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Recordando al primer amor (Capítulo 20)

CAPÍTULO XX

 

La confesión con el padre Renato sobre mi pecado con Cristina, me hizo comprender una cosa: que mi verdadero problema no era salvar mi alma del fuego eterno del Infierno en donde dicen los curas que van los pecadores que no se arrepienten de sus pecados mortales.

La verdad que no estaba arrepentido de haber hecho el amor con ella; al contrario, estaba deseando volver a sentir su aliento y el contacto con su piel de seda.

 

 

Porque la dermis de Cristina

no es epidermis de mujer;

es tan diáfana y cristalina

que en ella se puede beber

libación que su alma sublima

y mi boca ansía absorber.

                  

Arroyos de fluidos celestes

emanan sus fuentes de amor,

aromas de “montaña agreste”

le dan ese grato sabor;

aromas de fluidos celestes

que ceden su excitante olor.

 

Olor que da esencia a las rosas,

a las flores del Paraíso

donde juegan las mariposas,

y yo con ansias improviso

excelsos poemas y prosas,

me ponen a sus pies sumiso.    

        

Pero también estaba muy preocupado porque si don Renato había salvado mi alma (de momento) del fuego eterno, no me había solucionado el problema de nidito de amor para casarnos, según me aconsejo para “tener contento al Señor”.

¡Joder! si fuera tan fácil comprar un piso como confesarse, seguro que habría menos pecados contra “el Sexto”, porque yo estaba deseando casarme con Cristina. Pero… ¿De dónde “coño” sacaba yo el dinero? Desde luego que “desde el de Cristina no lo iba a sacar”, porque yo seré pobre, pero de chulo nada. Y del de su abuelo (el dinero, no lo otro) menos, ya que suponía que no me miraba con buenos ojos. ¡Bueno! sólo lo suponía porque en los casi tres años que fuimos novios no llegué a conocerle ni de lejos.

Y sé que tenía “pasta”, porque era el dueño una fábrica de galletas, que se vendían bastante bien por la zona. Se me pasó por la cabeza varias veces dejarla embarazada, y así forzar a su abuelo una “boda de penalti”. Pero no; un servidor era un idealista, un poeta sin futuro; un alma cándida que creía que la vida hay que vivirla con los sentimientos que emana del corazón, no de la razón. ¡Joder! Pero que gilipollas era. Y no me arrepiento, lo digo de verdad, porque una boda en esas condiciones no es una boda, es “un bodorrio”

A las seis, cómo casi siempre a esa hora iba a buscarla.  No sé que cara llevaría, que nada más verme me dijo:

-Tienes cara de preocupación, ¿Te ocurre algo?

-Nada importante cariño. Le dije para no preocuparla, pero la verdad si que estaba preocupado de nuestro futuro. Había cumplido los veinte y dos años y nada tenía que ofrecer, salvo un amor limpio y sincero; pero eso por lo visto no es suficiente para formar un hogar; eso de: “contigo pan y cebolla” no basta.

        

Si sólo puedes dar amor

a la dama que te enamora

olvídate de ella, es mejor

pues amor único de alcoba

con el tiempo pierde valor.

 

Si al cariño no se alimenta

con prebendas y bagatelas

al fin le llega las tormentas,

consejo dieron mis abuelas:

el amor al amor se enfrenta.

     

Pues el amor te pide cuenta

y si no se las das, recela

y la vida se vuelve cruenta.

¡El amor tiene mucha tela!

o lo atiendes o se revienta.

 

Y se va como ave que vuela 

si con interés no se asienta

o no le pones centinela.

Mejor es que no se consienta

si amor se sustenta con “pelas”. (Pesetas)

 

-Pues sigo pensando que algo te preocupa, pues ese ceño fruncido, no es en ti habitual, seguro que algo te va mal.

-Es que me he confesado, y la confesión me ha preocupado.

-¿Tanta penitencia el cura te ha echado?

-¡No mujer! Tan graves no eran mis pecados.

-Entonces: ¿Por qué ese gesto tan malhumorado?

-Es nuestro futuro el que me tiene anonadado.

-Es lo que me había imaginado. -También a mí me preocupa tu porvenir, Amador.

-¿Y por qué has vuelto?

-Por amor. Y porque pensaba que ya tenías el porvenir resuelto.

-Cariño: el porvenir no se resuelve en par de semanas. Además, en un mar de dudas me veo envuelto. Por eso vengo de mala gana.

-¿Cuales son tus dudas?

-Las sexuales.

-¡Vaya por Dios! ¡Que pena!

-¿Porqué pena!

-Porque venía dispuesta a “repetir la faena”.

Cómo estaba tan preocupado, no caía en lo que pretendía. Ni me acordaba de lo del “Chispero“.

-¿Qué faena? Pregunté con cara de necio.

-¡Jolín Amador! Hoy no tienes precio. ¡Pues qué va a ser!

-¡Ah ya! Pero mucho me temo, que hoy no “se me pone recio”. Lo siento de verdad cariño. Mejor lo dejemos para otra ocasión más propicia.

-¡Qué te habrá dicho el cura para este cambio tan radical!

-Que hacer el amor de solteros es un pecado mortal.  A lo sumo, hacerse caricias, pero sin llegar a la bacanal.

¡Pero que cura más animal! No lo dijo, pero lo pensó. -Pero cariño… ¡Cómo va a ser pecado mortal el amar!

-Eso mismo le pregunté; pero según don Renato mientras sigas soltera, perteneces a Dios toda entera; y si yo sin casar, te arrebato lo que es de Dios; le causaré un gran dolor.

¡Dolor es el que a mí me estas causando, pedazo de gilipollas! -No lo dijo, pero lo pensó. -Mira: dejemos esta conversación tan torticera, y vayamos a disfrutar de este día soleado de otoño, ¡coño!  No lo dijo, pero lo pensó.

-Te juro Cristina, que te deseo, que por amarte me muero, pero no en “aquel agujero“. Aquello me pareció una cosa guarra; y aunque mi amor hoy desbarra, me han hablado de una casa en la Avenida de Donostiarra, que alquilan una habitación a parejas para hacerte el amor como yo quiero.

-¿Y vale mucho dinero?

-No te preocupes por eso mi amor.

-Si no lo tienes lo pongo yo, pues hacer el amor contigo entre sábanas de algodón es mi mayor ilusión.

-¿Y si las sábanas son de hilo.?

-Sean de hilo o sean de seda, seré para ti toda entera.

-¿Y si se enfada el Señor?

-Dile que por ti me he convertido en una ramera.

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