Andaba metros delante de mí,
era mujer ancha y de piel morena;
quise verla de cerca y decidí
aligerar mi paso, daba pena;
y lo hice tanto que casi corrí.
Ella parecía haber puesto la antena;
giró su rostro y me dijo: “Qué quieres”;
le contesté: “Deseo nuevos saberes”.
Tal mi respuesta la dejó perpleja:
“¿Saberes?”, dijo, “pocos puedo darte,
soy ignorante, en mi aspecto se refleja,
no alcanzo a ver qué pueda yo enseñarte”;
le dije: “Siempre aprende el que se deja,
estoy dispuesto a todo, con mirarte
sé que podrás darme lo que ahora ansío”;
“Ya”, dijo, “tú quieres el coño mío”.
Dijo: “No creas que me voy con cualquiera,
pero sé que tú eres poeta con clase,
te vi en Instagram, ¡esto no se espera!”;
dije: “Ni que mi polla te traspase”;
dijo: “Ay, osado, eso querré, soy sincera”.
Se acercó, me besó, ¡que a mí me pase…!;
enseguida la sujeté del talle:
hubo unión de lenguas en plena calle.
Se llamaba Elvira y era divorciada;
vestía un vestido corto de tirantes,
con escote de curva pronunciada;
las tetas, muy redondas e insinuantes,
parecían pedirme una gran chupada;
calzaba unas sandalias excitantes.
La cara tersa ocultaba su edad;
los ojos…, y la boca, oh, esa oquedad.
Fuímos a mi estudio. Ella se sentó
frente a mí, puso cruzadas las piernas.
Esa postura mucho me gustó:
vi los muslos sabrosos, carnes tiernas…
Yo salivaba cuando interrumpió:
“Oye, poeta, tú que sexo y arte alternas,
me gustaría oírte recitar, recita,
vamos, cada verso tuyo me excita”:
“Hoy, Elvira, a mí me gustaría tenerte
entre mis brazos, desnuda y caliente;
poder saborearte, más aun, comerte
hasta que tú me pidieses ardiente
que te folle, que ya quieres correrte.
Me mamas la polla y la ves creciente.
Piernas abiertas, el coño mojado:
me vuelves loco, no sé qué me has dado”.
Elvira desnuda, grávidas tetas,
se aproximó y me acarició el paquete;
me miró y dijo: “Me encantan los poetas”.
Me quitó la ropa en un periquete;
unimos los cuerpos, fuera caretas:
el macho y la hembra, consuelo y polvete.
Chupó mi polla, no era obligatorio;
luego dijo: “Venga, a tu dormitorio”.
Me tumbé sobre su cuerpo caliente;
ya su escultural figura temblaba.
Me besaba en el cuello como ausente.
Yo follaba, ella los ojos cerraba.
Para mi correrme no era muy urgente:
se la metía y dentro me demoraba.
Oí un gemido: “A-a-ah”; sentí su contorsión,
y aceleré hasta la eyaculación.
A Elvira no he vuelto a ver, pero escribe,
uno me lo ha dicho, en cuentorelatos.
Sus relatos muchas vistas recibe;
qué pasajes, no sé anda con recatos:
me empalmo con el sexo que describe.
Oh, Elvira, oh, qué pajas, qué buenos ratos.
Si no pone su nombre, ni es anónimo,
es porque aquí se estila dar pseudónimo.