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Cuba de mi perdición

Muchas mujeres en alguna ocasión soñamos con ser poseídas por un hombre de color. Nos imaginamos a esos hombres con pitos enormes y con una dureza asombrosa. Eso lo pensé justo antes de abordar el avión que nos llevaría del Distrito Federal a La Habana. Mis amigas Claudia y Rosalba viajaban en plan de conquista. Sin embargo, había algo que me molestaba y es que mi esposo decidió -de última hora- cancelar su boleto, pues argumentó una semana muy pesada por una visita a Chiapas.

Molesta, decidí que viajaría y lo único que recibí como recomendación fue: “Pásatela bien”. Fin del comunicado.

En fin, llegamos a La Habana a las 14:00 horas. Una hora después ya estábamos instaladas en el hotel “Tropicoco”, un lugar muy sencillo cerca del mar. Al momento de registrarnos vimos a muchas parejas de americanos y europeos que también llevaban deseos de divertirse en un lugar en el que te quieres esconder y en el menor descuido te encuentras a algún conocido.

Esa noche  recorrimos a pie un amplio boulevard. Conocimos a muchas personas que exhibían su pobreza, es cierto, sin embargo, muchos se veían felices. Quizá en Cuba la gente no presta tanta atención a la cuestión económica o quizá ya están acostumbrados. Un chico de unos 17 años que se prostituía nos ofreció estar con las tres y hasta nos dijo que nos daría un descuento o bien, aceptaría cualquier cosa: Pasta dental, jabón de baño o shampoo, tan escasos para ellos.

Opté por obsequiarle una pastal dental que llevaba en una bolsa tipo morral. Al fin y al cabo yo tenía la facilidad de comprar otra, él en cambio pasaría muchas dificultades para obtenerla.

Decidimos entrar a una cantina en donde habían turistas de distintas razas. Hombres guapos pero también mujeres hermosas que se deshinibían al probar el ron. Esa noche, mis amigas y yo bailamos sin parar, a veces con algún buen bailarín y en otras ocasiones las tres nos rodeamos y bailamos. Sin embargo, nunca olvidaré mi primera noche en La Habana. Fumé puro y probé todo el ron que llegó a mi mesa. Al final, mis amigas sufrieron mil y un problemas para llevarme hasta mi habitación pues quedé tan ebria que no podía hilar dos pasos. Me metieron como pudieron a mi cuarto y así me quedé, dormida con una gran borrachera.

Al otro día, mis amigas salieron a pasear con unos chicos españoles. Según me contaron por más que intentaron despertarme les fue imposible. Abrí los ojos alrededor de las 2 de la tarde. Una jovencita morena y de cuerpo excelente ordenaba la habitación. Conversé un poco con ella y una vez que se marchó de la habitación me di un baño y me arreglé para salir. Tenía hambre y un dolor de cabeza intenso. Busqué un lugar para comer.

Comí una riquísima Costilla de puerco y bebí dos cervezas. Volví al hotel. Como hacía calor me di otro baño y me cambié. Me puse una minifalda blanca y una blusa escotada. Como andaba un poco loca -no hace falta decirlo- decidí no utilizar sostén y caminé por esas viejas calles. Vi de todo, gente sonriente, gente triste. Me hacía gracia pasar por algunos edificios de departamentos en donde lucía la ropa recién lavada muy blanca y colgando allí. Hasta calzones vi colgados.

Entré por una callejuela y decidí comprar algunos souvenirs. Llegué a un lugar que tenía la puerta abierta. La estructura era vieja. Crucé una cortina y vi que vendían pulseras, puros, abanicos y por supuesto, ron. Llegué hasta un viejo mostrador y toqué fuerte, hasta que salió un hombre muy alto, piel oscura, bigote y barba. El tipo era muy flaco, andaba en bermudas y sandalias. Medía quizá como 1.90.

Al principio estuvo serio, quizá pensando en que no le compraría nada. Tomé algunas cosas y las coloqué en el mostrador. Durante mi recorrido allí no me quitó la vista de encima. Pensé que quizá me vigilaba que no fuera a robar algo. Al final le pagué y eso le puso contento. Era obvio que vivía en una situación delicada y me refiero a lo económico. Su local formaba parte de una vieja casa de un nivel y el resto de los cuartuchos casi estaban vacíos. El patio era grande. Según me contó había pertenecido a sus padres y cuando murieron fue lo único que le dejaron.

Vivió con una mujer y no tuvieron hijos. Su acento, pero sobre todo su conversación era interesante. Me preguntó sobre mi viaje y le dije que había llegado el día anterior. Poco a poco se fue interesando en mí. Cuando me preguntó que con quién viajé hasta Cuba, le dije que fui con unas amigas y que mi esposo se había quedado en México. Eso provocó que la plática se fuera encendiendo. Me dijo que él no habría permitido que viajara sola pues eso se lo dejaba a las fleteras (prostitutas).

De pronto ya estaba intimando con un hombre al que conocía de apenas 10 minutos. La cosa se puso interesante cuando mencionó que se le figuraba que yo tenía un rico bollo (vagina, pues). Le subió a su viejo radio mientras se escuchaba una canción y me ofreció una copa de ron. Hasta me invitó a bailar y yo acepté. Había decidido divertirme en Cuba y estaba segura que lo haría. Me tomó con sus grandes manos y el baile hizo que repegara mi cuerpo al suyo. Olía a sudor, alcohol y a tabaco pero no me importó. Yo sudaba también aunque en realidad no me caen gotas sino que mi piel se ve brillosa y me pongo un poco fría, sobre todo de espalda, brazos y piernas. Mientras bailaba el tipo puso una mano en mi espalda y sentí que me acarició. Eso ya estaba encendiéndose.

Se repegó más a mí y pude sentir ¡Oh Dios! su pene oculto en su bermuda. No parecía humano. Bromeo, era un pito grandísimo. Yo comencé a desearlo de inmediato. Cerré los ojos y recargué mi cara entre su pecho y estómago. Mi 1.57 contrastaba con su más de 1.90. Se agachó y me besó. Yo le correspondí y comencé a besar su estómago y pecho hasta donde alcancé. Fue un momento muy extraño. Si todo iba bien por fin cogería con un hombre de color y para más, con un hombre que parecía tener un mazo entre sus piernas. 

El tipo me acarició los senos aún cubiertos con mi blusa y se separo de mí para cerrar la puerta de madera en la entrada. Volvió y me dio la mano para llevarme hasta un cuartucho desordenado que olía mucho a tabaco. En un camastro me senté y le pedi que me quitara la blusa. Lo hizo y después me quitó la falda. Sólo quedé con mi calzoncito y comenzó a chupar mis tetas. Con su mano izquierda jugueteó con mi calzón y con su dedo del medio comenzó a tocar mi vulva sin quitármelo.

Seguía chupándome las tetas y me robaba uno que otro beso de mi boca.

Antes de quitarme el calzón se quitó la playera que llevaba y se bajó su bermuda. ¡wow! su pene era una verdadera macana. Dentro de mí pensé: ¡Es el pito más grande y rico que haya visto!

Me lo acercó y yo comencé a pasarle la lengua. Estaba duro y largo, muy largo, quizá unos 30 centímetros. Yo imaginaba esa verga dentro de mí y sólo pensé si saldría viva de allí: ¡Si muero en la cama que valga la pena!

Metí la cabeza de su pito en mi boca y traté de que entrara lo más que pudiera de su verga. Era inútil. Comencé a mamar su cabeza y lo alternaba con una buena lamida en todo su mastil y también lo masturbaba. Me cambió de posición y me puso como de perrito y lamió mi vulva muy rico. Yo estaba muy excitada y casi suplicándole que me metiera su pito. Yo imaginaba y deseaba esa macana dentro de mí.

¡Castígame papi, me he portado mal! le dije. Él me pidió que me pusiera boca arriba y lamió una vez más mi vulva. Introdujo uno o dos dedos en mi vagina y entendió que ya estaba lista.

Por fin, lentamente comenzó a penetrarme. Yo sentía que me partía en dos pero estaba vuelta loca deseando que me culeara muy rico. Así comenzó, lentamente hasta que lo hizo más rápido. Por supuesto, yo gemía a más no poder y le pedía que lo hiciera más y más rápido. Completamente excitado me cambió de posición y lo hizo de perrito. Me daba una buenas nalgadas que me dejaban muy rojas mis nalgas, pero yo no sentía más que su rico miembro dentro de mí. El tipo era excitante y con su verga tan grande y dura me estaba surtiendo muy rico. Unos minutos después sacó su pito y me arrojó su semen en la espalda. Estaba viscoso y caliente. Me voltée para chupar la punta de su pene.

Repetimos la operación y de nuevo me ensartó de perrito, pero luego me pidió que lo montara. Jamás había sentido así, una rica verga dura que realmente parecía partirme en dos. Yo gemía loca de placer al tener ese instrumento dentro de mí. Lo monté ahora dándole la espalda y de nuevo arremetió con fuerza. Hasta que me dio la indicación de que ya iba a lanzar su chorro. Me hinqué en el suelo y él comenzó a frotarse su verga hasta que expulsó un poco de semen y luego vino el baño, Me salpicó toda la cara y restregó su verga en mi frente y mejilla. Por supuesto, yo estaba agradecida por ese palo.

Fui a un lavadero a enjuagarme la vagina y a echarme agua en cara y cuerpo. Me vestí y me fui a despedir. Todavía él estaba en cama, con su pito grandísimo y delicioso, esperando quizá una tercera vez pero ya no pude. Estaba agotada de tanta verga y de la dureza del miembro de este cubano delicioso a quien encontré por casualidad. Le dejé unos billetes no como pago, sino porque me nació hacerlo. El tipo me trató bien y yo estaba demasiado satisfecha tras haber probado esa verga deliciosa.

A pesar que sólo estuve con él en esa ocasión me siento feliz que cumplí mis deseos y eso no fue todo, recordarán que les comenté sobre la camarera cubana, una jovencita deliciosa que, sí, estuvo deliciosa. Oh Cuba de mi perdición. (Continuará).

 

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