Tus ojos posaste en mí, lo primero;
Luego, tus manos, tu boca; tus besos.
Susurraste a mi oído tantos excesos
De tu amor: deseos de mi cuerpo entero.
Me quitaste el camisón, con esmero;
Te señalaron mis pechos, muy tiesos,
Morenos pezones, duros como huesos;
“Chúpalos”, dije, “tú, mi prisionero.”
En tus brazos, al lecho fui llevada,
Acostada; y tu polla se empinaba;
Me incliné, la así y te hice una mamada.
Oía tu ronco placer y yo anhelaba
Arriba montarte; “¡Oh, ah, gusto, qué entrada!”;
Ruge tú tu orgasmo; ¡ay el mío, no se acaba!