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Embarazada y deseosa

Los dos primeros meses de mi primer embarazo fueron muy difíciles. Tuve riesgo de aborto. De acuerdo al ginecólogo, si todo salía bien, mi bebé nacería en octubre. Esos dos primeros meses estuve quietecita. No me movía más que sólo lo necesario. Permanecí en reposo absoluto. Una vez que pasó el peligro y gracias a las atenciones de mi doctor, mi bebé crecía normal. A los cuatro meses supe que tendría una niña a quien decidí llamarle Ana Karen. Sin embargo, algo gracioso ocurrió luego de esos cuatro meses.

Primero, como no había tenido sexo, tuve que pedir permiso a mi médico para tener sexo con mi esposo. Yo, una mujer que en mi vida no había dejado pasar ni tres días para tener sexo tuve que esperar unos tres meses sin tener un pene dentro de mi vagina. Era algo para ripley. Sin embargo, mi esposo no se aventuraba a penetrarme bajo el argumento de que me podría afectar. Mi marido tiene un rico pene pero tampoco es un fenómeno, si hubiera tenido una verga de 30 centímetros de largo y unos 8 centímetros de grueso me habría proecupado. ¡No te voy a rogar que tengas sexo conmigo, pero necesito ser penetrada!, le exigí una noche. No me hizo caso.

Durante el día utilizaba mis dildos y mis vibradores, sin embargo, no me sentía satisfecha. Yo necesitaba una buena verga que me dejara contenta. En una ocasión amanecí demasiado caliente y húmeda. Decidí ponerme un short y una blusa de embarazada. Era una blusa roja con escote que permitía mostrar parte de mis pechos. Me puse unas sandalias y fui al supermercado. Literalmente fui de conquista para ver si podía ver a algún mozuelo a quien pudiera convencer para que me cogiera. Vi a dos o tres pero me miraron con demasiado respeto al verme embarazada, pese a que les lancé miradas ardientes, no tuvieron efecto.

Hice las compras y volví a casa, descorazonada. Allí, me quité mi short y mis sandalias y me senté en el sofá de la sala para ver televisión. Rato después, alguien tocó a la puerta. Fui sigilosamente a ver a través de la mirilla y ¡oh!, mi corazón dio un vuelco, era el vendedor de enciclopedias a quien mi esposo le compró una colección de diccionarios y algunos fascículos sobre el reino animal.

Al principio no supe qué hacer, hasta olvidé que me había quitado el short y entreabrí la puerta. El sujeto era alto, medía quizá 1.80 y era digamos que atractivo, más bien se veía interesante pues llevaba traje y corbata pese al intenso calor.

El tipo miró mis piernas y abrió los ojos desmesuradamente al darse cuenta que llevaba calzón. Se repuso y me ofreció unos catálogos. Yo le invité a pasar pidiéndole que disculpara que estuviera en fachas. ¡Ni lo diga, se ve usted muy bien! apenas atinó a decir.

Se sentó en el sofá y aunque estaba nervioso me dio el clásico discurso de venta. Yo le observaba y no perdía de vista sus ojos que varias veces voltearon hacia mis piernas. Le pregunté -en broma- si no llevaba libros sobre embarazadas frustradas y se puso más nervioso: ¿frustradas? preguntó.

Y entonces no paré de hablar. Le comenté sobre el riesgo de perder a mi bebé, de que mi esposo no me tocaba y sobre todo del deseo de sentir las caricias de un hombre. Más zorra no podía haberme portado. Él comprendió la indirecta y no tuvo empacho en decirme que estaba allí para servirme en lo que fuera.

Sin más, me senté junto a él y me hinqué en el sofá y le acerqué mis labios. Comenzamos a besarnos por varios minutos. Me acarició los brazos y besó mi cuello. Una vez que besó mi cuello ya sabía que me entregaría a él. Besó mis pechos aún cubiertos por la blusa y tocó mis caderas, mis muslos y por supuesto, jugueteó con mi vagina. Yo lancé un gemido cuando tocó mi vulva. Me hizo a un lado el calzoncito que llevaba y talló con su dedo mi vulva que ya estaba hinchada y comenzaba a mojarse.

Así estuvimos un buen rato en los escarceos hasta que le bajé la cremallera del pantalón y saqué su pito. Su pito dormido medía más de 10 centímetros y una vez que comencé a chuparlo se erectó muy rápido. La mamada lo enloqueció pero fue delicado pues no me metió el dedo con dureza en mi vagina. Al contrario, lo humedeció y lo metió en mi ano. Yo estaba feliz de haberme ofrecido a este hombre, pues me estaba tratando muy bien.

Cuando metió su lengua en mi vulva y comenzó a mordisquearla yo me volví literalmente loca. Yo quería la verga de este hombre que ya la tenía al doble de su tamaño. Cuando me penetró yo sentí morir de placer, por fin tenía una verga en mi vagina. Habían pasado más de tres meses. Ahora sí, tenía que aprovechar a este hombre. Opté por posiciones cómodas y no me moví mucho para no poner en riesgo a mi bebé, pero mi calentura era mucha. Metía y sacaba su verga y de cuando en cuando me pedía que se la chupara y yo lo hacía con gusto.

El momento más delicioso fue cuando me puso a cuatro patas y me metió su pene en mi culo, yo estaba de verdad vuelta loca. Le pedía más y más. Él estaba encantado de meter su verga en mi ano, lo hizo un buen rato hasta que no pudo más y larrojó su semen. Yo agradecí el gesto y le chupé su verga una vez más, hasta que, agotado, se dejó caer en el sofá.

Durante mi embarazo tuve uno o dos amantes más y por fin, el 17 de octubre de 2003, nació mi hija, perfectamente sana. Mi marido no tiene idea de lo que se perdió al no atender a su ardiente esposa, ni modo.

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