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La adivina (2)

Luis estaba comiendo el conejo asado con patatas en la mesa de la cocina de una casa hecha con piedras. La casa tenía dos pisos y en ninguno de ellos faltaban pulgas, arañas y cucarachas.

-Muy bueno este conejo -le dijo Luis a las mujeres.

-Es criado en casa -le dijo la cuarentona, que se llamaba María

Luis fue a lo suyo.

-¿Me podrían hablar de la Adivina?

-Cuanto menos se hable en esta casa de esa joven, mejor -dijo María.

La jovencita rubia sí que quería hablar de ella.

-Es una bruja.

-¡Calla, Diana! -la reprendió su madre.

La joven, calló y bajo la cabeza, Luis le dijo:

-Las brujas no son tan bellas como ella.

-¡A saber cómo es en realidad! Ahora mismo podría ser una de las moscas que ves volando.

-¡Qué te calles, Diana!

-O una loba que se está comiendo un conejo, o una serpiente…

-¡¡A tu habitación!! -a la madre se le había acabado la paciencia.

Diana se fue al piso de arriba. Poco después. María le enseñaba la habitación a Luis.

-Esta es tu habitación.

Era una habitación con una cama de matrimonio de hierro con barrotes en la cabecera y a los pies. Tenía una mesita de noche con un candelabro y una vela encima de ella y una ventana que daba al gallinero, Las paredes, como toda la casa, estaban sin revestir.

-¿Y la compañía femenina? -le preguntó Luis a María.

-La tienes delante. ¿Cuánto me vas a pagar?

María no era la compañía femenina que esperaba Luis.

-Ya hablaremos. Ahora estoy cansado.

María, como tenía a la hija castigada, se fue ella sola a lavar la ropa al río. Diana desde la ventana de su habitación vio salir de casa a su madre con la bañera de la ropa sucia en la cabeza. No esperó más. Fue a la habitación de Luis. Abrió la puerta y asomó la cabeza.

-¿Puedo pasar? -preguntó, con una sonrisa en los labios.

-Pasa, Diana.

Diana, entró. Cerró la puerta de la habitación. Fue junto a Luis, que estaba sentado en el borde de la cama. Y le preguntó:

-¿Valgo la tela para hacer un vestido?

-Vales tu precio en oro.

-Me conformo con la tela para hacer un vestido.

Diana se quitó el vestido marrón. No llevaba bragas ni sujetador. Luis vio sus grandes y firmes tetas con sus rosadas areolas y sus grandes pezones. Vio el abundante vello de sus axilas y de su sexo y la polla se le puso tiesa como un palo. Se levantó. La besó. La cogió por las nalgas y la atrajo hacia él. Diana se estremeció, debía ser el primer beso con lengua que le daban.

-Desnúdame, le dijo Luis.

Diana lo desnudó. Al estar desnudo, Luis hizo que Diana se agachara y le metió la polla en la boca. Se veía que no había mamado antes. Lo hacía francamente mal. Al rato, el que se agachaba era Luis y le pasaba la lengua por el chochito empapado. A Diana le empezaron a temblar sus blancas piernas y se corrió en la boca de Luis.

-Te hace falta bien poco para correrte -le dijo Luis a Diana cuando la joven acabó de disfrutar.

-¿A las otras les hace falta mucho más?

-A fe que sí.

Luis se echó sobre la cama.

-Ven y cabálgame.

Diana subió encima de Luis. Cogió su polla con la mano. La llevó a la entrada de su cuevita y se volvió a correr.

-¡Jesús! -exclamó Luis- Es una delicia estar contigo.

Cuando la metió la polla, la cosa cambió. Le dolía, aun así la siguió metiendo hasta el fondo.

Unos minutos más tarde ya entraba y salía sin dificultad, y tanto entró y salió que…

-¡Me va a venir otra vez, buhonero!

No se vino una vez, se vino tres veces en menos de un minuto, y no se vino más porque Luis se la quitó para correrse fuera.

-Al acabar, le dijo Luis a Diana:

-Háblame de la Adivina.

Diana se ofendió.

-¡¿Estás conmigo y quieres que te hable de otra mujer?!

-Lo que quiero es que me hables del peligro que tiene.

-¿Has visto a algún joven en el pueblo?

-Pues no. Todos son niños y ancianos.

-Hace cinco años había más de cincuenta.

-¿Qué fue de ellos?

-Desaparecieron sin dejar rastro.

-Nadie desaparece sin dejar rastro.

En el saliente de la ventana se posó un cuervo.

-¡¡¡La bruja!!! -exclamo Diana.

Continuará.

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