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Pendeja volcánica, necesitaba hacerse mujer

Con toda la potencia de mis cincuenta jóvenes años, esposa que acusa el consabido “me duele la cabeza, mejor mañana”, para buen entendedor “mal atendido”, con dos hijas que tienen un montón de amigas deseables. Trato de conservar distancia del fruto prohibido para evitarme las obvias tentaciones, pero… el diablo metió la cola, fui involuntario voyeur del manoseo atrevidísimo de Paulita “a manos” de un, evidente noviecito o algo así.

—¡Gracias Roberto! —Un piquito, de asalto, pagó mi silencio, evitó explicarse y marchó como si nada.

En la inocencia y desenfado de sus 18 años anidaba una mujer muy sensual. No pasó más de una semana que se me apareció por mi zapatería, con esa carita de “yo no fui” preguntó:

— Roberto, quisiera consultarlo, ¿puede ser? —La desenfadaba pendeja ponía cara de preocupada.

— Sí… claro, cuándo quieras…

Se sentó en el taburete alto, detrás del mostrador, balanceaba sus piernotas mostrando generosamente los muslos que apenas cubrían la mini, exhibición que estaba en el límite de lo tolerable, desafiante seguía con ese juego de columpiarse. Se me hacía harto difícil esconder la respuesta condicionada del macho activo ante esta vidriera de erotismo al alcance de la mano. Paulita calculó el golpe de efecto en mí… masculinidad y habló:

— ¿Todo bien? – Su mano en mi hombro, la sonrisita prometía todo sin decir nada.

— Sabés que…

Pensé antes de equivocarme y avanzarla, dicen que el miedo no es zonzo, la prudencia decía que era momento de “arrugar” para evitarme un problemón, tragué saliva antes de seguir hablando: —Pero… verte así me pone algo incómodo. ¿se me nota?

— ¿Y qué?, ¿tengo lindas piernas? —Sube la mini falda para mostrar más carne – Y que tenés para decir de estas piernitas?, vení, mira bien de cerca, total ya me viste en el “franeleo” con el pendejo en el fondo de tu casa, podes mirarme… tranqui nadie sabrá de esto que te muestro…

— Están… muy buenas, eres… muy linda, pero…

— Pero… ¡Nada! —Miró la hora, sabía bien que era casi la de cierre. – Vamos, bajá la cortina que necesito hablarte. – Ordenaba, autoritaria.

Bajé la cortina, acarició mis sienes nevadas con el dorso de su mano, tal vez fuera una muchacha con el complejo de Electra, diría un sicólogo, atracción por las canas y busca de experiencia, pensé.

—Sabés, el pendejo que me estaba metiendo mano no me gratifica. –Suspiró —El tío de mi amiga, me hizo debutar bien pendejita y sabía cómo cuidarme, el pendejo que vos viste no se cuida, yo era quien debía estar atenta todo el tiempo, ahora estoy tomando la pastilla, pero antes de tomar la pastillita lo hacía tirar afuera o acabarme en la cola. Muchas veces me deja con las ganas, no es de aguantar mucho, muchas se vienen sin esperarme, entonces debo fingir el orgasmo, es un buenazo pero… me calienta y deja hecha un fuego, no sabe usar esa buena verga que tiene. Estos dos últimos días me dejo más caliente que una brasa… ¡No puedo más!, ¡Quiero sentir! ¡Necesito un orgasmo ya mismo!

— Pídele que busque otro modo para hacerte gozar.

— ¿Cómo qué? ¿Cómo me harías vos? ¡Mostrame! ¿A ver? —Abrió de piernas y subió la mini hasta bien arriba, hasta arrollarla en la cintura, ponía “toda la carne en el asador”. ¡Animate! ¡Vamos no seas cobarde! No se lo contaremos a nadie, queda entre vos y yo, ¡Porfa….!

Estaba hecha un demonio, una potra juguetona y fogosa imparable, quería ir ya mismo a los hechos, ahí mismo, venía preparada para no aceptar un ¡No! como respuesta. Palpó el bulto, soltó el cinto y dejó caer el pantalón, sin perder el control de mis reacciones, gozaba verme levantar temperatura.

— Papiiito…, ¡Qué buena! —Tomó, con la lengua, una lágrima que asomó por el “ojo”.

Empujé sobre la cabezota, la entré en la boca, mamó ardiendo de calentura, los ojos expresan el gozoso desbocado. Paja fogosa y mamada volcánica, a punto de…

— ¡Tragame! ¡Tragame! ¡Me voy! ¡Ahhhh!!! —Me dejé ir, arcada mediante siguió y tragó toda la mamadera. – Gracias mamí, ¡Qué buena! —Me la dejó limpita.

La senté sobre el mostrador, de un tirón desgarré la tanga, separó piernas, se abrió, el rosado tesoro ofreció sus jugos para sedar la fiebre que me invadía. Piernotas sobre mis hombros, exploro a lengua todo el interior, lengua y dedos inquietos invaden su intimidad hasta encontrar los íntimos secretos del orgasmo.

Frenética, agita piernas y sacude pelvis, gimotea y atenaza mi cabeza, estremece, vibra y se deja llevar por los ansiados caminos del goce, las sensaciones catapultan el deseo, el orgasmo estalla como el Krakatoa, libera el intenso sabor salado en el instante del orgasmo.

El primero, breve y contenido, el inmediato, prolongado e intenso. Ríe, llora y gime, se aprieta las tetas y exprime sus pezones, expresa el sumun de la felicidad, viaje al paraíso en goce de primera clase.

—Roby, es maravilloso, nunca así. ¡Es mágico! ¡Maravilloso!, ¡Qué cogedor!

La muchacha sabía agradecer y agradar, pajea y mama, mejora el tono muscular, como si hiciera falta. Abierta de piernas, se afirmó, de bruces, sobre el mostrador, el papo aflora entre las cachas para ser ensartada, en dos movimientos entré casi todo, quejosa por el ensanche a lo bruto, aguantó apretando los bordes de la mesa con sus manos agarrotadas sobre los bordes del mueble, aguantando toda mi masculinidad.

Colaboró en el acto, la mano por delante ayuda a gozar, meta y ponga tumultuoso y urgente, hasta el mango, aguanta y disfruta el dolor del amor. Abierta como nunca (decía a cada rato) y siempre a fondo, bien ajustado y sin dejar de quejarse descargué en el fondo toda la leche fabricada para ella, sobre el final de la descarga gritó su llegada, el rítmico latido de ambos se mezcló como el semen derramado dentro de sus carnes.

Salí de ella, dejó escurrir un hilito de líquido espeso por el muslo, con la mano contuvo el desborde y corrió al baño a lavar la zona de guerra.

Terminando de colocarse la tanga, apareció radiante y feliz, abrazó y besó con la lengua hasta el fondo, palpitante y agradecida no se fue hasta asegurase la repetición de momentos como este.

Marchó, saboreando la miel de la próxima vez, terminé de cerrar el negocio, volví a casa silbando, retrasado el reloj de la vida como diez años, gracias a esta maravilla de mujercita.

Sin mucho más que decir, espero que otros tengan la misma suerte que yo esta vez, ahora quedo esperando el comentario de la lectora en [email protected], atrévete a escribirme, ¡porfa”.

 

Nazareno Cruz

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