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Recordando al primer amor (Capítulo 15)

CAPÍTULO XV 

Es una cafetería sita en la calle de Alcalá esquina casi con la calle de Conde de Peñalver. (Antes Torrijos) Ideal para las parejitas con pocos recursos el novio, porque a la sazón era el hombre el que pagaba; eso de que pagara la novia o amiga de turno estaba considerado propio de los chulos; y aunque a un servidor no le sobraban los duros, era el que invitaba, no el que a la mujer explotaba.

 Abajo de la cafetería había un salón en el que unas diez o doce mesas colocadas en sentido perpendicular, una delante o detrás de otras, como si de un tren o autobús se tratara; sólo para dos personas; o sea: la parejita. Y como todos íbamos a lo mismo, nadie se percataba ni le preocupada que la delante o detrás a su amiga o novia le tocara.

 Y esa tarde tuvimos suerte, ya que por la hora que era, casi las ocho, me temía que estuvieran todas las mesas ocupadas, pero no, una junto a la pared estaba desocupada. Pero al ir a sentarnos estaba el asiento caliente.

 -Aquí acaba de estar sentada gente… ¡qué asco! -Dijo con cara de repugnancia. Es que Cristina sentarse donde otro culo acaba de estar sentado, le daba como una especie de repelente esa circunstancia.

 -Puse mi pañuelo de seda en el asiento para que su culete respingoncete no le pusiera en un brete, ya que Cristina no lo puede evitar, asocia culo con retrete; y temía que aquel calor que emanaba de donde había estado sentado “otro ojete”, irse del lugar su aversión le reclamaba. Y para andar buscando otro sitio donde retozar a esa hora, uno ya no estaba.

 Pero mi pañuelo fue un magnífico señuelo; se sentó ya sin recelo, y al tema corrimos un tupido velo.

 Olvidado el tema del “otro culo”, le pasé sin reparos ni disimulo mi brazo por detrás de donde la mujer se pone los rulos.

 -Ella se apartó hacia la pared, como evitando lo que era de prever.

 ¡Pero leches! Pensé ¿Es que hoy la mano no me va a dejar meter?

 -Mira Amador: hoy no estoy por la labor, por eso te pido por favor que sigamos el consejo de don Hilario; hablemos de cualquier temario, pero obviando el amor…

 La madre que la parió… Parece que le había hecho efecto la conversación anterior. Ya se sabe, consejo de cura a todo creyente apura; y cómo yo no soy una cara dura, opté por zanjar la cuestión y el tema se acabó.

 -¿De qué quieres que hablemos cariño? – le dije poniendo carita de buen niño.

 -De nuestro futuro encanto, que pronto voy a cumplir los veintiuno, y no quiero quedarme “para vestir santos”.

 -Pero cielo: si hace menos de un mes que nos conocemos, y novios desde anteayer. ¿Tú crees que hablar de eso es menester?

 La verdad, es que mi futuro estaba muy negro; no había querido seguir en la Guardia Civil; me había despedido de la empresa anterior por culpa de aquel jefe de mala geta no ascendía, y de oficios ninguna idea tenía. Por eso me incomodaba el tema.

 Y viendo las rodillas y el “muslamen” como se le marcaba a través de la falda de tubo que llevaba, por eso digo que hablar del tema me incomodaba, porque más que un tema, me parecía una trama. Desde luego que la niña “no se andaba por las ramas”.

 -Cariño: este asunto ya le tocamos el otro día.

 -Y quedamos para ver esos pisos en San Ignacio de Loyola. ¿Es qué no te acuerdas?

 Me encontraba como en un callejón sin salida; y me estaba dando cuenta a pasos agigantados que tener novia formal para casar sin tener un porvenir asegurado, es estar “loco de atar”. Y al no ser el clásico mujeriego que pasa de noviazgos y compromisos matrimoniales; que busca el amor a través de los sentimientos más nobles; se me estaban humedeciendo los lagrimales al comprobar que la mujer que amaba, que de verdad por ella el verdadero amor sentía; para nada valía si un futuro cierto no le ofrecías.

 Y me quedé tan pensativo y tan dubitativo, que creí oportuno cortar aquella relación de inmediato. Si al mes del noviazgo ya me pone esas condiciones… ¡Cuál no me pondrá en las siguientes situaciones! El asunto no me era grato, ¡no, no! no me era grato.

 Tuve una especie de arrebato, o quizás un complejo de inferioridad ante aquello que me superaba. Es que, con veintitrés años, (casi veinticuatro) sin porvenir y con novia, no sé si es para llorar o echarse a reír. Y de súbito comprendí, que, esa relación debería acabar allí. El noviazgo no es cómo yo esperaba; por lo que decidí:

 -Debemos acabar esta relación Cristina. Y te juro por mi honor que a ella no soy remiso, pero no estoy en situación de aceptar este compromiso; y de ver un piso… comprendiendo que es preciso, pero ni a corto ni a medio plazo, comprarlo diviso.

 -¿Es esto un aviso? Me dijo con carita de decepción.

 -No Cristina, es una solución. Yo hoy no puedo ofrecerte nada más que amor, amor puro y desinteresado, amor fácil para mí dar, pero insuficiente para formar un hogar.

 -¿O sea: que me dejas? – Dijo frunciendo las cejas.

 -Te juro que muy a mi pesar; pero ya ves que nada tengo que dar. Y antes de que este amor tan grande que te tengo, pero que “no vale pa’na” se haga inmortal, mejor es ahora acabar. Tú, mereces un hombre que pueda ofrecerte esa estabilidad que deseas; que hará feliz y mucho más feliz al que te posea.

 -Pero yo te amo, te lo juro por los dos; pero sé muy bien que el amor da mucho sufrimiento cuando no se disponen de los emolumentos que lo sustenta; porque desgraciadamente al amor sin dinero, no le salen las cuentas.

 -¡Coño, Cris..!

 -No digas palabrotas, que sabes que no me gusta.

 -Disculpa… pero ¿quién te ha enseñado esa filosofía? No creo que haya sido la vida ¿verdad?

 -No lo he vivido, pero lo he visto y lo sigo viendo, que es peor, por eso no quiero caer en ese error.

 Comprendí y callé. Sabía que el padre de Cristina era un “calavera”, que pegó un braguetazo por los dineros del abuelo materno, que era el que regía los destinos de la familia. Pero no sabía hasta que punto había influido en su educación, que como ya estaba comprobando era para mí fruta prohibida.

 Eran ya las nueve y diez de la noche, y aunque de día todavía por los dichosos cambios horarios, comprendiendo ambos la situación, y que ya nada allí nos retenía, nos levantamos y nos marchamos.

 Sólo una mirada, para mí que, de reproche, y yo me limité a desearle lo mejor.

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