Capítulo II
A la memoria de Don Blasco de Ibar regresaron recuerdos del pasado, sentía cierta nostalgia de aquellos momentos vividos, pensaba en los años de acción en Tierra Santa donde había comenzado una nueva vida para él.
Su viaje había supuesto un cambio en la fe a Cristo, con respecto a las ideas de los primeros años en la Orden.
Los conocimientos adquiridos fueron trascendentales para entender la lucha que se libraba en Oriente. Habían pasado los años donde pensaba que todo ser humano contrario a su fe era un enemigo satánico, no podía imaginar que detrás de aquellos infieles hubiera personas como él. Comprendió que los hombres son el resultado de sus circunstancias y que el bien y el mal se haya en todas partes al margen de sus ideologías.
Salió de la península para unirse a los cruzados de Federico II de Hoenstauffen bajo las órdenes de Pierre de Montaigu gran maestre de la orden, recorrió los caminos de Tierra Santa protegiendo a los peregrinos, desde Jerusalén Hasta San Juan de Acre, en un constante ir y venir por tierras extrañas.
También conoció otros lugares, otras gentes, otras ideas, profundizo en los secretos de la alquimia, aprendió de sus adversarios, comprendió que no todos los cruzados luchaban por la Cruz, que el mal y la avaricia no entendían de religión.
Después que Federico II firmara el convenio en Jaffa 11 de febrero de 1229, admitiendo a los musulmanes en Jerusalén, las circunstancia cambiaron, otorgándoles permiso para realizar sus oraciones en la explanada del Templo y concesión de las mezquitas de Omar y de Al Aksa. Este acuerdo despojó a los caballeros del Temple de su casa principal. Por este motivo los caballeros tuvieron que hospedarse en otras plazas cercanas.
Un contingente reducido de veinte caballeros entre los que se encontraba Blasco de Ibar, afligidos por la pérdida de la casa madre, no tuvieron más remedio que trasladarse Athlit, fortaleza cercana Acre, al sur del Monte Carmelo; Esta plaza se hallaba cercana al mar construida en un altozano donde su situación estratégica la hacía inexpugnable.
Con ellos marchaban doce familias de caballeros seglares y algunos peregrinos que partieron cuando ocurrió el desalojo.
Apenas quedaban cuatro horas de camino para llegar a la fortaleza de Athlit… ¡Vieron surgir de entre las lomas cercanas un ejército de cien combatientes musulmanes a caballo!
Sus túnicas blancas les identificaban; bien podrían ser Assassis o Refik. Guardando los flancos de la caballería, más de cincuenta arqueros esperaban en formación de combate. A la vista del enemigo los caballeros del Temple formaron en doble fila, colocando en medio a mujeres niños y peregrinos.
Situados los sarracenos a la derecha, en la cumbre del altozano, iniciaron la carga en formación de flecha. Confiados en su superioridad numérica, cabalgaron con la intención de dividir en dos al grupo cristiano.
La columna que marchaba con los gallardetes blancos y negros del Temple siguió su camino sin romper la formación. (Para alguien que no estuviera ducho en la materia podría pensar que los del Temple hacían caso omiso de lo que se les sobrevenía encima), hasta que la caballería árabe no estuvo a unos ciento cincuenta metros, no hubo reacción alguna.
A una orden dada, de forma mecánica, el grupo cristiano se fragmento en tres, la columna de la izquierda giro repentinamente formando una cruz frente al enemigo, la columna de la derecha hizo lo propio, y el cuerpo central siguió avanzado con los caballeros seglares hacia Athlit. Mientras los templarios contenían a las fuerzas atacantes el tiempo necesario, hasta que los peregrinos se pusieran a salvo.
El grupo sarraceno cargó sobre los del Temple, estos sorpresivamente formaron un pasillo, obligando a la fuerza Assassis a pasar por medio, dejándose en su paso algunas bajas. Las fuerzas de la media luna, cuando rebasaron a los del Temple se hallaban en la parte baja cercana a la costa, lo que les hacía más vulnerables.
El ejército atacante perdió algo de tiempo volviendo grupas, hecho que aprovecho el bando cristiano para contra tacar. La formación en cruz, contaba con la ventaja de situar en cualquier posición la misma fuerza y en esta ocasión los soldados árabes estaban en desventaja.
Los cruzados con grandes armaduras que les protegían tanto a ellos como a sus caballos, sumado al realce de sus monturas, hacían de aquel grupo una fuerza demoledora. Colisionaron ambos bandos, la gran alzada de los caballos y la eficacia de los caballeros desmembraron el grupo sarraceno causándole muchas bajas. Pero los Assassis no eran unos soldados de leva también al igual que los Templarios eran profesionales de la guerra, y después de la sorpresa inicial se reagruparon reanudando su ataque.
Las tropas de a pie sarracenas había llegado hasta las postrimerías de la batalla y tomando posiciones estratégicas, cada vez que los grupos se separaban, arrojaban sobre los cristianos tal lluvia de flechas que diezmaban a los del Temple. La batalla se recrudeció aumentando las bajas por ambos lados a pesar de mayor numero sarraceno, las horas trascurrieron y la tarde llegaba a su fin, todavía un grupo de diez caballeros se mantenía en pie, entre ellos el Señor de Ibar. El grupo de arqueros no cejaba de lanzar dardos, a pesar de su coraza una saeta a poca distancia se clavó en el muslo de Blasco de Ibar entre el faldón de la cota de mallas y la pernera del mismo. Sintió como un hierro candente la atravesaba la pierna perdiendo momentáneamente la orientación, bajo el escudo tratando de mantenerse en el caballo, sin darse cuenta… ¡la maza turca de un rival estallo sobre su casco!, perdiendo totalmente el sentido cayó al suelo mortalmente herido.
Prosiguió la batalla hasta entrada la noche, sobre el campo se apilaban los cuerpos de ambos bandos, el ultimo templario descabalgado sujetaba el Bausán con una mano y con la otra la espada. Al enemigo, solo le quedaban quince soldados en pie, en el bando cristiano, todos habían sucumbido excepto él.
Rodeado por infieles dando mandobles a derecha e izquierda no permitía que nadie se acercase, finalmente fueron clavándole lanzas hasta que doblo la rodilla.
El grupo árabe recogió a sus heridos guiados por los lamentos, sobre el cuerpo de Blasco Ibar se hallaban otros cadáveres que le ocultaban, su desvanecimiento le había confundido con los muertos. Debió recobrar el sentido a la media noche, con gran esfuerzo se quitó de encima el cadáver que le cubría, el dolor de la pierna era tan punzante que se mordía la lengua para no gritar. De nuevo perdió el conocimiento, su organismo ante la pérdida de sangre le inhibía de la realidad.
Con las primeras luces algunas personas como animales carroñeros iban despojando de todo lo que de valor tenían los muertos, a él le quitaron sus armas y sus cota de malla solo le dejaron con la túnica ensangrentada y desgarrada.
El sol había inundado todo el valle un grupo de caballeros con mulas y parihuelas retornaban desde la fortaleza alertados por los caballeros seglares que finalmente consiguieron poner a salvo a sus familias y peregrinos. Fueron cargando uno a uno todos los cadáveres que encontraron de sus compañeros para darles cristiana sepultura, cuando un ligero movimiento del brazo de Señor de Ibar les puso en sobre aviso.
Así de esa forma rescataron al herido de una muerte agónica, trasladado a la fortaleza Athlit se le hicieron las primeras curas, la gravedad del caso requería los mejores servicios médicos. En los aledaños de la fortaleza residía un galeno árabe converso de gran prestigio, su fama había trascendido entre los dos bandos contrincantes, como cirujano y médico.
Hali Abbas, siempre había proclamado la barbarie de aquella guerra sin sentido, sus conocimientos no solo alcanzaban a la medicina también a la botánica y la alquimia, experto en el estudio de Avicena, Averroes, así como seguidor de la escuela de Damasco, le había convertido en un hombre sabio.
Cuando llevaron al joven caballero de Ibar había trascurrido dos días desde tan aciago hecho, se debatía entre la consciencia y el delirio provocado por la fiebre. Aún mantenía la flecha lacerando su muslo. Hali Abbas tras una primera observación sometió al enfermo a unos baños de agua fría para reducir la fiebre.
Cuando esta se redujo sustancialmente, con unas raíces de mandrágora preparo un narcótico, según aconsejaba el sabio Teofrasto, suministrado pausadamente hasta que el joven fue atrapado por un profundo sueño. Le realizo una incisión en el muslo tratando de liberar la punta de la flecha, hasta su extracción. Limpio la herida con alcohol destilado por él mismo, y elaboro un ungüento con ciertos hongos, le aplico sobre el muslo un apósito y después lo vendo.
Pasaron más de diez días entre fiebre alta y agudo dolor. La hija del Hali Abbas una mujer joven y de gran belleza estuvo velando su convalecencia con una gran entrega. Lentamente recobró la consciencia y empezó a recuperarse, pero el golpe en la cabeza le había provocado una amnesia temporal dejándole sumido en un mundo incomprensible para él.
Los cuidados de Yasmín y la ciencia de Hali Abbas realizaron una recuperación milagrosa en él, pronto comenzó a caminar a pesar de una cojera profunda, la dieta y la higiene obraron milagros.
Se fue integrando en la vida de aquel sabio que veía en el Señor de Ibar, el hijo que nunca pudo tener. La buena disposición permitieron al joven ayudar en la casa y en el obrador, recogía en el campo hiervas medicinales dirigido por la joven Yasmín, en el laboratorio a preparar ungüentos y cocciones de hiervas y en las tardes después de la última visita de los enfermos, a recitar los textos de los grandes filósofos.
El precepto de la orden fue en alguna ocasión a visitarle, comprendiendo la enajenación sufrido por su caballero, pidió la opinión a Hali Abbas, este le puso al corriente de la amnesia sufrida y de la conveniencia de seguir bajo sus cuidados.
Después de cuatro años el Señor de Ibar se había convertido en un erudito en el conocimiento de la medicina practicada por su tutor, había aprendido los secretos básicos de la alquimia, amplio sus conocimientos de hebreo y a distinguir los signos de los papiros egipcios.
La joven Yasmín se encontraba atraída por él joven, a pesar de la cercanía entre los dos mantuvo sus sentimientos en secreto. El, en más de una ocasión, le había manifestado su amor pero hábilmente la joven eludía contestarle, en su interior resonaban las palabras sabias de su padre: Es un caballero Templario cuando recupere la memoria se deberá a sus votos de pobreza y castidad, así como obediencia ciega a la orden.
Ibar comenzó a recuperar algunos fragmentos de su vida anterior, la indumentaria y las armas que el vestario (Sastre o intendente del Temple) dejara en aquel arcón, cuando todavía está convaleciente, le devolvían acontecimientos de otros tiempos.
Las nuevas vivencias antagónicas con ciertos recuerdos del pasado, comenzaban a crear una tremenda confusión en su interior. Las conversaciones con Yasmín hablándole de Jerusalén, de Athlit, de San Jun de Acre, de la orden y sus costumbres, fueron paulatinamente reconstruyendo el rompecabezas.
Una tarde recogiendo algunas hierbas medicinales, los dos jóvenes charlaban efusivamente sobre la belleza y el amor; sin darse cuenta sus manos se cruzaron y envueltos en un sentimiento embriagador juntaron sus cuerpos y se besaron ardorosamente.
Yasmín, sintiéndose vencida, susurró unas débiles palabras de compasión, pero la pasión de aquel beso derrotó toda fortaleza dando rienda suelta a sus sentimientos… Los gritos cercanos de su criada sacaron a los jóvenes de su abrazo, frenando el ardor del momento. El caballero de Ibar se sintió avergonzado de su actitud y con torpes palabras pidió perdón a la joven, ella con una dulzura infinita puso un dedo sobre sus labios y salió corriendo en busca de su criada.
Se dio cuenta de la situación tan delicada en que ponía a la joven y a su padre, así que después de meditarlo, solicito al maestre de la orden que tomase su confesión.
El señor de Ibar contó a su superior con todo lujo los detalles su recuperación y de cómo poco a poco iba recobrando la memoria. También le puso en antecedentes de la atracción que ejercía la hija de Hali Abbas sobre él y sobre todo de la lucha interna que esto le creaba. Solicitó del superior la incorporación activa. El Maestre, al ver que su memoria todavía tenía lagunas y en prevención de males mayores con la hija de Hali Abbas, decidió repatriarlo a España.
Todos estos recuerdos fueron pasando por la mente del Señor de Ibar, los años transcurridos después, habían sido de reposo y estudio en Cantavieja. El tiempo habían cerrado las heridas del cuerpo y lo más importante, también las del corazón.