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La mejor Nochevieja de mi vida

Llegó mi marido a casa comentando habían quedado los amigos que frecuenta en el Club de Golf, en reservar cena-cotillón de Noche Vieja, incluyendo habitación, en un Hotel de la Ciudad. Seríamos cuatro parejas y habían comentado la posibilidad de hacer intercambio para empezar el año, con un toque de sexo que diera emoción a nuestras vidas en el año a estrenar. Por mi parte celebré la idea, ya que mi marido y yo somos liberales y compartimos las aventuras de cada uno. Los demás también quedaron en comentar esa posibilidad con sus esposas. Las reservas se hicieron con antelación, para evitar sorpresas de última hora. La cena-cotillón recomendaba etiqueta, así que podría lucir modelito. Las demás señoras también dieron su conformidad a la velada, tal y como se había programado. Estaba nerviosa los días previos ya que no conocía a nuestros nuevos amigos, todos ellos ajenos a nuestro círculo tradicional.

Llegado el día nos acercamos al Hotel con antelación suficiente para ocupar la habitación reservada. Mi marido cumplimentó el registro recogiendo la tarjeta de acceso a la habitación. Con tiempo suficiente fui maquillándome y preparándome para la cena. Elegí un vestido largo, con las espalda descubierta y una abertura en un lado que mostraba totalmente mi pierna izquierda, que para darle un toque sensual iba cubierta de medias y liguero.

A la hora prevista bajamos al salón donde se celebraba la fiesta. Allí fui conociendo a nuestros nuevos amigos. Las damas pasaban de los cuarenta, eran elegantes y atractivas, igual que sus maridos, todos ellos atentos, con clase y rondando los cincuenta. Me tranquilizó saber que el que me tocara en suerte sería agradable y podría sentirme a gusto. Con mis 38 años era la más joven y sabía sería la más deseada, aunque solo fuera por edad.

Después de la cena, por cierto exquisita, llegaba la hora más emocionante. Se acercaban las campanadas, las uvas y el conocer al que sería mi pareja toda durante la noche. Se separaron los caballeros a una distancia prudencial de nosotras, metieron las cuatro tarjetas de las habitaciones en el bolsillo de uno de ellos y cada uno fue sacando la suya. Las señoras sabríamos quien nos había correspondido cuando tras las uvas, nos felicitara el afortunado acompañante. Los nervios estaban a flor de piel, ya eran casi las doce, todos nos mirábamos con impaciencia morbosa, sonrisas insinuantes y pícaras, la última campanada dio paso al alboroto, a las felicitaciones y besos de unos con otros. Roberto se acercó a mí y atrayéndome de la cintura me besó en la boca, fue un beso apasionado al que correspondí. “No sabes lo que deseaba este momento, he sido el más afortunado y haré que no olvides esta noche”. Le sonreí y me dispuse a disfrutar de la noche que prometía divertida y apasionante.

Roberto era el marido de Marta, una rubia pija, que iba de señora de empresario adinerado y solía mirar por encima del hombro. No trabajaba y sus actividades se ceñían a ir de compras, frecuentar el salón de esteticien, presidir un rastrillo social y presumir de esposo rico y guapo. Me sorprendió aceptara entrar en el juego en el que nos habíamos metido. Su marido Roberto, mi acompañante, además de simpático, era atractivo, le iban bien los negocios y se rumoreaban algunos romances que su mujer parecía desconocer. Su experiencia sexual me garantizaba sexo de calidad.

Tras su apasionada presentación comenzamos a bailar y como era de esperar no tardó en apretarme contra él. Repasó toda mi anatomía por encima del vestido mientras me susurraba al oído la hembra tan magnífica que la suerte le había deparado y las cosas que pensaba hacerme para darme placer durante horas. Me excitaba el roce de su cara en la mía y sus palabras subidas de tono que no dejaba de decirme. Me besaba en el cuello, notaba su mano en mi cintura desnuda y pronto notó que el contacto de su mano me hacía estremecer, había descubierto uno de mis puntos sensibles. Notaba su bulto en mi pubis y lejos de rehuirlo lo buscaba a cada movimiento. De vez en cuando tomábamos alguna copa que favorecía mi desinhibición, entregándome más a sus deseos, dejando que sus manos me repasaran de arriba a abajo. Después de una hora con una excitación imposible de aguantar, propuso dejar la fiesta y subimos a la habitación. Nuestra soledad en el ascensor fue bien aprovechada por Roberto, que en el escaso tiempo quiso comprobar el estado de mi coño, dando su aprobación entre risas de los dos.

Entramos a la habitación y apresuradamente me bajó el vestido que cayó al suelo. “Estás más buena de lo que imaginaba”, dijo contemplando mi figura con la lencería muy sexi que había escogido para la ocasión. Quise ir al baño a asearme pero me lo impidió diciéndome le gustaban los coños sucios y empapados, con su sabor y olor natural. Me senté al borde de la cama, le desabroché el pantalón y sacando su verga, que hacía rato deseaba y sentía curiosidad por cómo sería. Se la mamé sin dejar ni un poro de su piel sin repasar con mi lengua y se la puse al máximo. Se tumbó en la cama boca arriba y me hizo poner en posición de 69. Continué la mamada poniendo en práctica toda mi experiencia y técnica practicada en las numerosas pollas que tuve ocasión de llevarme a la boca y la suya alcanzó un tamaño espectacular a punto de reventar. Durante ese tiempo él también jugó con mi coño mostrando sus habilidades que eran muchas, haciendo manar abundantes jugos. Repasaba mi raja de arriba a abajo con su lengua abriéndome los labios de par en par y aumentando mi deseo de ser penetrada. Succionó el clítoris, que fuera de su capuchón estaba erecto como un micropene… Lo apretaba suave con los labios, luego oprimía con sus dientes a la vez que su lengua lo lamía haciéndome temblar. ¡Qué pasada de comida de coño! Tampoco se olvidaba de mi ano, en el que desde hacía rato metía su dedo pulgar dilatándolo. Necesitaba sentirme poseída pero Roberto parecía no acabar nunca su faena y quería hacérmelo desear demasiado y lo que consiguió fue hacerme venir en un orgasmo que casi no acaba y embadurnarse bien la cara de mis abundantes fluidos.

Satisfecho de su trabajo me puso en cuatro, aun sin terminar mis contracciones, palpitando todavía mi vagina con los estertores del orgasmo y como un semental llevó su verga hasta colocar el capullo entre los labios abiertos hacía rato, esperando aquel cipote delicioso que me iba a llevar al placer más infinito. Lo sentí entrando de golpe hasta el fondo de mi vagina, cogiéndome de la cintura me la clavaba con fuerza, sentía sus huevos golpear mi culo provocando un chof, chof, chof, chapoteando en el abundante flujo, me azotaba las nalgas y yo me movía para aumentar mi placer. “Que bien te mueves zorra, goza, toma verga”. “Como tiene que disfrutar el cornudo de tu marido con lo puta que eres” ” Esta follada la vamos a repetir muchas veces, vas a ser mía”. Estas groserías lejos de molestarme me ponían más caliente, sentía su polla dura estimulando mi vagina y a la vez su dedo pulgar hurgaba en mi ano una y otra vez. No podía evitar gemir, gritar, pedir más verga. No pudo aguantar más y me llenó con el primer chorro, lo que provocó me corriera al sentir su leche caliente, sentía sus espasmos de la polla y sus continuos chorros en disminución , mientras mi cuerpo se retorcía de placer, mi vagina palpitaba y tenía contracciones intentado aprisionar aquella verga y sentía descargas nerviosas que me llevaban casi al desvanecimiento. Caí derrumbada boca abajo en la cama y él encima jadeante, los dos con la respiración entrecortada y el corazón a mil por hora. Así permanecimos un rato mientras sentía como disminuía su polla que iba saliendo despacio de mi coño, arrastrando un reguero de fluidos y semen que bañaban mi entrepierna y las sábanas.

Quedé profundamente dormida hasta el amanecer, cuando sentí el abrazo de Roberto, sus caricias y sus dedos jugueteando en mi coño. Estaba muerta de sueño y aunque me gustaba lo que me hacía seguí adormilada, el siguió estimulando mi vagina hasta que con la polla dura se puso encima de mi clavándomela en posición de misionero. Debió despertar muy caliente porque no tardó en descargas dejándome su esperma llenando mi sexo.

Oí como al cabo de un rato pedía el desayuno al servicio de habitaciones. Cuando entró el camarero a la habitación, me encontraba totalmente desnuda encima de la cama y no me tomé la molestia de cubrirme. Mientras servía el desayuno observé no dejó de mirarme. Según Roberto se fue con la polla dura. El aroma del café caliente terminó por despejarme y unido al apetito que tenía me dispuso a dar cuenta del copioso desayuno. Sonó el móvil de Roberto. Era su mujer que le apremiaba a regresar a la habitación. Le contestó bastante seco que aun tardaría más de una hora, que si tenía prisa se fuera arreglando.

Recuperadas nuestras fuerzas Roberto volvió a la carga, me asombró su capacidad de recuperación y cuando se lo dije me comentó que no tenía mérito alguno con una hembra como yo entregada a su disfrute y además tenía que aprovechar el poco tiempo que le quedaba. Le dije que tenía que hacer pis y cuando estaba sentada en la taza me pidió que no me lo limpiara para poder disfrutar bien de todos mis olores y sabores.

Regresé a la cama y comenzó a comerme las tetas, chupó los pezones que ya estaban duros, bajó lamiendo, vientre, ombligo, pubis, de nuevo clítoris, mientras sus dedos hacían su labor de estimulación en la vagina que ya manaba flujo abundante. Cuando creyó me tenía a punto y el con la verga a tope, se colocó de rodillas entre mis piernas, las subió a sus hombros, mi espalda apoyada en la cama y mi vagina y ano a su disposición a la altura de su verga, con sus manos en mis nalgas me sujetaba atrayéndome hacia su polla que entró de golpe en mi vagina dilatada. Me machacó el coño buen rato mientras yo me acariciaba las tetas y lamía un pezón. Sonó mi móvil, era mi marido pero no descolgué. Seguí sintiendo aquel pollón duro penetrarme una y otra vez hasta lo más profundo. Gemía de gusto y me movía para estimularme más, sus embestidas iban en aumento, cada vez más rápidas y violentas, lo que hizo me corriera gozando como una perra. Sintió mi corrida y la sacó para llevarla a mi ano, sentí su capullo penetrar despacio hasta que estuvo totalmente su polla dentro. Aunque a mi marido no le gusta anal, mi esfínter dilata fácil debido a que antes de casarme me sodomizaron muchas vergas. A Roberto no le pasó desapercibido lo fácil que pudo meterla. “Tienes el culo bien abierto, la de pollas que han debido penetrártelo”. Sentí como su verga entraba y salía aprisionada por mi culo. Empecé a frotarme el clítoris mientras él gozaba follándome, lo hacía cada vez más rápido, su verga oprimida y estimulada en mi ano no podía aguantar más la eyaculación y se vino, mi cuerpo tembló, aumenté la estimulación del clítoris y me vine también temblando de gusto. Tensé mis músculos mientras terminaba de correrme, el orgasmo parecía no terminar nunca, ¡qué placer más inmenso! Cayó derrumbado a mi lado, resoplando, agarré con la mano su polla llena de semen y flujo. Después de unos minutos rompió el silencio:” quiero que seas mía”. “Como tú quieras cariño, acerté a contestar”.

Seguimos acostados recuperando el aliento uno al lado del otro y yo sin soltar su polla llamé a mi marido. Me contestó cariñoso deseándome buenos días. Le dije que en 20 minutos podía venir a la habitación. Vale cariño, sin prisas, me contestó.

Le dije a Roberto debía marcharse. Me pidió mi número de móvil que introdujo en sus contactos y acto seguido cogió mi móvil y me agregó el suyo. Antes de irse me besó repetidamente, me dio las gracias y quedó en llamarme pronto para repetir.

Como era de esperar no tardó en llamar, le hice desear la cita, ya hemos tenido tres encuentros en quince días, en cada uno me ha hecho disfrutar más y me he entregado a tope. En poco tiempo no podrá vivir sin mi coño. Como no pienso ser su puta, tendrá que dejar a su estúpida mujer y plantearme algo serio. Al menos eso pretendo.

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