Saltar al contenido

Ana 6: desencadenada (Parte 1)

Ana está cansada de ser usada por los hombres. Cansada de que sólo la vean como un objeto sexual, o como a una puta. El peor es su vecino, que la venía acosando y violando desde hace tiempo. Cada vez que subía por el ascensor, para ir a su departamento le empezaba a latir frenéticamente el corazón, porque sabía, que era muy probable, que su vecino la estuviese esperando detrás de la puerta de su propio departamento, para, ni bien escuchar sus pasos en el pasillo, salir rápidamente a su encuentro, abrazarla por la cintura y arrastrarla hasta su casa, para obligarla a coger de todas las maneras que se le ocurría. Ni si quiera cuando estaba en su período se podía librar de él, porque, previa comprobación de que realmente estaba menstruando, la obligaba a practicarle sexo oral y a tragar su semen. Es cierto que por momentos sintió cierto placer en algunas de esas sesiones de sexo violento, pero últimamente está de mal humor y no soporta esa manera bestial con que la trata aquel hombre.

Por otra parte, Facundo, su amante adolescente (ver Ana 4) la había abandonado. En realidad sólo se había ido de vacaciones con su familia, pero para ella de todas formas es un abandono. Ana le dicta clases de violín, y entre Mozart Y Chopin, se lo coge con ternura. Lo que más le gusta al chico es penetrarla mirándola a los ojos, mientras ella levanta las piernas y apoya los talones en sus hombros. Es el único de sus amantes a quien realmente aprecia. No es muy hábil en la cama, pero eso es más que nada por su corta experiencia. Pero para eso estaba ella, para enseñarle a tocar el violín y a coger bien, y al menos en lo segundo, ya estaba progresando. Cada vez mantenía sus erecciones durante un tiempo más largo, y ya sabía hacerla acabar lamiéndole el clítoris. Pero en fin, el chico terminó la escuela y sus padres lo llevaron a la costa.

También estaban aquellos tres pendejos, de la misma edad que Facundo (ver Ana 5), quienes, habiéndose enterado, por casualidad, de la relación que mantenía con el chico, la extorsionaban, amenazándola con hacer pública su relación y escracharla en las redes sociales. Ana no soportaría semejante humillación, así que optó por pagar el chantaje, que, por supuesto, consistía en una cantidad indefinible de cuotas de sexo.

La última vez que Juan, Diego y Carlos, es decir, los chantajistas, la fueron a visitar, le ordenaron que use un vestido negro, con lunares blancos con el que la vieron en una foto de Facebook. Era una prenda muy simple, pero sensual. Tenía la espalda desnuda y le llegaba un poco por encima de las rodillas. Ni bien cruzaron la puerta, la rodearon, Juan y Diego le arrancaron el vestido tironeándolo de un lado a otro, hasta hacerlo hilachas, para luego hacer lo mismo con su bombacha, mientras Carlos, el más amable y civilizado de los tres, le desabrochaba el corpiño. Una vez que la dejaron en bolas, la pusieron contra la puerta y se turnaron para penetrarla. Carlos será muy amable y caballero, pero una vez que vio ese culo respingón esperándolo, no se comportó muy diferente que sus secuaces, y se la cogió de parado mientras ella arañaba la madera y rogaba que su vecino no escuche sus gemidos, a ver si en un ataque de celos hacía una locura.

Por todo esto Ana está cansada de los hombres, ya sea por la bestialidad, la manipulación o el abandono, los detesta. Así que decidió que a partir de ahora, ella también usaría a los hombres, los poseería cuando le viniese en ganas, y los dejaría, totalmente enloquecidos y calientes, porque si la deseaban de solo verla, mucho más le anhelarían luego de poseerla, y mucho más sufrirían con cada rechazo, porque sabiendo lo abierta y entregada que era en la cama, su negación sería catastrófica. Los llevaría del cielo al infierno.

No podía vengarse, por ahora, de su vecino ni de los pendejos, así que elegiría como presa a algún desconocido, algún pobre infeliz que cargaría con la culpa de todo el género masculino. Tenía varios amantes ocasionales y aún más pretendientes, que se la pasaban mandándole mensajes para verla. Pero eso tampoco le interesaba, esos hombres la habían escogido viendo una foto suya en Facebook, o conociéndola en algún concierto. Todos la habían elegido, y sólo querían una cosa, pero ahora sería ella la que elija.

Piensa en todo esto sentada en el living, y cuando deja de rememorar se sorprende descubriendo su mano apretada entre las piernas, mientras acaricia su sexo. Entonces suena el timbre.

Se había olvidado, había hecho un pedido al supermercado por internet, y el cadete ya había llegado. Le pidió al portero que lo deje subir. Se recriminó el no haberse arreglado mejor, para poder seducir a quien fuese que estuviese subiendo por el ascensor, pero ya era tarde, solo tuvo tiempo para desenredarse un poco el pelo.

En vano se preocupó por no verse presentable, porque cuando el cadete del supermercado la vio, se encontró con una linda rubia, petisa, una mujer con cara de nena, que vestía una remera celeste, ajustada, que marcaba sus pechos firmes y duros por la reciente excitación, y exponían los pezones, puntiagudos, porque entre casa, Ana no usa corpiño. El hombre que había entrado es apenas más grande que Facundo, todavía tiene las marcas de acné en el rostro, es de pelo negro con un peinado que simula ser despeinado, no es muy alto, pero aun así ella apenas le pasa el hombro. Tiene la mirada clavada en sus tetas, y parece no percatarse de lo obvio de su mirada.

—Hola, Pasá — le dice Ana con una sonrisa pícara. Le resulta gracioso que después de preocuparse por no estar producida, su costumbre de no usar corpiño entre casa le haya dado más resultado que cualquier maquillaje o prenda sexy. —Por acá — le indica al chico. Mientras escucha el ruido del carrito con la mercadería que arrastra, está segura que le está mirando el culo, porque si bien la calza es vieja y está un poco desgastada, se ajusta perfectamente a las nalgas. Para excitarlo aún más empieza a menear la cadera a cada paso que da. El chico, efectivamente la ve como hipnotizado, y tropieza con una mesita que está antes de entrar a la cocina.

—Huy, perdón. — se disculpa, sonrojado.

—No pasa nada. — le dice ella, dándose la vuelta, y regalándole una media sonrisa, sensual.— dejame todo por acá. — le señala la mesada — ¿querés un vaso de coca?

—Si, muchas gracias señora. — dice él, mientras va poniendo las bolsas en la mesada.

—¿cómo señora? — dice Ana, fingiendo enojo — tengo apenas treinta años y soy soltera.— mientras dice esto, pone la mano en la cintura y flexiona la pierna derecha un poco. El cadete nota que la calza se ajusta al sexo de Ana tanto como a sus nalgas. La forma de su sexo se percibe a través de la tela, lo que significa que está depilada.

—Si, perdón, sos muy joven. Es que siempre me atienden señoras grandes, y… la costumbre viste. — comenta sin dejar de mirarla.

—Bueno disculpas aceptadas. — dice ella mientras saca de la heladera la botella de coca. Para hacerlo, hace una leve inclinación, eso nunca le falla, exponer el culo de esa manera, haciendo algo tan natural como sacar una botella de la heladera, puede enloquecer a los hombres, ella lo sabe, y siente nuevamente la mirada en el trasero. Cuando se da vuelta para servir en el vaso, el cadete desvía la mirada y sigue colocando la mercadería en donde ella le indicó, pero cada tanto, la mira furtivamente, para luego volver a su trabajo. Ella le entrega el vaso con la coca bien fría.

—¿qué mirás? — le dice, sonriendo, para que no se sienta intimidado por la pregunta.

—A vos. — le dice el cadete, que de repente pareció perder toda su timidez. — disculpame pero sos muy linda. — le dice, esta vez clavándole la mirada a los ojos. Ana siente aflorar en el cadete esa faceta bestial que conoció en tantos otros hombres. El hambre de sexo, las ganas de devorarla, de meterse dentro suyo, le anularon la personalidad y sólo quedó el instinto animal.

—Jajaaja gracias. — dice Ana con una risa histérica, entregándole el vaso con gaseosa. Desvía la mirada a la bragueta del pantalón del cadete, y nota la hinchazón. A él no se le escapa aquel reconocimiento y se envalentona un poco más.

—En serio, sos muy hermosa.

—Gracias. — repite Ana, esta vez con una leve sonrisa. Corre un mechón invisible de su frente y lleva el cabello detrás de la oreja, un gesto de falsa timidez. Él se toma la coca de una vez. Ana se pregunta si se va a animar a acercarse y a comerle la boca, o más aún, si se le va a tirar encima y se la va a coger en el piso, o encima de la mesada, aplastando toda la mercadería mientras la penetra. — bueno, gracias por todo. — le dice. — te voy a deber la propina.

—Vos llamá al super cuando quieras, que no me voy a molestar porque no me des propina— dice el cadete. — Me llamo Ramiro.

—Bueno Ramiro, gracias por todo.

Lo acompaña hasta la salida.

—Entonces nos vemos. — le dice Ramiro en el umbral de la puerta.

—Dale, nos vemos la próxima. — se despide Ana.

Se siente irritada porque el cadete no se había animado a hacer otra cosa más que piropearla. Pero comprende que era lo normal. La situación lo superó y probablemente no creería que podía haberla poseído de solo animarse a hacerlo. En todo caso el chico había quedado fascinado, no faltaría mucho para acostarse con él. Mientras tanto elegiría otra víctima.

Una vez que se masturbó y acabó, debido a la situación generada con el cadete, pensó que sería interesante cogerse a un hombre casado, porque, al fin y al cabo, los hombres eran tan fáciles que le gustaría un reto. Además, el hecho de estar con alguien comprometido, le daría más poder en la relación, podría disponer de él como quisiera bajo la amenaza de contarle a la esposa la traición. La idea la calentó de nuevo, porque ya tenía en mente al hombre que usaría.

Continuará.

Deja un comentario