De madrugada,
sale la doncella del castillo,
con su cabeza plagada de sus sueños.
Sale del oratorio medieval,
de la biblioteca llena de incunables,
entre tinteros, plumas, antiguos manuscritos,
colecciones de libros de bestiarios,
y, entre los candelabros y las velas,
ella sale a los campos y los bosques,
al filo de la aurora,
al terminar la madrugada.
Deja atrás la rueca y el hilado,
el libro de horas y las flores,
va mirando a los pájaros que emigran,
contemplando los árboles de fuego,
las nubes violeta y los rosales,
en el paisaje se sienta, presa de inquietudes,
a la orilla del río, en las cascadas,
recordando a los juglares de la plaza,
las canciones y romances
de los trovadores en la Corte,
va pensando, soñadora y melancólica,
en lugares remotos, en estrellas,
suspira por el unicornio tan hermoso
que habitó sus madrugadas,
reflexiona en las piedras centenarias
que forman la iglesia antigua,
ve los monjes copiando aquellos libros,
atenta a nubes, lienzos, mariposas,
soñó con carabelas
navegando por mares de diamantes,
con rosales de fuego
y nácar marino que brotaban
de las heridas,
con mariposas y remotos mundos,
y se queda inmóvil recordando
centauros y sirenas,
caballeros, dragones, princesas encerradas,
soñando con sus sueños.
Ella estaba entre relámpagos o ciervos,
y algún día,
extremadamente lejano y misterioso,
las exploradoras carabelas,
más allá de los mares conocidos,
más allá del mundo conocido,
fuera de sus confines ,
llegando a los secretos de los siglos,
entre las tempestades y tinieblas,
entre los abismos y huracanes,
empujadas por los vientos,
entre la muerte, luchando con la muerte,
cuando el Medievo finalice,
cuando ella sea Reina.