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Un orgasmo a 32 mil pies de altura

Vestía ropa de ejecutiva de un color azul gris. Falda hasta las rodillas con un chaleco que cubría una blusa casi transparente de color blanca. Zapatos de tacón alto que la elevaban a un metro 70 centímetros fácilmente. Cabello negro, espeso y lacio que le cubría su bonita y sensual espalda y su rostro era juvenil y bonito de una tez morena clara. Cuando localizó su asiento en el avión, coincidentemente le tocaba sentarse junto a mí y lo primero que me preguntó era si es que hablaba español y le di mi respuesta afirmativa.

Me dio el nombre de Magali y quien me contaba que había estado toda una semana en mi ciudad por cuestiones de trabajo y ahora regresábamos a la ciudad de Managua, de donde era originaria. Yo volaba hacia Managua con la idea de celebrar mis 50 años con una chica lectora de nombre Damaris, y quien por meses hemos venido chateando a través de los formatos simples y por video también y de alguna manera habíamos acordado tener un encuentro sexual como los que relato a través de este medio.

Magali, después de una introducción informal, lo primero que me comunicaba, era que temía volar y se le podía notar un poco el reflejo de su ansiedad. De alguna manera intenté asegurarle que eso de volar es lo más seguro en transportación y que se distrajera viendo u oyendo música para no estar pendiente del despeje o del descenso, que es a lo que ella más temía, según recuerdo dijo.

No habíamos despegado aun, cuando ella le pedía a la moza de vuelo, si le podía proveer de una franela para mitigar el frio en el avión. Mientras tanto hicimos una corta plática donde conocía que trabajaba en la industria hotelera y sonrió con la coincidencia que yo me quedaría en un hotel, el cual precisamente es donde ella tiene su oficina. Veo que Magali tiene mucha seguridad al hablar y pronto desarrolló cierta confianza para que le aclarara ciertas interrogantes del idioma inglés.

Al despegar, Magali se tomó la confianza y se adueñó de mi brazo y su mano se unía a la mía y podía sentir esa sensación vibrante de su nerviosismo cuando dejábamos la ciudad donde vivo. Cerró los ojos y mientras ella seguía apretándome la mano, con mi mano libre le he llevado su rostro contra mi hombro y se acomoda como si de mi pareja se tratara.

Todo parecía de lo más normal en lo que podía esperar de una chica que teme volar, pero conforme pasan los minutos, Magali ha comenzado a rozar mi mano con su otra mano, como si de acariciarlas se tratara. Magali descansa sobre mi hombro y ya para este punto hemos subido la división de los asientos y está más libre para pegarse a mi cuerpo. Siento su masaje sobre el dorso de mi mano y con sus uñas fricciona los vellos de mi brazo. Pienso que es parte de su nerviosismo por volar, pero poco a poco, me pone mi mano sobre su pierna, casi entre su entrepierna, y como se ha cubierto con esta pequeña cobija de franela que le han proveído, aquello pasa desapercibido, pues a un lado de nosotros, en la otra línea de asientos, va otra persona enfocada en su computadora.

Tomo la iniciativa de masajearle su entrepierna y veo que ella accede sin titubeos. Yo estoy un poco incómodo, pues mi habilidad con mi mano izquierda no es la mejor para aquello del masaje y en la posición que me encuentro. De todas maneras, he logrado subirle la falda y tener un toque más directo con su piel. Magali, solo suspira cuando hice la maniobra y mis dedos hoy exploran y quieren introducirse entre sus calzones, que deben ser diminutos. Toco su vulva y la siento mojada; ella está caliente y mis dedos se mojan con la miel que emana su depilada concha. De alguna manera intento masajearle el clítoris, pero en esta posición se me hace un poco difícil. Pasamos otros minutos así y de repente Magali me dice que tiene que ir al baño. No sé si quería que yo fuese detrás de ella y encerrarnos en el baño, pero eso de tener sexo en lugares reducidos como lo es el lavamanos de un avión, como que no va conmigo.

Cuando regresó, yo ya me he movido al asiento del pasillo y Magali ahora se sienta donde originalmente yo estaba sentado, y esto me da mejor condición para llegar donde quiero llegar. La sorpresa, es que Magali se había removido su prenda íntima, y ahora tenía acceso directo de masajear su conchita a placer. Regresé con mi mano derecha donde estuvo la izquierda y comencé a juguetear con su clítoris y de vez en cuando uno o dos de mis dedos desaparecía en la rica vulva de Magali. No pasaron ni 5 minutos cuando esta esbelta y espigada chica nicaragüense vivía su primer orgasmo a 32 mil pies de altura. Intentó ahogar sus gemidos y se contuvo lo más que pudo, aunque yo creía que si se podía escuchar la respiración agitada de esta linda chica, al igual que se podría oler, la feromonas del sexo exquisito de Magali. Gracias que en estos días la gente siempre vive conectada al internet y en la clase ejecutiva, pues la mayoría pretende trabajar con sus auriculares puestos. Me levanté y me fui a lavar las manos y Magali hizo lo mismo.

Creo que esta chica estaba tan sorprendida como yo, pues nunca se me había ocurrido hacer esto con una desconocida y mucho menos en un avión repleto de pasajeros. Creo que ella no hallaba que decir y fui yo quien le preguntó con una mirada picaresca:

– ¿Te gustó?

– ¡Estaba delicioso! ¡Quería gritar! – y se había puesto a sonreír.

– ¿Quieres más?

– ¡Si! ¿Pero usted?

– No te preocupes por eso, hay luego imaginamos algo.

Hicimos plática por unos minutos y descubrí que tenía 27 años, que tenía novio con el que debería de casarse en dos meses y que todo aquello la había tomado de sorpresa, pues nunca imaginó hacer aquello con un desconocido y menos en un avión. Recuerdo que me pidió que le besara sus labios, como si fuese un pellizco, pues quería asegurarse que estaba despierta y que aquello no fuera más que un sueño húmedo, como los que algún día tuvo cuando era más joven. En la plática de los sueños húmedos nos quedamos y volvimos a la faena anterior. Mi dedo le masajeaba su clítoris, haciendo círculos y de vez en cuando bajaban por su mojada rajadura y metía uno, dos dedos y Magali solo gemía calladamente de placer. En aquella posición podía hacerle ese masaje y con mi boca le mordía su oreja y varias veces intenté con mi lengua llegar a ese orificio erógeno, pero Magali no soportaba tal sensación de abierto y exquisito placer. Comenzó a mover su pelvis con si intentara meterse toda mi mano, yo aceleré el ritmo del masaje en su concha y gimió como una gata cohibida cuando se corría por segunda vez. Nuevamente mi mano derecha estaba empapada de sus jugos vaginales y volví a oler ese aroma con una mezcla como si se tratara de sudor y cloro, pero que a cualquier ser humano enciende. Otra vez hicimos lo mismo y me voy a lavar al lavamanos; Magali también hace lo propio.

Al regresar ella se me acerca y me dice al oído que me quiere mamar la verga. Yo estoy en el asiento del pasillo y puedo observar a la aeromoza hacer su trabajo, así que aquello y la calentura me hace tomar la decisión de sacarme la verga y ponérsela a disposición a Magali. Siempre, toda aquello debajo de esta franela color amarillo. Veo que el que va en los asientos al otro lado del pasillo, sigue enfocado en su computadora y de repente siento los labios húmedos de Magali saboreando con su lengua la cabeza de mi verga. De vez en cuando la interrumpo, pues la aeromoza pasa ofreciendo bebidas o comida. Siento como la saliva de Magali recorre por mis huevos y llega hasta la rajadura de mis nalgas, pero la sensación y el placer que me da esta chica hacen que me aguante y que piense como voy a lidiar con ello después que me haga acabar. Tengo que hacer movimientos con mi pelvis para llegar a esa sensación exquisita y le dejo ir tremenda corrida y veo que Magali ya tiene papel higiénico en mano y se limpia lo mejor que puede. Nuevamente ella se va para el lavamanos y vuelve a darse esos retoques, donde se rocía su perfume que camufle el olor de mi esperma en su rostro.

Platicamos un rato más y de repente nos anuncian que aterrizaremos en San Salvador en 30 minutos, pues deberíamos parar ahí en ruta hacia Managua. Mi pantalón quedó húmedo de la saliva de Magali y me incomodaba, pero me la tuve que aguantar hasta llegar a mi destino. Lo bueno que al vestir traje, por lo menos me cubría el área donde visiblemente estaba húmedo. Hemos llegado a Managua donde nos hemos separado, pues el novio de Magali ira por ella al aeropuerto. Por curiosidad intento estar cerca de ella y coincido cuando bajamos a la sala de espera y veo a este chico, bastante elegante salir a su encuentro, darle un abrazo y un beso en la boca. Solo imaginé, como horas antes esa boca había quedado llena de la descarga de esperma que me sacó tremenda mamada a 32 mil pies de altura.

Obviamente habíamos quedado de acuerdo en vernos días después, y así sucedió en una de las habitaciones de hotel donde Magali trabaja. Llegó esta vez en pantalones vaqueros con una tanga color café. Ese día le he dado una tremenda mamada a su “Chunche” (así me dijo le llamaban a la vulva los nicaragüenses), le di tremendo masaje oral a su rico culo, el cual según ella estaba todavía virgen cuando me lo dio. Dijo que le había dolido, pero que le había gustado y hasta cree que por primera vez había experimentado un orgasmo distinto a los demás, el cual siempre que hablamos idealiza, y fue su experiencia del primer orgasmo anal.

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