquierda mía.

Más temas, exposiciones del uno y del otro acerca de la competencia, en fin, aburridora, salvo por las cogidas de mano por debajo de la mesa entre mi rubia y yo. Afortunadamente la reunión no se alargó más allá de las dos horas y pudimos salir para tomar algo en una cafetería cercana, donde Paola me atrapó con su mirada esmeralda.

—¿Y bien? Algo te sucede. ¿Nene, me vas a contar? —El famoso sexto sentido de ellas se había puesto en marcha, así que no tuve más remedio que desembuchar los acontecimientos de la noche anterior. ¡Todo! Le conté todo con pelos y señales. Mi Barranquillera no salía del asombro. Su boca permanecía entre abierta, humedecida por ratos con la punta de su lengua. Tomamos el café y de regreso al concesionario, Paola me detuvo antes de ingresar y me dijo…

—Esto no se puede quedar así Rodrigo. Si todo es por mi culpa, tengo que ayudarte a solucionarlo. —¿Pero cómo solucionar lo que ya estaba consumado? Pensé para mí.

—¡Pao mira! Más reversa tiene un avión. A lo hecho pecho. Ella estaba ofendida y quería su desquite. Yo pensé que lo mejor sería darle carta blanca, me engañé creyendo que no sería capaz y mira, lo hizo. Ya no hay nada que hacer.

—¡A vaina triste! No joda. Déjame nene y le doy una vuelta a eso en mi cabeza. Ya se me ocurrirá algo para ayudarte a darle su merecido. —Me respondió Paola y de inmediato se dirigió a su escritorio y yo, pues al mío. Tenía que atender a una clienta ya cincuentona que quería cambiar su camioneta por una similar pero del último modelo. Y yo vi la oportunidad de hacerme a esa SUV, ya que tenía poco uso a pesar de ser un modelo con cinco años de antigüedad, a buen precio si sabía mover mis labios y acomodarme de manera que notara mi «encanto» por colaborarle a renovar el modelo.

A la hora del almuerzo no me pude encontrar con Paola para salir juntos pues ella se encontraba reunida con mi jefe inmediato, supuse que para terminar de cuadrar horarios por sus días de permiso, debido al tema de su boda. Finalizando el postre y un café negro, recibí la llamada de mi esposa. ¡Mierda! Se me había olvidado llamarla para hablar con mis hijos.

—¿Aló? —Contesté. —Bueno, si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña.

—Sí, lo sé y lo lamento. —Le respondí.

—Es que salí de la reunión un poco apurado. ¿Cómo están los niños, me los puedes comunicar para hablarles?

—Pues no se va a poder. Decidieron quedarse este fin de semana con mi mamá. —Puntualizó Silvia.

—¡Uhum! ya veo, bueno. Esperemos que se diviertan con ella estos días. ¿Y entonces tú dónde estás? —Le respondí, tratando de no parecerle molesto.

—Fui de compras y al banco a cancelar los recibos y pagar el mes de renta del piso. —¿Pagar? ¿Con que dinero si a mí se me había pasado por alto dejarte los euros? —¿Silvia y de donde sacaste el dinero? —Le pregunté finalmente.

—¡Ahh pues!… Hugo me facilitó algo ayer en la mañana. Después cuadramos los dos. No te preocupes por eso ya. —Preocupado yo no estaba. Apesadumbrado era como me sentía.

—Ok, perfecto, más tarde hablamos que voy a atender a un cliente. —Le manifesté, tratando de terminar la llamada, pero ella continuó…

—¡Rodrigo! Espera. ¿Cómo se siente saber que eres un “cornudo”? —Lo dijo en un tono que no era cínico, al contrario era más bien afligido.

—Pues sinceramente mal. —Le respondí y a continuación me despaché con sarcasmo…

—Aunque yo no llegué hasta la mañana siguiente, como tú si lo hiciste. —Terminé por aclararle mi situación sentimental.

—¡Vaya!… ¿Me vas a echar en cara eso? Yo no tengo la culpa de que tú no aguantaras tanto como yo y menos que solo te pudieras divertir en tu fiestecita con una sola puta. —Eso sí me dolió. Pensé no responderle nada, pero finalmente le dije…

—¿Sabes qué Silvia? De eso tenemos que hablar más tarde, fue una desfachatez de tu parte, que fueras precisamente al “Juli” para restregármelo delante de todos. —Y colgué la llamada. Me dirigí al baño para arreglarme antes de la visita programada por mi clienta.

Paola me sorprendió con un pellizco en mis nalgas, la sonrisa de siempre y un besito muy cerca de mi boca. Me subió el ánimo un poco con su atrevimiento y aquel beso; cambié el semblante, como lo hace aquel payaso de circo, que sonríe durante la función, a pesar de tener roto su corazón. Me dispuse a cerrar el negocio, con amplios beneficios para la clienta, para la empresa y obviamente para mí.

—¡Erda mi niño! pero que negocio te has mandado. —Me dijo mi Paola, ya más tarde, con su acostumbrado acento costeño. —¡Felicitaciones! Y encima, mira que sonsacarte esa camioneta a tan bajo precio para ti. ¡Eres un zorro muy amoroso! —Me aduló mi rubia Barranquillera, estampándome un sonoro beso en la mejilla. El otro y más deseado, el largo y húmedo, tendría que esperar para cuando estuviéramos solos.

Lo cierto es que había logrado convencer a la señora de cambiar su vehículo y que me dejara la suya para mi uso personal, cuadramos un precio bastante favorable, muy por debajo del valor normal y aparte con facilidades directas para cancelar el saldo. Así que sí, había hecho una buena labor, palmada en la espalda de mi jefe de ventas y salida más temprano de lo usual, en forma de compensación.

Antes de irme, me acerqué hasta el escritorio de Paola, para entregarle su regalo de bodas. Ella al verlo se puso colorada y emocionada se levantó para agradecerme, obsequiándome un fuerte abrazo y un… —¡Espérame donde siempre, no demoro, tenemos que cuadrar unas cositas para esta noche! —Y sí, salí feliz como una lombriz, a esperar en la cafetería cercana a mi hermosa Barranquillera.

—Rodrigo, esta noche me voy a estrenar mi regalo, pero contigo. Carlos ya tendrá tiempo de vérmelo puesto muchas noches. —Me dijo Paola tan pronto nos encontramos en aquella cafetería.

—Ven, vamos fuera, me obsequias un cigarrillo y te comento mi idea. ¡Vas a ver Nene! —Y salimos, ella abrazada a mí y yo con mi maletín, mi saco en el brazo y en la mano un café, intentando balancear a la perfección el líquido para no regarme. Un defecto mío, lo sé. Tengo puro pulso de maraquero en carnaval.

Tomé la cajetilla y la abrí para ofrecérselos, ella sacó dos y los colocó juntos en su boca, los encendí a la par y tomé uno de ellos para mí, untado de su brilloso y rojo labial, saborizado a cereza.

—Bueno Pao ahora sí cuéntame tu idea. —Y con maliciosa sonrisa de niña traviesa me regaló un ligero beso en los labios, adornándola con su verde mirar, coqueta y completamente… ¡Loca! Se acercó a mi oreja y con baja voz, casi en susurros me fue contando lo que había meditado para salvar en algo mi relación con Silvia. ¿Loca? Sí, en serio estaba ¡Completamente loca! Y los dos terminamos riéndonos de sus ocurrencias. Finalmente, nos montamos en la SUV y partimos rumbo a un centro comercial. Allí la dejé para que se encontrara con su futuro esposo y yo, pues debía ir a otro lugar para hacer unas compras. ¡Imprescindibles!

Llegué pronto a mi hogar, parquee la camioneta y tomé mi maletín y las bolsas. Ascensor ocupado en el último piso. Bueno, pues subiré a pie los tres pisos, que me hace bien para calmar las ansias. ¿O los nervios? Abrí la puerta, no escuché ruidos. Al parecer mi esposa no se encontraba o estaba en nuestra habitación durmiendo. Dejé el maletín y la bolsa encima de una mesa auxiliar al lado del sofá. Fui a la cocina para buscar en el refrigerador una cerveza. Destapé una, tomé un sorbo y algo de aire, sí, estaba nervioso por aquel encuentro con mi mujer después de todo lo acontecido.

Me dirigí hasta nuestra habitación, pero no estaba allí. Revisé la de mis hijos y tampoco se encontraba. Me cambié de ropa, un pantalón de lino azul, un buzo con cuello de tortuga blanco, y mocasines de cuero beige. Luego salí hasta la sala y empecé a depositar las compras en aquella mesa de centro, que reposaba sobre la alfombra gris. Una botella de Vodka, las dos copas de cristal escarlata que obsequiaron por la compra de la Smirnoff, servilletas y una bandeja con hojas de menta y rodajas de limón. Ahh y una bolsa de regalo. Coloqué igualmente sobre la otra mesa auxiliar y sobre el mesón de la cocina, dos candelabros con tres velas rojas cada uno.

Eran casi las ocho de la noche y revisé en mi móvil, las redes sociales, para distraerme mientras en el equipo de sonido, el tocadiscos giraba. Se escuchaba la música de Marvin Gaye y su “Sexual Healing”. Deslizaba la pantalla sin interés alguno. Entré en el Instagram de Silvia por “chismosear”, para ver que fotos nuevas hubiera colgado. Había pocas, dos o tres nada más. La fachada de un chalet, una adicional fotografía de una sala amplia, muy bien decorada y con una hermosa alfombra de un mullido color albo en el centro. Al fondo de la panorámica se podía apreciar un gran ventanal que conducía a un espacioso balcón. La última era de ella, sentada de medio lado posando risueña en la mitad de un lujoso sofá de cuero beige, mostrando sus hermosas piernas, cruzándolas, una sobre la otra. Al fondo de marco una iluminada chimenea. ¿Sería la casa de…? Si podría ser. Las había subido recientemente, pero no tenían ningún comentario, pero si dos gustados corazones.

Sobre las nueve de la noche el hambre me pudo, así que fui hasta el horno y puse a calentar dos trozos de pizza Napolitana. Tres minutos después y sentí la puerta abrirse. Mi esposa al entrar se sorprendió por la ambientación de nuestra sala. Y me miró.

—¿Y esto a que se debe? —Me dijo sin saludar y sin asomo de felicidad.

—¡Buenas noches cariño! le respondí. —Esto es para que celebremos. —Sentencié.

—¿Pero qué vamos a celebrar? —Respondió encogiéndose de hombros y sin más se fue por el pasillo hacia nuestra alcoba. Desde la cocina, mientras masticaba un pedazo de aquella sabrosa pizza, le grité…

—¡Ahh! pues que ahora ya estamos equilibrados, hay que festejar que ya somos un matrimonio felizmente infiel. ¿No te parece? —Ella se demoró un rato en la alcoba, seguro cambiando su vestuario. No respondió nada.

—¿Y los niños cómo están? —Terminé por gritarle, tras dar el último bocado y un sorbo a la cerveza. Y también con el ánimo de quitarle tensión al asunto.

—¡Felices con mi mama y mi suegro! Ya sabes cómo los consiente ella y él además los malcría. —Me respondió llegando hasta la cocina.

—Los traen de regreso el domingo. ¿Tienes que trabajar este fin de semana? —¡Humm! Vaya pregunta. Anteriormente le hubiese respondido con la verdad, pero dadas las circunstancias le mentí.

—¡Si Claro! Es una lástima. Hubiéramos podido aprovechar para salir por ahí al cine o a pasear y conocer nuevos lugares, un bar distinto y nuevas personas. Pero ni modos, el deber primero. Pero tú puedes aprovechar para descansar. —Concluí.

—¿Y entonces todo esto qué? ¿Es para pedirme perdón? —Dijo ella, de manera un tanto soberbia, mientras daba una mirada a la bebida y las velas encendidas en nuestra sala. Se había puesto ya un pijama de color rosado, estampada con huellas de gatitos por todas partes.

—¿Perdón? ¿Otra vez yo? No sería acaso tú… ¿La que deberías pedirlo? —Le respondí en total calma, sin alterar el tono sereno de mi voz. Silvia me observó y se acomodó a lo largo en el sofá.

—Mira Rodrigo, no te voy a pedir perdón porque me lo debías. Es más, estuviste de acuerdo en que lo hiciera, ¿No es verdad? —Yo la escuchaba, acercándome a la mesa, sin mirarla. Empecé a servir en dos vasos un poco de Vodka con dos hielos y unas hojas de menta y una rodaja de limón en cada uno.

—Dijiste que hiciera lo que yo creyera que era justo. Me diste vía libre para acostarme con quien yo quisiera. ¡Así que no! no tengo que pedirte excusas. Tú lo quisiste así. Ahora aguanta como yo lo tuve que aceptar. A las malas. Estamos empatados, bueno casi. ¡Jajaja! —Y se empezó a sonreír, mientras yo le extendía su bebida. No me cedió espacio a su lado en el sofá, así que me senté sobre la alfombra, a un lado de la mesa.

—Bueno… ¡Brindemos! —Y chocamos el cristal de nuestras copas.

—¡Salud! —dijo Silvia, y los dos bebimos.

—¿Por quién brindamos? —Preguntó.

—Pues yo creo que por aquellos que nos hicieron felices. A ellos les debemos nuestra reunión esta noche, ¿No te parece? —le respondí yo.

—Me parece bien, entonces brindo por Hugo, que me hizo apreciar placeres no sentidos antes. ¡Humm! Y por David, ese gringo que esta como quiere. Y se relamió los labios, entre cerrando sus ojos. Luego prosiguió… ¡Ahh! y por Martha, porque esa puta infiel no sabía el tremendo hombre que tenía a su lado y de esa manera me lo cedió sin pensárselo. —Suspiré y elevé mi vaso al techo del piso… ¿Martha, puta infiel? ¿Y ella qué era?

—¡Yo lo hago también por ellos! Por mostrarme en una sola noche, la mujer desconocida que despertaba cada día, justo al lado de mío en aquella cama. Brindo por ellos, por haberle proporcionado al amor de mi vida, todo el placer que ella no pudo sentir tras tantos años junto a mí. ¡Y claro! por la puta amiga mía, esa mujer hermosa que tuvo sexo conmigo, no solo porque le atraigo como hombre, sino porque me ha brindado su cariño y sus amorosas atenciones; porque en verdad le intereso y que por sus sentidos gestos esa noche, sus prolongados gemidos con mi verga dentro suyo y su entrega total en todas las posturas imaginadas, creo que sacó dentro de mí la pasión que estaba oculta, hibernando tras años de fracasado placer con mi esposa.

A Silvia no le cayó muy bien mi brindis por la mueca de disgusto que hizo. Cambió su postura en el sofá, se acomodó de tal manera, que sus piernas las cruzo una encima de la otra, dejándome observar la palidez de sus blancos pies.

—Hummm, pues ya era hora de explotar. Nos habíamos vuelto un par de personas aburridas, atenidas al diario vivir. Nos estábamos desvaneciendo. ¡Y aquí estamos gracias a ti! —Me dijo Silvia, tomando el último sorbo de vodka y con su boca entreabierta la rodaja de limón, atrapándola entre sus dientes a la mitad.

—¡Que música tan aburrida! Rodrigo porque no escuchamos una salsita o un vallenato. Algo que sea más alegre y que esta noche no parezca nuestro funeral. —La miré sonriente y me puse en pie para acercarme hasta el equipo de sonido. ¿Podría ser nuestro final?

—¿Te gustaría escuchar una del grupo Niche o tal vez al Joe Arroyo? —Le pregunté, mientras Silvia intrigada por el paquete envuelto en papel regalo, se adelantaba un poco en el sofá para tratar de averiguar el contenido y el destinatario. Finalmente me decidí por «La Rebelión».

—…«Quiero contarle mi hermano, un pedacito de la historia negra. De la historia nuestra, caballero y dice así: ¡Uh! En los años mil seiscientos, Cuando el tirano mandó. Las calles de Cartagena… Aquella historia vivió»… —La inaugural estrofa de aquella canción cantada con el sentimiento de una raza oprimida y que tantos recuerdos nos traían de nuestra lejana patria, lograron que Silvia se pusiera en pie y comenzara a bailar sola, apartada de mí, girando y moviendo rítmicamente sus caderas.

—Esa canción me encanta, ven… ¡Bailemos! —Y me estiró su mano, esperando por la mía en señal de aceptación. La tomé, y nos fuimos acercando, mirándonos fijamente pero sin decirnos nada. Dimos unas vueltas, desplazándonos sobre la alfombra; la giré hacia un lado y luego hacia el otro, pasando yo mis brazos por encima de su cabeza, hasta dejarla de espaldas hacia mí, tan solo unos segundos. Rozándonos apenas lo suficiente, mi bajo vientre contra el nacimiento de sus nalgas, mis antebrazos apretando en contadas ocasiones, sus pechos.

—Rodrigo, que bien bailas. —Me dijo mientras dábamos otros dos pasos hacia un costado. —En eso si le ganas de lejos a Hugo. Es tan tieso y falto de ritmo. Tendré que darle clases… ¡Privadas! —Y dejo escapar una sonora carcajada.

—¡Claro! Me imagino que si no baila bien, en la cama debe comportarse tal cual. Sin cadencia ni sabor. ¿O me equivoco, Cariño? —Le repliqué su irónico comentario.

—¡Pues sí! Te equivocas te cabo a rabo. Es esmerado, muy atento y… Mejor no te cuento porque te molestaras. —Me respondió Silvia, sin apartar sus ojos de los míos.

—Ehh, vaya eso si es una sorpresa. —Le refuté sin demostrarle mi enojo.

—¡Ahh! y hablando de sorpresas, mira, ese paquete contiene un obsequio para ti. ¿Por qué no lo abres y te lo pruebas? Si te gusta y quieres, obviamente. —La incité, señalándole el regalo, que reposaba sobre la mesa de centro. A Silvia se le iluminaron los ojos y corrió a destaparlo, desgarrando la envoltura con prisas, como una niña pequeña con sus obsequios en navidades.

La caja contenía un conjunto de bata y tanga brasilera, negra y con transparencias. Encaje delicado y suave por sus contornos. Y un cinturón de raso, para ajustar por su cintura. Además en el interior también estaba un antifaz rojo para dormir. Y un juguetico especial. Un estimulador de clítoris, elegante, discreto y bonito. Y con la práctica función de controlarlo a distancia por bluetooth, por medio de una aplicación que ya había descargado previamente a mi móvil. Eso no lo sabía Silvia, ¡Aún!

—¿Te gusta? —Le pregunté.

—¡Si por supuesto! Gracias, está divino este conjunto. ¡Espera! Voy a probármelo. —Y de inmediato se empezó a quitar las prendas rosadas de su pijama, la prenda superior y el pantalón fuera. Sus medianos senos al aire. Un tanga formalito y blanco fue retirado con prisa por sus manos. Se fue colocando la tanga nueva, deslizándola coquetamente, ofreciéndome la vista de sus nalgas y la sinuosidad de la espalda, subiéndola por sus blancos muslos hasta acomodarla, de manera sexy a sus caderas. Se dio vuelta y observe como la raja de su vulva se alcanzaba a apreciar, tras la delicada tela negra. Y luego la bata encima, un brazo primero y luego el otro, anudándola posteriormente a su cintura.

—¡Espectacular! Me sienta genial. —Y me abrazó dándome por fin un casto beso, después de tantas horas de ser usados esos labios, seguramente por otras bocas. —¿Sabes una cosa? —Continuó hablándome, tomando de nuevo su copa de vodka…

—Anoche lo pase genial, fue morboso y excitante. ¡Ufff! Hacerte ver que yo también podía seducir y ser deseada por otros hombres, me hizo sentirme poderosa. Lamento si te humillé, pero es que estaba muy dolida. —Me retiré de su abrazo y le entregué en sus manos el dichoso aparatico. Me miró sorprendida sin saber qué hacer con aquella rosada mariposa siliconada.

—¿Y esto? —Me dijo extrañada.

—¡Hemos cambiado! —Le contesté rápidamente. —Así que vamos a agregar nuevas sensaciones a esta noche.

Lo destapé, lo encendí y lo introduje con cuidado por debajo de su estrenada tanga, acomodándoselo sobre su pubis. Ella al sentirlo frio se erizó un poco. Luego me dirigí hacia la mesita auxiliar, tomando mi teléfono y abriendo la aplicación.

—¡Ya verás! ¿Otro trago? Y no me hagas esa carita que lo vas a pasar genial esta noche. —Serví una mayor cantidad de vodka en los dos vasos. Cambié la salsa por un Long Play de vallenatos románticos. Y brindamos nuevamente, haciendo sonar los cristales. Nos abrazamos, ella recostó su cabeza sobre mi hombro derecho y fuimos moviéndonos lentamente, apretados, unidos como antes. Y le di al play de la aplicación. Las vibraciones eran suaves al comienzo pero luego subí un poco la velocidad y la potencia. Y Silvia temblaba, empezaba a sentir, a gemir y a entreabrir su boca, deseando los labios míos.

—Wow ¡Qué rico se siente! Cariño, me tienes arrecha con este regalito. ¡Aghhh! Mmm… Estoy mojadísima. —Silvia bailaba pero a veces se detenía porque las sensaciones en su clítoris, le hacían flaquear las piernas. Y yo dichoso de verla así, caliente y dispuesta para lo que se vendría.

Y así se fueron consumiendo los minutos, los bailes y las canciones también. Besos no quise, los evitaba. Todo marchaba a la perfección, Silvia estaba deseosa con claras señales de querer follar. Bebimos dos copas más, alargando su placer, modificando la cadencia de las vibraciones, todo hasta llegar la hora señalada. Y sobre las once de la noche, el sonido de mi celular me advirtió de que el final se acercaba.

—¿Quién podrá ser a esta hora? Que no vaya a ser uno de tus amigotes, no vayas a echar a perder el momento Rodrigo. —Me dijo Silvia algo alterada.

—No te preocupes Cariño. Esta llamada solo confirma la llegada de la otra parte de tu regalito. La vas a pasar fenomenal, ya verás. —Tomé en mis manos aquel antifaz rojo y se lo coloqué a Silvia diciéndole…

-—¡Silvia! te vas a quedar aquí en medio de la sala, con esto puesto y tienes que prometerme que no lo vas a retirar hasta que llegue el momento. Yo te diré cuando lo podrás quitar de tus ojos. ¿Entendido? —Y mi esposa, aceptó de buena manera mi propuesta, asintiendo con su cabeza y tal vez por el alcohol ingerido, me siguió el juego.

Sonó el timbre y me dirigí hacia la puerta. Abrí y allí estaba mi hermosa y loca, rubia Barranquillera. Sonriente como siempre. Me guiñó un ojo y le cedi espacio para que ingresara.

—Ohhh, pero que bonita escultura tiene el señor. —Y se acercó hasta donde permanecía Silvia de pie.

—Así que esta es… ¿tu casta mujercita? ¿La que voy a devorarme esta noche y a quien sacaré orgasmos, entre gritos de placer y delirio? —Y Paola empezó a rozar con su dedo índice, la nariz, los labios y el cuello de Silvia. A mi mujer se le erizó la piel del cuello, los brazos y los poros en sus muslos. Confundida y excitada a la vez.

—¡Sí! Ella es. Por eso te contraté. Me dijo un amigo que eres de las mejores. Espero que valgas lo que cobras. —Y enseguida Paola se apartó de Silvia, para entregarme su largo abrigo. Debajo de él, solo traía puesto el picardías negro que yo le había obsequiado para su noche de bodas. Su piel blanca me ofrecía dorados brillos, sus labios de rojo encendido también.

—¿Deseas tomar algo antes de empezar? —Le pregunté.

—¿Tienes aguardiente? Lo que están tomando ustedes no es de mi agrado. Me gusta algo que haga arder mi garganta. —Respondió mi rubia cómplice.

—¡Pero por supuesto! espera un momento voy a la cocina que lo tengo enfriando en el congelador. —Y las deje allí, a solas.

Cuando regresé con la botella de aguardiente y una copa adicional, en la sala estaba Paola rodeando a Silvia, acariciándola, palpándole las nalgas y mi esposa se dejaba, sus mejillas coloradas, la boca entreabierta, su respiración agitada y recibiendo adicionalmente las vibrantes ondas del juguetico sobre su vulva.

—¿Estas acalorada preciosa? —le decía la rubia a la castaña. Acercando al oído su boca, calentándola con su aliento.

—¡Respóndeme! Le habló con sobrada autoridad a Silvia. —Esta respondió con un sí prolongado, entre excitada y temerosa.

—¡Nene, dame ese trago de una vez! —Y le alcancé a Paola la copa. Lo bebió por completo, de una sola vez.

—Ahhh, que delicia de “guaro”. ¡Sírveme otro! —Me ordenó. Llené la copa nuevamente y mi rubia se acercó hasta el centro de la sala, donde permanecía Silvia en pie.

—¡Vamos a ver qué tal besa tu casta esposa! —sentenció de forma picaresca. Y de forma muy sensual juntó sus rojos labios con la boca de mi mujer. Silvia no demoró en abrir su boca buscando la cálida humedad. Paola se apartó levemente, pero enseguida su lengua empezó a recorrer el exterior de los labios de Silvia, los humectaba de su saliva y mi mujer jadeaba, exteriorizando su éxtasis. Las manos de Paola tomaban posesión de un seno, delicada pero firmemente. La otra sostenía la mandíbula de mi esposa.

— ¡Humm, que rica boquita de puta te gastas! Haber, saca esa lengüita que te la quiero chupar, anda ¡Dámela! —Y mi mujer se la ofreció, sin resistencia.

Paola la introdujo en su boca, para luego sacarla y enfrentarla con su lengua, jugando entre las dos, enroscándose una sobre la otra. Hasta que finalmente, abrazándose las dos, se besaron apasionadamente, juntando sus cuerpos, donde se observaba la diferencia de altura. Mi rubia le sacaba más de media cabeza a mi esposa. Para ese momento yo estaba empezándome a excitar, con aquella escena.

—¡Anda Nena! Pero que rico besas, ¡Humm! Mira como me has hecho mojar. —Y Paola entonces tomo la mano de Silvia y la llevó hasta su humedecido coño, para dejarla allí un instante.

—¡Aja! vamos a ver que nos encontramos por acá. —Y Paola deshizo el nudo del satinado cinturón y fue apartando los costados de la bata. Silvia colaboró y moviendo un hombro primero y enseguida el otro, le ayudó a mi rubia Barranquillera, a despojarse de la negra tela. Esta delicada prenda cayó a sus pies, vencida por la gravedad y el deseo de aparecer desnuda ante su desconocida amante.

—¡Mira que téticas tan preciosas y erguidas te gastas! Y estos pezones tan duritos y parados… ¿Para quién son? —Se hizo un silencio momentáneo. Mi esposa no respondía la pregunta. Paola me miró y pícaramente colocó un dedo en la boca de mi mujer, jalando hacia abajo, el labio inferior de Silvia y le dijo nuevamente con firmeza…

—¡No lo voy a volver a repetir! —E inmediatamente pellizcó con fiereza uno de los rosados pezones, haciendo a Silvia gemir de dolor, para luego contestar finalmente…

—Son… tuyos. —Lo dijo en voz muy baja, a lo cual Paola retorciendo el otro pezón entre su pulgar y el índice, girándolos, le dijo muy cercana a su oreja izquierda…

—No escuche bien nenita… ¿De quién? —Mi esposa contestó enseguida, ya con una voz más decidida y potente, casi gritándoselo…

—Tuyos, maldición, estas tetas son tuyas ¡Chúpamelas! —Y Paola se sonrió generosamente, dándole una palmada al seno derecho, haciéndolo mecer.

—Tú no me mandas, son mías, yo decido cuándo y cómo me las comeré. — ¿Vencedora? ¡Sí! La tenía donde ella quería.

—¿Nene? Anda, regálame otro trago, pero llénala hasta el borde. —Y le serví un aguardiente que rebosaba en la pequeña copa de transparente cristal.

—¡Gracias! Y ahora apaga estas luces, que el calor ya lo tenemos dentro y con las velas nos alcanza ¿Cierto que sí, mi putita? —Y Silvia respondió afirmativamente, tocándose un seno, apretándose el enrojecido pezón. Paola me guiñó uno de sus preciosos y esmeraldas ojos, sonriendo con malicia.

—Mi nenita, vas a portarte bien. Te vas a quedar quietecita y me vas a sostener algo, pero no te lo puedes tomar porque es mío, esta frio y quiero que me lo calientes un momento. ¡Abre bien la boca! —Y bebiendo todo el contenido de la copa, Paola acercó su boca hacia la de Silvia y le pasó la bebida. Silvia se quedó inmóvil, con su boca entreabierta y en su interior el trago largo de licor. ¡Ardiente!

—¡Aja! ¿Y aquí abajo que me aguardará? —Y las blancas y suaves manos de mi rubia, deslizaron las tiras de la tanga brasilera hacia abajo, apartando el juguetico del esplendoroso pubis de Silvia.

– ¡Wow! ¿Pero que tenemos por acá? ¿Un coñito rasurado y húmedo por este aparatico? ¡Creo que ya no lo vamos a necesitar! ¿No es verdad preciosa? —Y se arrodilló, metiendo su nariz y boca entre los muslos aun temblorosos y apretados de mi esposa.

—¡Abre bien las piernas! —le ordenó y mi mujer acató sin rechistar aquel erótico mandato.

Paola empezó a jugar con su lengua sobre la vulva de mi mujer. Con los dedos de su mano izquierda, fue apartando los pliegues de los labios mayores, dejando a su disposición en abierta «V» aquel rosado y brilloso botoncito del placer. Todo alrededor de su vagina brillaba de saladas ambrosías que fluían acuosas de su interior y con los dedos de su mano derecha, la tomaba por detrás de las nalgas, supongo que escrutando la húmeda cavidad desde la parte posterior. Silvia se movía nerviosa, en sus muslos se podía apreciar un ligero tremor.

Paola abrió su boca, humectando sus rojos labios con la punta de su lengua, mirándome plena, de sádica emoción. Y se apoderó con ambición de aquel tesoro que yo creía que me pertenecería exclusivamente, hasta la noche anterior, obviamente. Y desde atrás, la penetraba con sus finos dedos.

—¡Ahh! Que rico tu sabor nenita mía. —Le decía Paola a Silvia.

—¿Te gusta putita? —Pero mi mujer no respondía.

No podía sencillamente hacerlo, sin derramar aquel trago de aguardiente, que Paola había resguardado en el interior de su boca. Sus mejillas sonrosadas más aquella respiración agitada y tan conocida por mí, aspirando grandes volúmenes de aire, mezclado con su sexual aroma, tras mil noches de pasión. El brillante sudor que se apreciaba sobre toda su delicada piel lozana, respondían positivamente por ella. Se estremecía, de su boca se escapaban ya algunas gotas de aquel licor. Respiraba cada vez más excitada, exhalaba y aspiraba por su nariz. Mi rubia Barranquillera la tenía a punto de alcanzar el clímax, besando, lamiendo y penetrando.

Y el orgasmo no demoró. A Silvia le flaquearon las piernas, era caerse o mantener en su boca aquel trago que no era suyo y tenía prohibido beberlo. Hasta que no pudo más y gimió, fuerte y prolongado, dejando escapar la bebida que cayó por su quijada hasta mojar sus senos y ella, mi amada esposa, recogía con su boca abierta, todo el aire que podía del salón, mientras se apoyaba con sus manos, sobre la cabellera dorada de Paola, manteniendo su equilibrio.

—Mala niña, no eres para nada obediente ¡Oyeee! —Le dijo Paola con su voz azucarada. —Has desperdiciado mi aguardiente, Nenita. Te mereces un castigo.

—¡Arrodíllate! —Y mi esposa se le arrodilló, como valiente y vendada heroína, a enfrentar su erótica suerte. Paola se apartó con dos dedos, el borde de la tanga negra hacia un costado y le ofreció los dorados vellos que adornaban el comienzo de su rosada raja, acercándola a la deseosa boca de mi rendida Silvia.

—¡Lame putita mía! Es toda tuya. —Y ella lamió, chupó, beso y bebió de aquel frugal néctar. Minutos pasaron con Silvia entregada a la labor, –yo excitado a mas no poder– hasta arrancarle a mi rubia Barranquillera un reconfortante y merecido orgasmo, solo con su inexperta boca y la lengua ensalivada.

Luego de eso, se tendieron las dos a lo largo sobre la alfombra, besándose, intercambiando fluidos y saliva, las dos entregadas, frotándose sus pubis contra los muslos de la otra. Yo acalorado y endurecido, opté por tomar un trago largo de aquél vodka rojo. ¿El fuego se combate con más fuego? Tal vez si, a veces no.

Pero Paola tenía una última carta por jugar. Se acomodó en el medio de las piernas de Silvia, tomó su bolso y del interior, extrajo un consolador negro, largo y grueso, con venas que recorrían en realistas relieves toda su extensión y encauchados testículos al final. Lo chupó ella, ensalivando el falso glande de aquel falo y luego se lo puso en la boca a Silvia que seguía a oscuras, sin ver, solo imaginar y sentir. Mi esposa abrió su boca instintivamente cuando mi cómplice Barranquillera se lo acercó, y recibió con deseo, la artificial verga qué besó y lamió. Pero Paola desatada, le dijo…

—¿Te gustan las vergas grandes Nenita? —Y ella le dijo que sí.

—¿Y te has comido varias? —De nuevo su respuesta fue positiva.

—¿Y cuantas has probado recientemente? — Paola me guiñaba un ojo, y se sonreía maliciosa. —Acaso nenita mía… ¿Tan solo conformada con la de tu maridito? —Pero Silvia guardó un largo silencio.

-—¿Cuantas? ¡Te pregunte! —Se reafirmó con rigor Paola en su cuestionamiento a Silvia, quitándole el consolador de la boca y acercándolo peligrosamente a la entrada de su vagina, ejerciendo algo de presión sobre los henchidos labios.

—Un… ¿Dos? ¡Aghhh! me he comido dos, ¡ufff! Me follaron dosss ¡Ughh! —Respondió entre gemidos mi esposa, mientras era penetrada despacio por aquel falo de plástico, y tan solo le había introducido la gruesa punta. Pero Paola escupió abundantemente sobre el grueso tallo de aquel consolador y lo deslizó en su húmedo interior con mayor facilidad, sacándole extendidos gemidos a Silvia.

—Mira como estas de mojada deseando pollas, ya te ha entrado la mitad. ¿Quieres que te meta el resto? —Mi mujer respondió que sí, que quería más.

—Vaya puta infiel me he encontrado. ¿Quieres más verga o deseas chupar mejor mi vagina? —Le preguntó Paola, introduciendo casi al completo aquel grueso consolador.

—Aghhh, ¡Jueputaaa! Que ricooo… Sí, quiero verga y… Hummm ¡Siii! Chuparte, lamerteee… ¡Oughhh! Tu cuquitaaa, Dios que ricooo, me gustaría lamerte ¡Dame tu cuquita otra vez! Por favor, por favooor. —Silvia estaba enloquecida por el placer recibido.

Y a mi esposa le llegó otro nuevo orgasmo, pero mi sádica y cómplice rubia, la continuó penetrando rítmicamente, sin dejarla descansar. Tres, ¿Cinco minutos tal vez? Silvia se retorcía, apretaba sus dientes, intentaba sin conseguirlo, cerrar sus piernas para apaciguar sus electrizantes sensaciones. Alzaba y bajaba la cadera, indecisa entre «un quiero más y un déjame descansar». Ladeaba su cabeza a izquierda y a derecha, como sin encontrar la ubicación deseada. Estrujaba ella misma un seno con su mano derecha, a la vez que la zurda la extendía a su costado, afincando sus dedos como garfios, en el tejido de nuestra alfombra. Levantaba y bajaba el culo, ofreciendo su abierto tesoro lubricado. Exhalaba ansiosa y con ganas de acabar su seductor tormento. Pero los orgasmos le seguían continuados, ramalazos cortos y espaciados, pero seguramente igual de intensos.

Paola sudada igualmente, con su mirada orgullosa, intercambiaba la visión, entre aquella agradecida vagina y la dureza de mi verga resguardada dentro de mis mojados pantalones. Y se reía a la vez que daba un sorbo directamente a la botella de aguardiente. ¡Triunfante!

—¡Anda Nene! mira como estas de tieso. Pero… ¡Aja! Quita esas manitas de ahí. Ni se te ocurra tocarte esa verga, que la quiero toda para mi más tardecito. —Me ordenaba de manera sexy y provocadora, mi hermosa Paola.

Me tocó ponerme en pie, respirar profundamente, tomar otro trago pero ya directamente de la botella, ya que yo también sudaba, sin haber hecho nada. Caminé alrededor de ellas, para observar mejor la penetración. Silvia seguía en medio de sus espasmos, sus piernas bien abiertas y temblorosas…

—¿Entonces te has comido dos vergas, te has dejado penetrar por dos hombres, como la buena putita que eres? —Y una Silvia entregada al disfrute del descanso después de tantos orgasmos, le respondió claramente a Paola, mientras esta sacaba lentamente del interior de la enrojecida vagina que…

—¡Siií! Jueputaaa. ¡Oughhh! Sí, me picharon dos, dos vergas para miiii… Siii, sácala ya, please… Ufff… Dos solo para mí. —¿Asunto pendiente y dudas resueltas?

Y Silvia se derrumbó en la alfombra, envuelta en los espasmos de su electrizante declaración. Y yo me arrodillé a su lado, retirándole aquel rojo antifaz, que le ocultó por un tiempo, el rostro y la imagen del cuerpo armonioso de mi rubia confidente. Adorable secuaz amiga mía.

—¿Silvia? Cariño, mírame. Abre tus ojos. —Le dije con seguridad.

—Mira y escúchame bien. Esta que vez aquí, es la mujer que nunca contraté, pero que igual quiso y vino para proporcionarte intensas caricias y sensaciones, hasta hacerte alcanzar el clímax.

—Es hermosa, ¿no te parece? —Silvia se restregaba los ojos, tratando de magnificar con la escasa luz que provenía de las rojas velas, la imagen de su desconocida amante.

—Silvia, mi vida. —le dije suavemente, mientras le acariciaba con delicadeza su mejilla y apartaba un mechón de aquel cabello tinturado de su rostro.

—Esta mujer que ves aquí, es la que tú has llamado últimamente… ¡Puta!

—Es mi amiga Paola, la que ahora se va a ir conmigo a un hotel para celebrar su última noche de soltera conmigo, después de haberte brindado tantos orgasmos prolongados. ¿Lo ves? También fuiste de ella, como ella ya fue mía.

Y mi esposa, descompuesta aún por el placer recibido, abrió muy grandes sus ojos cafés, y sudada como estaba, se apoyó sobre sus codos para observar por vez primera el rostro de su femenina amante, la mujer que fue mía por dos pocas horas unos días atrás y qué sería de nuevo mía, pero ya hasta el próximo amanecer.

—¿Cómo? Pero… Yo… —Y Paola se acercó de nuevo a su boca y la besó profundamente, con deseo y mi mujer aunque lo intentó, al final no se apartó. También la besó, con ansias, completamente entregada a mi rubia Barranquillera.

Me puse en pie y le extendí mi mano a Paola, quien la tomó y fue hasta el sofá para recoger su abrigo y su bolso. Mi esposa estaba confundida, apenas recomponiéndose se fue arrodillando sobre la alfombra, mirando impasible como Paola se arreglaba con los dedos sus dorados cabellos y repasaba con su labial, el grosor de sus labios.

—Se… ¿Se van a ir? —Nos preguntó una Silvia compungida.

—¡Ajá nena, pues claro que sí! —le respondió sonriente Paola y continuó hablándole a mi esposa…

—Yo era tu otro regalo y ya recibiste los dos. Anda y por tus gemidos, se ve que te encantó. Así que ahora me llevo a tu maridito para pasar con él una noche completa de sexo tórrido y salvaje. Porque nenita, tu Rodrigo… ¡Va a darme mi despedida de soltera! —Y Silvia no podía ni sabía cómo salir de su asombro.

—¡Ahhh! Pero no me hagas esa carita de desconcierto. —Continuaba Paola fustigando a Silvia. —Mira qué mañana temprano te lo regreso. Y te juro por lo más sagrado, que Rocky, nunca más tendrá sexo conmigo. Eso sí, va a llegar cansadito, con hambre pero sin ganas de ti, ¡Jajaja!

—Pero Silvia, si te aclaro algo… ¡Voy a volver!… Pero volveré por ti, no lo dudes mi putita hermosa, nos faltan huequitos por explorar. —Y Paola se dirigió hacia la puerta, en tanto que Silvia me miraba bastante alarmada.

—¿Rodrigo?… Mi amor, no te vayas, en serio… ¡No me dejes! —Mientras lo decía, mi esposa se abrazaba arrodillada como estaba, a mis piernas y empezaba a llorar.

—Creo, Cariño mío, que no estábamos tan a la par como yo pensaba. Disfrutaste tu noche y la madrugada, por partida doble. —Y me zafé con delicada firmeza de su amarre diciéndole… —¡Silvia, mi amor! Dos veces van ya, en que me has pagado con traición. Yo, como lo has vivido y sentido, he canjeado mi dolor por tu placer.

—Hmm ¡Por cierto mi Cielo!… Ehh, como no voy a tener mucho tiempo libre y mi boca al igual que las manos, van a estar bastante ocupadas, de una vez te lo digo y me ahorro eso de enviar mensajitos, por favor… ¡No me esperes despierta!

Y me dispuse a salir del piso acompañado por mi rubia y seductora cómplice. Pero una Silvia, convertida en una derrotada Magdalena, abatida e hincada de rodillas y llorando casi lágrimas de sangre, gritó desde su sitio de penitencia en el centro de la sala…

—¡Es mentira mi Amor, es mentiraaa! No pasó nada, no hice nadaaa. Créeme por favor, te mentí… Les mentí a los dos, lo juro ¡Te lo juro por nuestros hijos! —Por esas últimas palabras dichas, me giré y debajo del marco de la puerta, le dije a Silvia…

—A nuestros hijos los dejamos fuera de nuestros problemas. ¿Ok? A ellos no los metas en esto. —Y dando un portazo, me llevé de la mano a mi rubia Barranquillera y a la gestora de mi dulce venganza, en búsqueda de un buen hotel.

—¡Ajá Rocky! ¿Y tú le crees? —Me preguntó Paola, ya bajando en el elevador.

—¡Y como saberlo! —Le respondí, alzando mis hombros y apretando mis labios.

En ese momento entró a mi móvil una llamada. Pensé de primera que fuera Silvia para insistirme en regresar, pero no. La llamada entrante era de un número privado. ¡Desconocido!

Tome la llamada y contesté.

—¡Hola!… ¿Rodrigo?

—¿Martha?… ¿Eres tú?

¿Fin?

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