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Samantha: corrupción y perversión de una casada (ll)

Ya habían pasado unas horas de los acontecimientos acalorados que había vivido Samantha en aquella frutería con tan apesto sujeto. Aunque cuando llego a su casa no pudo evitar sentir esa sensación de culpa hacia su esposo y una gran tristeza por haberse dejado llevar por esas nuevas sensaciones que, si bien muy en el fondo de su ser sabía que le habían gustado, también sabía que eran prohibidas ya que era un engaño hacia su matrimonio. El haberse dejado tocar de esa forma por un hombre que no era su esposo era una traición directa hacia el amor que le tenía a él.

Entre más le daba vueltas al tema más caía en cuenta de la estupidez que había cometido. Aunque una pequeña vocecita dentro de ella apareció y le decía que, si bien lo que había hecho no estaba bien, tampoco es que hubiera cometido un delito muy grave. -“Tan solo fue un abrazo, ¿verdad?”-, era lo que Samantha le respondía a esa vocecita y está la secundaba. Esto, aunque no la tranquilizaba del todo, si la hacía sentir un poco más aliviada. Inconscientemente ella estaba abriendo la puerta de minimizar sus faltas morales, maritales y de madre para evitar sentirse culpable de sus acciones. Acción que tarde o temprano le podría traer más problemas si no la sabia controlar.

De reojo miro el reloj que tenía pegado en la pared de su sala y vio la hora. Como resorte se levantó del sillón y se dirigió hacia la cocina para preparar la comida y es que con la hora que era apenas y le daría tiempo de prepararla.

Samantha se enfocó tanto en preparar la comida que poco a poco fue olvidando lo que le ocurrió en la mañana. Ya solo pensaba en terminar la comida para poder subir a su cuarto y poder darse un baño. Ya que quería recibir a sus 2 amores radiante para poder escuchar cómo les había ido en su día.

Mientras tanto, Roberto se encontraba sentado en su oficina atendiendo una llamada con uno de sus proveedores mientras al otro lado de su escritorio sentada en una silla, una juvenil y hermosa mujer no le quitaba los ojos de encima con una mirada llena de admiración.

-¡Carlos, tú me habías dicho que los materiales que te pedí hace 2 semanas llegarían hoy a primera hora y ve la hora, ya casi es medio día y nomás no llegan!- Roberto con un tono molesto le recriminaba al hombre que estaba del otro lado del teléfono mientras miraba la pantalla de su computadora buscando algunos documentos.

-A mí no me interesa si el camión que los transportaba sufrió algún fallo en el motor, tú me diste tu palabra y no la estas cumpliendo. Si esos materiales no llegan a más tardar en una hora da por terminada nuestra relación laboral. Sabes que te aprecio ya que te conozco desde que trabajaba en la otra constructora, pero con esta demora mis trabajadores están parados porque no tienen con que continuar su trabajo y eso es perdida de dinero para esta constructora. Te espero en una hora o en verdad da por terminada nuestra sociedad.- Roberto colgó sin dejar que el otro sujeto pudiera decir ni una sola palabra.

Y es que había 3 cosas que Roberto odiaba con todo su ser.

La primera es que no se cumpliera la palabra, para él no había nada más valioso en un hombre que su palabra, si el daba su palabra era garantía que cumpliría lo pactado sin importar nada. La segunda era la impuntualidad, era un hombre que consideraba que el tiempo era más valioso que el mismo dinero ya que el tiempo perdido no regresaba. De hecho, la mayor cantidad de peleas que Roberto tuvo con Samantha en su etapa de novios era por la impuntualidad de su ahora esposa. Y es que Samantha tardaba horas eligiendo que ropa usaría y que peinado se haría.

Y la tercera cosa que odiaba incluso más que las otras 2 era la traición. Las pocas personas que llegaron a traicionarlo en su vida habían conocido un lado muy violento de Roberto. Incluso el no recordaba lo que hacía cuando la ira lo controlaba por completo.

-Una disculpa Ivonne, no quería que presenciaras esto, pero no me gusta la impuntualidad ni que alguien no cumpla su palabra- Roberto dirigía su mirada hacia la joven con una tenue sonrisa en su rostro como forma de relajar la situación.

-No se preocupe señor Roberto, entiendo perfectamente. Al final no por nada es uno de los mejores ingenieros de la ciudad- la joven le respondía en señal de total respeto y admiración hacia aquel hombre.

-Jajaja gracias por tus palabras muchacha pero aún estoy lejos de tener esa fama- el hombre con una risa natural por tan elocuentes palabras le respondía a la chica.

-Para nada señor. Mi papá me dijo que usted fue su mejor alumno en todos los años en que el ejerció de docente en la Universidad. Aparte lo investigue y pude ver los trabajos de ha hecho en diferentes partes de la ciudad y las ciudades vecinas.- Ivonne no terminaba de deshacerse en elogios hacia Roberto y es que todo lo que decía eran cosas ciertas aunado que la joven amaba esa profesión, tener a ese hombre delante de ella era como si alguna adolescente tuviera al ídolo musical de moda.

-El maestro Ignacio, sin duda alguna fue el mejor maestro que tuve durante la Universidad. Aunque eso sí, muy regañón jajaja- ambos reían con eso ultimo. -Así que tú eres su pequeña Ivonne. Aún recuerdo cuando a veces te llevaba a la Universidad porque no tenía quien te cuidara y te la pasabas corriendo y gritando por los pasillos haciendo que tu padre saliera a cada rato a buscarte jajaja- la muchacha no pudo evitar sonrojarse y esbozar una sonrisa de pena por esos recuerdos donde ella era la protagonista. -Pero ahora mírate, ya toda una señorita y tan solo a 6 meses de terminar tu carrera de Ingeniería Civil. Muchas felicidades- el hombre con sincera alegría felicitaba a la chica.

-¡Ay muchísimas gracias, señor Roberto! En verdad es que aprecio mucho sus palabras. Supongo que esas idas a la Universidad y chutarme esas clases de mi papá desde que era niña tuvieron que ver en haberle tomado amor a esta profesión. Pero supongo que sabe a lo que vine, verdad?- la joven le preguntaba a Roberto mientras se acomodaba de mejor forma en la silla.

-Claro que lo se. El otro día tu papá me marco por teléfono y me pidió de favor que te aceptara tu solicitud de hacer tu servicio bajo mi tutela. Claro está que si estás aquí es porque acepte. Así que, estas lista para empezar?- Roberto le hacia la pregunta mientras inclinaba su torso hacia su escritorio y ponía sus codos sobre este en señal de estar expectante a su respuesta.

-¡Siii! ¡Claro que estoy lista!- con mucha efusividad le respondía a Roberto. Era la primera vez que dejaría lo teórico de la carrera y entraría a la práctica. Y lo haría con nada más y nada menos que el mejor alumno de su padre. Ambas cosas la hacían tener una gran emoción que termino por explotar al responder esa pregunta.

-Esa es la actitud que me gusta ver Ivonne. Sin lugar a dudas naciste para esto. Pero dado a que los materiales como viste aun no llegan. Hoy solo te daré un tour por el edifico para que conozcas a todos y luego te llevare al lugar donde estamos construyendo el nuevo edificio para que también conozcas a los albañiles que trabajan conmigo.- levantándose de su asiento y tomando sus planos, Roberto se puso a un lado de Ivonne mientras este le extendía su mano en señal de que se apoyara de esta para que se levantara.

-Este… si… claro…- Ivonne le respondía con cierto desánimo. Y es que ella sentía un cierto desprecio a las personas inferiores a ella. La idea de conocer a los demás ingenieros que trabajaban en el edificio le resultaba fascinante. Pero el ir a la construcción para ser presentada con unos sucios y apestosos albañiles no le era nada agradable.

Ya levantada de su silla y tomando su bolso. Ambos salieron de la oficina mientras Roberto iba presentando a Ivonne con cualquier persona que se le ponía enfrente.

Ya en la casa Jauregui. Samantha estaba saliendo de bañarse, tan solo llevaba una tolla enredada en su cabello y otra que tapaba su cuerpo, misma que le llegaba un poco arriba de la media pierna y tenía un nudo arriba de sus pechos.

Se dirigió a su tocador y tomo su crema corporal, comenzó por ponerse por sus brazos, luego subió un pie arriba de un pequeño banco que le servía para sentarse delante de su tocador y procedió a ponerse crema por lo largo y ancho de esa esbelta y bien tonificada pierna lo mismo hizo con la otra. Cada que subía un pie a ese banco, su toalla se abría dejando a la vista su vagina en la cual se podían ver unos vellos púbicos rojizos tanto arriba como alrededor de sus carnosos labios vaginales. Desde que se había casado, Samantha ya no procuraba el depilarse esa zona porque Roberto se lo había pedido. Ya que el hombre pensaba que solo las mujeres de la vida galante eran las que hacían esa práctica. Aparte no es como que a ella le creciera mucho vello, apenas y se le veían unos pocos.

Ya teniendo sus extremidades humectadas se sentó en el pequeño banco y saco sus maquillajes. Quería darle una muy buena bienvenida a su esposo como en los viejos tiempos cuando solo eran ellos 2 y ella siempre lo recibía bien vestida para cenar juntos.

Se quito la toalla que tapaba su cabellera y se miró en el espejo. Era hermosa la vista que tenía, su largo y rojizo cabello estaba completamente alborotado, pero de una forma muy sexy, hasta a Samantha le gustaba como se le veía. Le hacía recordar cuando salía de antro con el cabello suelto y como era el centro de atención. Recordando esas imágenes rápidamente saco su labial rojo, unas sombras de ojos de color negra y comenzó a maquillarse como en aquellos tiempos, una risa salió de su boca como si de una travesura se tratara. Después de unos minutos había terminado, se miraba en el espejo y no podía creer que se viera exactamente como en aquellos tiempos. Sus labios carnosos se veían más que exquisitos pintados con ese color rojo y sus ojos con esas sombras negras hacían más penetrante el color miel de sus pupilas.

Mientras se veía en el espejo una idea le cruzo por su cabeza, una idea que le hacía sentir un ligero calorcito por todo su cuerpo y hacia morderse su labio inferior. Volteando a todas las direcciones de su habitación verificando que de verdad se encontraba sola, se levantó y se dirigió corriendo a su ropero, abrió uno de los cajones que era donde guardaba su ropa interior y metió su mano hasta el fondo, después de unos segundos su mano salió con algo parecido a una bola de la cual colgaban hilos. Poco a poco fue separando esos delgados hilos hasta que se pudo distinguir que se trataban de tangas, unas 4 tangas eran las que se podían ver.

No era que ella usara ese tipo de prendas o bueno, no desde que se casó, era una prenda que no le gustaba a Roberto (para variar) que ella usara. Esas tangas habían sido regalos de cumpleaños pasados que sus amigas de su antigua casa le habían dado. Eran regalos en tono de broma ya que para esas señoras también resultaban inmoral el usar esas prendas. Si supieran esas mujeres que cada 15 días sus esposos iban a algún Table Dance a gastar grandes cantidades de dinero para quitarles con los dientes la tanga a alguna bailarina.

Pronto vio una que le llamo mucho la atención, era una diminuta tanga de hilo dental color roja que en la parte trasera un corazón de metal unía los 3 hilos. Haciendo memoria, no recordaba ella el haber usado una tanga tan pequeña y atrevida en sus épocas de juventud.

Dejando de pensar en esas cosas, tomo la prenda mientras se dirigía a un espejo de cuerpo completo que tenía a un lado de su tocador. Aun con su toalla enrollada en su cuerpo la casada se paró delante del espejo y comenzó a ponerse la tanga por debajo de la toalla. Y es que desde que se volvió madre, Samantha comenzó a tener cierto pudor hacia su propio cuerpo. El verse desnuda delante de un espejo o hacer el amor con su esposo con la luz encendida no le gustaba. Pero en ese momento estando sola en su cuarto y sin nadie cercano a su alrededor, hizo que la mujer se llenara de valor y se desprendió de su tolla dejando al descubierto su cuerpo casi desnudo.

No recordaba cuando había sido la última vez que se había parado delante de un espejo para mirarse semi desnuda pero ahora que lo hacía no podía evitar dibujar una gran sonrisa en su rostro llena de orgullo y seguridad. Veía como su piel mantenía un brillo radiante y saludable, miro como sus pechos aun con los años seguían firmes como un par de cantaros de miel con sus aureolas y pezones de un color rosado. Posando ambas manos debajo de sus pechos para sopesarlos, podía sentirlos pesados y duros, pero a la vez tersos y suaves. Poco a poco fue subiendo el dedo índice de cada una de sus manos y comenzó a hacer círculos en sus aureolas hasta que hicieron su aparición un par de botoncitos rosados. Mientras su mirada bajaba también lo hacia su mano derecha acariciando toda su piel hasta llegar a su vientre, este era plano y suave sin ninguna estría. Su mirada continuo con su descenso hasta que pudo apreciar cómo se le veía puesta esa tanga roja.

Su rostro se ruborizo y se tapó su boca mientras soltaba una serie de risas. Y es que la tela de la tanga era tan pequeña de adelante que sus labios vaginales terminaron comiéndose gran parte de esta.

Su mano derecha bajo hasta tomar y apretar con su dedo índice y pulgar sus labios vaginales uno contra el otro haciéndolos ver más abultados de lo normal, mientras inclinaba su cabeza hacia su lado izquierda y observaba eso con una sonrisa en su rostro mientras pensaba.

“Ay dios. Mi mamá tenía razón. Si estoy muy panochuda jiji”- mientras recordaba cuando su madre le decía en tono de burla si es que la veía con leggins o alguna prenda ajustada que le hacía resaltar su vagina.

Dejando de jugar con su pecho y su vagina. Samantha se volteo un poco para poder apreciar sus nalgas. Veía como un pequeño hilo rojo adornaba un costado de su cadera y este terminaba de unirse con el corazón de mental. Torciendo un poco más su torso podía ver de mejor manera como otro de los hilos se perdía por en medio de sus nalgas dando la sensación de que ese par de montañas de carne lo habían devorado.

Todas estas poses y vistas hacia su cuerpo le hacían aumentar el calor dentro de ella. El verse bien maquillada con su cabello rojizo suelto y solo usando una diminuta tanga de hilo dental la hacía sentirse sexy. Una sensación que no sentía desde hace muchísimos años.

Mientras la escultural casada jugaba y miraba sus nalgas en el espejo. Otra idea le inundo su cabeza y aunque su lado recatado quiso evitarlo, Samantha ni siquiera le prestó atención y rápidamente tomo su celular y se dirigió a su cámara.

El mismo vacío en su estómago que había sentido con las caricias de aquel viejo se hacía presente. -“Estas loca”- era lo que pensaba la mujer mientras apuntaba la lente de su cámara hacia el reflejo de su espejo y capturaba la imagen de sus nalgotas adornadas por esos hilos rojos con el corazón de mental mientras de fondo se podía ver claramente su rostro y como ella se mordía su labio inferior.

-¡Wow!- fue lo primero que salió de los labios de la mujer al ver tan nítida foto en la galería de su teléfono. La mujer con sus dedos acercaba y alejaba la imagen para poder contemplar cada centímetro de su piel desnuda.

-¿Y si me tomo otra?- Samantha ya algo excitada se cuestionaba si sería buena idea el continuar con tan erótica sesión de fotos.

Sin responderse, poso delante del espejo, pero ahora de frente. Aun con un poco de pudor decidió taparse sus pechos con el antebrazo y mano de uno de sus brazos mientras que con la otra mano sostenía su teléfono para tomar la foto. Miro desde su teléfono que la tanga seguía perdida en medio de sus labios vaginales, pero en vez de apenarla solo le hizo que le aumentara más la calentura y sin más tomo la foto.

Volvió a meterse a su galería de fotos y ahí estaba esa segunda foto al lado de la primera. Pero a diferencia de la primera, en esta se podía ver más claramente su rostro y como este se encontraba colorado por la calentura que todo eso le resultaban. Y es que Samantha jamás se había tomado fotos denuda ni cuando andaba de novia con Roberto. En pláticas con sus amigas, ella había escuchado que ellas si se habían tomado fotos desnudas para mandárselas a sus novios. Algunas habían llegado más allá y hasta se habían grabado mientras se tocaban y se las habían mandado.

A Samantha nunca le había llamado la atención eso y a Roberto mucho menos el pedirle fotos desnudas o en ropa interior a su amada. Así que eso le parecía algo burdo y hasta cierto punto infantil. Pero en este momento le resultaba todo lo contrario. Y es que más que lo sexual, le resultaba placentero el poder enmarcar lo que para ella era una travesura sin contar que le comenzaba a tomar cierto amor a su cuerpo como cuando era más joven.

La casada ya se disponía a tomarse otra foto, pero esta vez sin ocultar sus pechos y es que todo esto ya la tenía que hervía en calentura, hasta se podía apreciar que los labios vaginales ya tenían un brillo rojizo y la poca tela que se mantenía fuera de estos, ya tenían una mancha de sus jugos.

Ya había tomado una pose sugerente, abriendo sus piernas para que su vagina fuera más visible y con su mano libre tomaba el hilo lateral de la tanga mientras lo estiraba hacia arriba, todo esto con una sonrisa coqueta en su rostro. Ya dirigía su dedo hacia el botón para tomarse la foto cuando de repente unos ruidos y una voz familiar la saco de su estado de calentura.

-¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! ¡Ya llegué mamá!- su hijo desde afuera tocaba la puerta y le gritaba a su madre para que le abriera.

-A… a… a… ahí voy mi amor, e.. e… es que me estaba cambiando- la mujer tartamudeando por el susto rápidamente se enredaba de nueva cuenta la toalla y asomaba su rostro por el balcón para decirle a su hijo que ya bajaba.

Rápidamente se dirigió hacia su ropero y tomo lo primero que vio. Era un vestido primaveral de color rojo con estampados de flores blancas. El vestido era de vuelo que le llegaba poco abajo de media pierna, en medio contaba con un cinto de color blanco que acentuaba su delgada cintura y de la parte de arriba era de tirantes con un escote algo pronunciado que dejaba a la vista una buena visión de sus grandes pechos.

Por los nervios de sentirse casi descubierta y la prisa de abrirle a su hijo, olvido ponerse un brasier y así sin más cerró la puerta de su cuarto y se dirigió a abrirle la puerta su hijo.

Samantha no se daba cuenta, pero con ese caminar apresurado que llevaba hacía que sus pechos se bambolearan libres debajo del vestido.

-Hola mi amor! Pasa, pasa y cuéntame cómo te fue en tu primer día de clases- aun un poco alterada, Samantha abría la puerta y dándole ligeros golpes en la espalda en forma de que se apresurara, metía a su hijo. Como si en la calle se encontrara alguien que hubiera visto las cosas que estaba haciendo hace unos segundos en su recamara.

-Ya voy, ya voy mamá no me estes empujando- con un tono fastidiado le respondía el puberto y es que le había tocado venirse caminando desde la escuela. Si bien esta se encontraba a unas cuantas cuadras de su casa. La poca condición física que tenía el chico sumando el gran calor que, hacia afuera, le había hecho sentir que había caminado por todo un desierto hasta llegar a su casa.

-Disculpa mi amor. ¿Quieres que te traiga un vaso de agua?- su madre le decía mientras se dirigía a la cocina en busca de algún vaso para servirle del vital líquido y el chico no pudiera ver lo colorada que aún tenía su cara.

-Mejor un vaso de refresco, mamá- le respondía el chico mientras se desparramaba en uno de los sillones de la sala.

Si bien, tanto Roberto como ella ya habían acordado el reducirle la comida chatarra a Daniel para que bajara de peso. En ese momento Samantha creyó que no era necesario ser tan estricta con su hijo, venia asoleado como para hacerlo enojar. Además, aun sentía los nervios por lo que había hecho hace unos minutos. No se sentía con la calidad moral de decirle que era bueno y que era malo. Así que mejor se dirigió al refrigerador y le sirvió un poco en el vaso.

-Aquí tienes mi vida. Ahora si cuéntame cómo te fue en tu primer día de clas… hummm…-Samantha le había dado el vaso a su hijo y cuando estaba posando sus nalgas en el sillon que estaba a un lado de él, no pudo evitar dar un gemido entre sorpresa y placer.

Y es que la mujer había olvidado la diminuta prenda interior que llevaba puesta. Esa que en su mente solo usaría para tomarse esas fotos eróticas y luego se quitaría, pero por las prisas de abrirle a su hijo había olvidado quitársela.

Samantha cuando se había sentado, sus caderas y nalgas aumentaran de volumen, haciendo que los hilos laterales de la tanga se tuvieran que estirar a lo máximo y que el hilo que se encontraba en el fondo de ese par nalgas se incrustara directo en su rosado y virginal ano haciéndola sentir esa placentera, pero sorpresiva sensación. Sin mencionar que también de la parte de adelante la tela que la vagina se estaba comiendo se estiro dándole un rico rose en su pequeño clítoris.

-¿Te encuentras bien mami?- el chico con una cara confundida le preguntaba a su madre. Intentando entender el motivo de ese grito tan raro que había dado su madre.

-Humm… Si… hijo… estoy bien humm… solo que me lastime un poco… al sentarm… hummm…- Samantha le decía a su hijo mientras intentaba mover con sus caderas ese hilo invasor que con cada movimiento que esta hacía, el hilo más se incrustaba y rosaba su ano.

-Bueeeno… te decía, cuando entre al salón…- el escuincle relataba su día a su madre sin prestarle más atención a los movimientos que esta hacía en el sillón.

Mientras tanto, Samantha apenas y le prestaba atención a su hijo. Intentaba mantener su rostro con una sonrisa mientras su hijo hablaba. Pero entre más continuaba el meneo de caderas, más el hilo le hacía sentir sensaciones nuevas y placenteras. Sentía una rica comezón en su ano, haciendo que este por mero instinto comenzara a abrirse y cerrarse intentado así mitigar esa comezón.

La curvilínea madre ya ni siquiera escuchaba a su hijo. Su cuerpo estaba en esa sala, pero su mente estaba en un lugar lejano donde solo sentía tan exquisitas sensaciones. Ya su meneo de caderas no era para detener esas sensaciones sino para que aumentaran.

-¡MAMÁ!- fue el grito que hizo que la mujer diera un pequeño brinco del susto.

-Te estoy hablando y no me haces caso. ¿Quieres ir al baño? Veo que te mueves mucho en el sillón, parece que ya te haces pipí- el chico le recriminaba a su madre por su falta de atención. Pero también le preguntaba por todos esos movimientos que hacia su progenitora en el sillón. La conocía y sabía que no era normal su comportamiento.

-Disculpa mi cielo, prometo ya ponerte atención. Es que aun siento un pequeño dolorcito jijiji- la prudencia de a poco volvió a la mujer y aunque aún sentía esa fuerte presión de esa diminuta prenda en sus 2 orificios íntimos. Se limito a dejar de mover sus caderas para que esas sensaciones no fueran tan intensas y disimuladamente poniéndose un cojín en las piernas, la mujer metió una de sus manos debajo de su vestido para sacar la parte delantera de la tanga de su ya húmeda panocha.

Ya mucho más tranquila, la ama de casa reanudo su conversación con su primogénito. Escuchaba las cosas que le decía su hijo sobre los diferentes compañeros y maestros que le habían tocado en este curso escolar. La mujer se asombraba que por lo que le contaba su hijo, la escuela prácticamente se encontraba exactamente igual que como cuando ella estudiaba ahí.

Estaban madre e hijo muy entretenidos platicando cuando de repente escucharon abrir la puerta. Asomándose ambos vieron que Roberto al fin había llegado. Tanto madre como hijo se acercaron a él para darle su bienvenida. Daniel lo abrazo de la cintura y Samantha desde atrás de Daniel, abrazo del cuello a Roberto y le dio un beso en los labios, al cual el hombre respondió.

La imagen era hermosa, demostraba lo amorosa y unida que era la familia.

-Si así me van a recibir todos los días que venga a comer, entonces ya no faltare a ninguna comida jaja- un muy alegre Roberto decía mientras se despegaba de los labios de su esposa y despeinaba a su hijo mientras le acariciaba su cabeza de manera rápida.

-Pero por supuesto que si amor. Para que veas de lo que te pierdes por no venir tan seguido a comer con nosotros- comentaba Samantha mientras se daba una vuelta para lucir que se había arreglado.

-Sigues tan hermosa como aquel primer día que te vi en la Universidad- el hombre sin quitarle los ojos de encima le decía a su esposa. Y es que el verla con ese maquillaje y el cabello suelto, le hacían recordar exactamente ese primer día que la conoció y quedo profundamente enamorado de ella.

-¡Iugh! Si siguen así voy a vomitar- Daniel al ver tan bochornosa escena de sus padres. Prefirió romper el momento antes de seguir escuchándolos decir lo mucho que se amaban o se dieran otro beso.

-Jajaja. Ya te voy a ver cuándo tú también andes de enamorado de alguna muchacha y le digas que la quieres. También te diré que me harán vomitar- Roberto en tono de burla le decía a Daniel mientras le soltaba leves golpes en su torso y rostro en forma de juego, mismos que Daniel intentaba esquivar y le soltaba uno que otro a su padre.

-¡Basta! Ya saben que no me gusta que jueguen a los golpes. Y no digas eso amor, mi bebé aún está muy chiquito para enamorarse o tener novia- Samantha como si se tratara de una referee, se metía en medio de ambos para separarlos mientras abrazaba a su hijo, haciendo que el rostro de este quedara en medio de sus pechos.

-Solo estamos jugando amor jajaja. Aparte así tiene que jugar un padre con su hijo para que se haga hombre, ¿o quieres que ande jugando con muñecas?- decía Roberto -Si mamá, solo estamos jugando- secundaba su hijo sacando su rostro de los pechos de su madre.

-¡Hombres tenían que ser!- dirigiendo sus ojos hacia arriba y moviendo su cabeza en negación, la casada les respondía a ambos. -Bueno, váyanse a lavar las manos que la comida ya está lista- Samantha soltando a su hijo y entrando a la cocina le decía al par.

Tanto padre como hijo salieron como rayo hacia el lavamanos intentando uno ganarle al otro. Y es que a diferencia de lo que mucha gente podría pensar por el carácter de Roberto, es que él era muy cariñoso con su hijo. Intentaba ser el padre que a él le hubiera gustado tener. Y no es que su difunto padre fuera malo, tan solo que él nunca fue muy afectuoso con Roberto. Así que no quería cometer el mismo error con su hijo. Siempre intentaba jugar con el algún videojuego, aunque no le entendiera mucho o a escondidas de Samantha, jugaban luchitas. Y aunque a Daniel no le gustaba el futbol, siempre se sentaba con su papá a ver el partido de su equipo favorito. Era un lazo de padre e hijo muy fuerte el cual a Samantha le gustaba ver ya que ella sabía esa historia de la infancia de Roberto con su padre.

-¡Mamá, muchas gracias por hacer enchiladas!- ya estando todos sentados en la mesa. El joven le daba las gracias a su madre mientras se levantaba y le daba un abrazo.

-Te lo mereces por hoy ser tu primer día de clases amor- Samantha con una gran sonrisa por ver a su hijo feliz le respondía mientras lo abrazaba.

-Por cierto, cuéntame que tal te fue en tu primer día de clases, hijo?- Roberto dejando de comer por un momento le preguntaba a su hijo.

-Pues le decía a mi mamá que me fue bien. No hay alberca como en el colegio que estaba antes y los salones son menos cómodos, pero estuvo divertido.- le decía Daniel mientras soltaba a su madre y se sentaba de nuevo en su silla.

-Me da gusto que te fuera bien hijo. Y no te preocupes, según estuve calculando y solo tendrás que estar en esa escuela 6 meses. En la junta que tuve hoy con los accionistas de la empresa, me dijeron que estaban muy felices con mi desempeño y me aumentarían el sueldo si todo sale bien en este proyecto en el que estoy trabajando- un orgulloso Roberto le daba tan buena noticia a su familia.

-¡¿En verdad amor?! ¡No sabes que gusto me da el escuchar eso!- ahora era Samantha la que se levantaba de su silla e iba a abrazar y darle un beso en la mejilla a su esposo.

-Así es. Por eso quise venir a comer con ustedes para darles esta buena noticia. Ya pronto volveremos a tener la vida que teníamos antes- el orgulloso esposo les decía mientras con una mano tomaba la mano de su hijo y con la otra tomaba la mano de su esposa y la daba un beso en ella.

-Qué bueno papá. Por fin podre volver a ver a mis amigos- Daniel con mucha alegría le respondía a su padre. -Cambiando de tema, te mando saludos el director. Me lo encontré en la hora del recreo y me dijo que le encantaría charlar contigo. Que se ve que eres un hombre de mundo como él y podrían tener una muy buena platica- decía el chico mientras continuaba comiendo sus enchiladas.

-¡Jajaja!- Su padre al escuchar eso no puedo evitar escupir el bocado que tenía en la boca. -Ese hombre lo único que tiene de mundo es esa enorme panza. No estoy como para perder mi tiempo platicando de trivialidades con alguien como él. Pero gracias por darme el recado hijo- el padre tomando del hombro a su hijo le agradecía por el recado y haberle sacado una carcajada.

Si había algo que le molestaba de Roberto a Samantha de sobre manera era la forma tan despectiva con la que se refería en ocasiones a personas a las que el tachaba de inferiores a él. Era una pelea en la que habían vivido prácticamente desde que se hicieron novios pero que con el pasar de los años, ella había hecho que el disminuyera considerablemente esa conducta.

-No seas así Roberto. El director de buena gente te mando esa invitación. Tal vez y te lleves una sorpresa con el- la mujer le decía a su esposo en un tono serio y algo molesto.

-Perdón amor, no fue mi intención el ser despectivo con ese hombre. Pero es que si lo vieras te darías cuenta de que no tiene tema de conversación. Es el director, pero por su forma de vestir pareciera un don nadie, si o no hijo jajaja- Roberto le decía su hijo el cual también entre risas le decía que sí. Esta actitud de ambos más molestaba a Samantha porque no quería que su hijo fuera así.

-Pues entonces yo podría ir en tu nombre y tener esa charla con el director para ver si tiene o no tiene tema de conversación- Samantha había hecho esa sugerencia desde el enojo. No es que quisiera ir a gastar parte de su mañana en una plática con el director de la escuela de su hijo. Pero tampoco quería darle el gane a su esposo.

-¡Si! Ve tu. Me harías un gran favor. Así en vez de perder yo la mañana, la pierdes tu jajaja- en otro momento y con otra persona, Roberto se hubiera molestado con su esposa al sugerir eso de irse a encerrar a la oficina de otro hombre. Pero ahorita con lo feliz que estaba y sabiendo que ese hombre era un don nadie sin ningún atractivo visual, se le hizo gracioso el seguirle la corriente a su molesta esposa.

-Ya no estén peleando. La próxima semana va a ver una junta con los padres de familia para que conozcan a los maestros y director. Ahí si quieren se ponen a platicar los 3. Ya déjenme comer mis enchiladas tranquilo- un molesto Daniel les recriminaba a sus padres. Estos asombrando por la actitud de su hijo y con cierta pena por andar tomando esa actitud tan infantil delante de él guardaban otra vez la compostura y se sentaban a comer.

La familia continuo su comida sin mayores aspavientos. Tan solo escuchaban a su hijo el contarles sobre su día y cuales materias eran las que llevaría en ese curso.

-Samantha, también deberías de comprarle el uniforme a Daniel de una vez. No quiero que le vayan a llamar la atención por no llevarlo- Roberto le comentaba a su mujer mientras se levantaba de la mesa para llevar su plato al fregadero.

-Tienes razón. Pero no sé dónde vendan el uniforme. En la mañana cuando fui hacer las compras de la comida pase por donde antes vendían uniformes, pero ya cerraron- una pensativa Samantha le respondía a su esposo mientras posaba una mano en su barbilla en señal de estar pensando. -¡Ya se!- decía con una sonrisa. -Puedo ir a preguntarle a Doña Carmen- le decía la mujer.

-¿Doña Carmen? ¿La doña Carmen que yo conozco?- un confundido Roberto preguntaba mientras terminaba de lavarse las manos.

-Jajaja si, esa mera.- afirmaba la mujer. -De hecho, en la mañana que estaba haciendo las compras me la encontré y me invito a su casa para conocer su local de ropa, amor- también levantándose de la mesa y llevando su plato al fregadero, la mujer le decía a su esposo.

-Que gusto saber que Doña Carmen se encuentra bien- Roberto no pudo evitar sonreír al recordar aquella mujer.

¿Quién es Doña Carmen?- aun en la mesa, Daniel les preguntaba a sus padres por tan famosa mujer.

-Gracias a esa mujer es que tu madre y yo estamos juntos- le respondía su padre. -Recuerdas que al principio tus papás no me querían y era Doña Carmen la que le echaba mentiras a tus papás diciéndoles que ella te había mandado a algún mandado y no era cierto, sino que estabas conmigo en el parque que está a 2 cuadras? jajaja- Roberto entre risas le preguntaba a su esposa sobre aquellas anécdotas.

-Claro que recuerdo jijiji. Pero al final te los ganaste. Tanto que mi mamá se preocupaba más por darte de comer a ti que a mí cuando venias y mi papá siempre te invitaba a ver el futbol con una botana y sus respectivas cervezas- mientras decía eso, la mujer abrazaba al hombre y ponía su cabeza en su pecho.

-Si, por eso no me alcanzara la vida para agradecerles lo buenos que fueron conmigo y sobre todo el permitirme ser el novio y a la postre el esposo de su mayor tesoro- mientras Roberto decía eso. Pudo ver como de los ojos de su esposa salieron unas lágrimas. El hombre había pensado que eran lágrimas de tristeza ya que le había recordado a sus padres, pero en realidad eran lágrimas de felicidad al escuchar tan hermosas palabras. -Pero bueno, ¿entonces iras a visitar a Doña Carmen?- le preguntaba Roberto intentando salir de tan incómoda situación con su esposa.

-Este… sí. Sirve y mato a 2 pájaros de un tiro. Voy a conocer su local y le pregunto sobre donde venden los uniformes- Samantha limpiándose las lágrimas le respondía a Roberto.

-Bueno, pero te llevas a Daniel. No quiero que andes sola en la calle.- mirando a su hijo, Roberto le decía a Samantha. -Bueno me ire a lavar los dientes y me voy porque tengo muchas cosas que hacer en el trabajo- separándose de su esposa el hombre se fue del comedor.

Cuando Roberto había terminado de cepillarse los dientes y darse otra peinada. Se dirigió a la cocina y vio que su esposa estaba terminando de lavar los platos mientras que su hijo le ayudaba a limpiar la mesa.

Tomando su cartera, saco unos billetes de alta denominación y se los entregó a su esposa.

-Toma, creo que con eso es más que suficiente para las compras que harás, no?- el hombre le preguntaba a su esposa mientras mantenía su cartera abierta por si acaso ella le pedía un poco más.

-Con esto es mucho más que suficiente, amor. Con esto hasta 10 uniformes le puedo comprar jijiji- la mujer riendo le respondía dado a la cantidad de dinero que le había dado como si el uniforme lo fueran a comprar en alguna boutique de renombre.

-Bueno…- Roberto hizo una pausa mientras miraba de pies a cabeza a su esposa. -Vas a salir vestida así?- le preguntaba mientras apuntaba al escote generoso que tenía su vestido.

-Pues… pues… si o tú qué opinas, amor?- la casada sintiendo cierta vergüenza por tal pregunta, le preguntaba a su esposo en un tono sumiso.

-Sabes que no me gusta que andes enseñando de más en la calle. Eso se puede tomar a malas interpretaciones. Aparte ya no estas en edad para vestir así en la calle, Samantha- en un tono serio y autoritario. El hombre le respondía a su sumisa esposa.

-Si… verdad? Ja! De seguro me veo ridícula como me arregle hoy- todo lo que había vivido en esa sesión fotográfica en donde hasta se había sentido orgullosa por su cuerpo. Incluso esas palabras tan bonitas que le había dicho el viejo verdulero habían sido tiradas a la basura. El escuchar a su esposo referirse de manera tan cruel hacia ella, habían destruido de nueva cuenta la poca autoestima que había ganado esa mañana.

-No ridícula. Pero Samantha, por favor, ya no eres una joven para vestir así. Nomás falta que luego quieras usar minifaldas y zapatillas de nuevo como cuando estábamos en la Universidad jajaja- el hombre riendo de forma burlona le daba un beso en la mejilla mientras se despedía. -En la noche nos vemos. Se cuidan y me saludas a Doña Carmen- Roberto se despidió también de su hijo y salió de la casa con rumbo a su trabajo.

Una cabizbaja Samantha pensaba en esas palabras que su esposo le había dicho mientras tenía recargadas sus nalgas en el fregadero y sostenía un plato con sus manos. Mientras más pensaba en eso, más creía y aceptaba lo que le había dicho su esposo, haciendo que unas lágrimas rodaran por sus mejillas. La mujer absorta en esas palabras y pensamientos había perdido la noción del tiempo hasta que una voz la regreso en sí.

-¡Mami ya acabe!- era su hijo que se asomaba por la puerta de la cocina para notificarle que ya había acabado con el quehacer que le habían puesto.

-Qu…e… que… bueno mi amor- la casada volteaba su rostro para limpiarse las lágrimas y que su hijo no las viera, pero había sido muy lenta ya que su hijo la alcanzo a ver.

-¿Qué tienes mami? ¿Por qué lloras?- Daniel acercándosele a su madre y poniendo una mano en su mejilla le preguntaba.

-Nada mi cielo. Solo que me entro un poco de jabón en el ojo ahorita que estaba lavando los trastes y por eso me salieron lagrimas- Samantha le respondía a su hijo con una sonrisa, mientras lo tomaba de la nuca con ambas manos y lo presionaba en su pecho de una forma maternal.

-¿Sheguda magmi?- al chico apenas y se le entendía lo que quería decir ya que, por tener su rostro tan presionado entre esos globos de carne, eran más balbuceos que palabras lo que decía.

-Si mi vida- le reafirmaba su madre. -Mejor dime si ya estas listo para ir a comprarte el uniforme. No quiero que se nos haga noche afuera- separando a su hijo de ella, le preguntaba mientras posaba ambas manos en sus hombros.

-Si, ya estoy listo mami- le respondía su hijo

-Muy bien, solo subo a cambiarme de ropa y nos vam…- la mujer apenas iba a terminar la palabra cuando su hijo la interrumpió.

-¡Nooo mamaaa! ¡Vas a tardar horas cambiándote! Mejor vete así ya que más al rato me voy a conectar con mis amigos para jugar- el chico ya sabiendo lo que su madre tardaba en elegir la ropa y en estar lista. Se adelanto a eso y prefirió cortar con esa idea de su madre.

-Pe.. pe… pero mi amor, esta ropa que estoy usando no se me ve bien, déjame ir a cambiarme, ¿si?- la madre negociaba con el chico como si de su mismo esposo se tratara.

-No mamá, si te espero vas a tardar mucho y ya no me poder conectar con mis amigos al rato- Samantha sabía que cuando su hijo se ponía en ese plan, no había poder humano que lo hiciera cambiar de decisión. Así que resignada, tomo el dinero que le había dado su esposo y salieron de su casa. Pero antes de salir, Samantha hizo jurar a su hijo que, si su papá le preguntaba si ella había salido con ese atuendo, él le diría que no. El puberto no entendía bien por qué su madre le hacía jurar tal cosa. Pero queriendo apresurar las cosas para regresar lo antes posible solo le dijo que sí.

Madre e hijo comenzaron a andar por las calles de esa colonia. Sin bien Samantha en la mañana ya había recorrido algunas calles, ahora le parecían muy distintas. Veía con mayor detenimiento un sinfín de garabatos en paredes de algunas casas o locales. Sabía que eran graffitis de los cholos de la colonia o cholos de otras colonias que querían venir a apoderarse de esa colonia. Lo sabía porque en su adolescencia alguna que otra amistad masculina que tenía, estaba metida es esos terrenos y le tocó ver cuando vandalizaban alguna que otra pared con esos garabatos e incluso le tocó ver peleas saliendo de la escuela entre los cholos. Pero recordaba que en sus tiempos eran uno que otro graffiti, ahora para donde volteara podía ver alguno. Las calles que en la mañana se encontraban pobladas de locales y gente, ahora se veían desiertas, tan solo un par de hombres que, por su vestimenta sucia y rota, parecía que se dedicaban a la albañilería y cuando pasaba cerca la mujer de ellos, no perdieron la oportunidad de saborearse con la vista ese bamboleo de sus pechos o voltear la mirada para ver ese andar de sus nalgas.

El chico cada cierto tiempo le preguntaba a su mamá que si ya mero llegaban a los que ella le decía que faltaba poco. La casa de doña Carmen no se encontraba muy lejos de la casa de Samantha tan solo que la mujer había tomado el camino más largo ya que quería recordar cuando su mamá la mandaba a visitar a su madre política y ella tomaba ese camino para distraerse un poco en la calle. Mas aparte el camino corto era más bien un atajo en el que tenías que cruzar un terreno baldío que ya no se sentía segura de poder cruzar porque no sabía que podrían encontrar ahí.

Después de algunas cuadras y algunas quejas de su hijo por lo cansado que se encontraba, por fin llegaron a la casa de doña Carmen. Samantha vio con asombro como aquella pequeña casa que recordaba tenía la señora, ya era muy diferente. Aunque la fachada de la casa se veía igual de vieja y descuidada que siempre, la casa ya contaba con un segundo piso. Entre más se acercaba más detalles veía, aun mantenía un pequeño jardín con un rosal y alguna que otra hierba medicinal como hierba buena, ruda, manzanilla, entre otras. Ahí fue cuando girando un poco la cara, puedo ver a un lado de la puerta principal una cortina metálica levantada a la mitad y como de esta salía aquella señora cargando un maniquí de cuerpo completo y lo ponía a un lado de la entrada. La imagen era muy cómica ya que más que cargar, pareciera que la mujer se encontraba peleando con aquella inerte figura dado que el maniquí casi le doblaba la estatura a la hora de cargarlo.

Samantha tomando de la mano a su hijo y volteando a ambos lados de la calle para verificar que no venía ningún carro, comenzó a caminar a paso apresurado para poder ayudar aquella pobre mujer.

-Buenas tardes, Doña Carmen, déjeme ayudarle- la casada le decía a la señora mientras sostenía aquel maniquí.

-¡Ayyy!- la vieja al ser tomada desprevenida solo dio un grito mientras giraba su rostro para ver de quien se trataba. -Muchacha, casi me das un infarto. Pero si ayúdame que esta cosa esta muy pesada- Doña Carmen soltando aquel muñeco veía como Samantha maniobraba con el como si no pesara nada. Y no es que Samantha fuera muy fuerte tan solo que la señora por su edad y su baja estatura se le dificultaba esas cosas.

Después de que Samantha y Daniel ayudaron a sacar otro maniquí y terminar de abrir la cortina metálica. La casada saludo de beso y abrazo a su madre putativa mientras le presentaba a su hijo y la mujer como toda señora mexicana le hacia el típico comentario al chico de que ella lo bañaba y le cambiaba los pañales cuando era bebe. Lo cual apeno e hizo sentirlo un tanto incomodo mientras que ambas mujeres no paraban de reír.

Samantha comenzó a recorrer con la mirada el pequeño local que más bien parecía un pequeño cuarto que la señora había medio acondicionado para poder meter su mercancía y venderla. Pegados a la pared había unos estantes de metal en los cuales había gran variedad de ropa doblada en las cuales se podría apreciar que decían ser de marcas importantes, pero solo eran piratas. En una de las esquinas del fondo había algo así como un cuarto más pequeño hecho de triplay con una cortina de baño que servía de puerta era el probador. En medio del cuarto había un par de exhibidores despintados que mostraban lo oxidados que estaban los tubos, en estos exhibidores había varios vestidos de diferentes medidas y colores. Y a un lado de la entrada se encontraba un mostrador mediano en el cual en la parte de arriba se encontraba una vieja caja registradora que era donde Doña Carmen hacia las cobranzas. Dentro del mostrador se podían ver detrás del cristal mucha bisutería, desde diademas para el cabello hasta joyería de fantasía.

La joven casada miraba curiosa todas esas cosas sin prestarle atención a su hijo y Doña Carmen hasta que escucho que Doña Carmen le decía algo.

-Tal parece que la plática que tuvimos al medio día si sirvió de algo- la señora con una sonrisa le decía mientras la miraba de pies a cabeza haciendo referencia a su vestido no tan recatado o fodongo como la había visto hace apenas unas horas.

Samantha ruborizándose y emitiendo una ligera risita volteo a mirarla y le dijo.

-No es eso Doña Carmen, es que este chiquillo no me dejo cambiarme y por eso salí así- lo decía mientras se ponía detrás de su hijo y lo sostenía de sus hombros. -Pero no me siento cómoda saliendo así- decía la casada mientras recordaba de nueva cuenta esas palabras que le había dicho Roberto antes irse a trabajar.

-¡Tonterías! Te ves hermosa mi vida. Vestida así me recuerdas a cuando ibas en la Universidad- la señora expresaba con una sonrisa mientras se tomaba ambas manos como si estuviera rezando.

-¿De verdad lo cree Doña Carmen?- con unos ojos llenos de brillo y una sonrisa en su rostro, Samantha le preguntaba. El recibir de nueva cuenta unas palabras tan lindas le hacían sentirse amada y valorada. Le hacían comenzar a cuestionar si en verdad eso que le decía su esposo de que ya no tenía edad para lucir atuendos más juveniles era cierto. Si bien sabía que las palabras lindas que le había dicho el viejo en la mañana podrían no ser ciertas ya que solo buscaba andar de mano larga, ahora era diferente, ahora quien le decía tan lindas palabras era una mujer y no cualquier mujer sino una que veía como a una madre.

-Pero por supuesto mi niña. ¿O tu no crees eso Daniel?- Doña Carmen le preguntaba a Daniel quien se encontraba viendo videos de algún youtuber que jugaba algún videojuego.

-¿Eh? No guacala, mi mamá ya está viejita- el chico le respondía a la señora sin quitar la vista de la pantalla de su teléfono.

Samantha al ahora recibir tan cruel comentario de su otro gran amor, sintió un apretón en su pecho y sintió una gran tristeza como queriendo salir corriendo de ahí ya que se le caía la cara de vergüenza.

Doña Carmen vio claramente como el semblante de su amada niña había cambiado de una alegre sonrisa al de una cabizbaja mirada. Intentando componer las palabras de tan grosero niño, pensaba la señora. Ella tomo de la mano a Samantha y la dirigió hacia los exhibidores que se encontraban en medio de aquel cuarto para mostrarle algunos vestidos mientras que le decía que no se tomara enserio lo que decía su hijo que así eran todos los niños.

-Mira, estos vestidos se te verían hermosos- la señora sosteniendo 2 vestidos dirigía su mirada hacia Samantha. Uno era de color blanco a media pierna en la parte de arriba se sujetaba de un hilo por detrás de su cuello, dejando su espalda y hombros completamente al descubierto, por delante el hilo que servía para sujetar el vestido se volvía en una tela un poco holgada que caía en ambos pechos, pero dejando un escote en V muy sugerente, de la parte baja del vestido pudo ver que la tela era algo así como licra ya que la tela estiraba mucho. El otro era un vestido negro que a diferencia del blanco este era más discreto. Era un vestido de manga larga con su espalda y hombros completamente tapados y le llegaba hasta el cuello. Pero tenía un escote en forma de ovalo que dejaría ver sus pechos y el canalillo que se hacía entre ambos.

Samantha tomo ambos vestidos y aunque su lado sumiso y recatado le decía que no era buena elección el continuar con ese pensamiento que tenía, aunado a esos comentarios crueles que su esposo e hijo le habían dado. Por otro lado, de nueva cuenta esa vocecita hacia acto de presencia y la volvía a secundar diciendo, “Solo pruébatelos para no verte grosera con Doña Carmen. Total, ni te los vas a comprar”.

La casada ya decidida a probárselos estaba a punto de decirle a la anciana que entraría a su probador. Cuando de repente la vieja sin previo aviso, le quito ambos vestidos a la casada. Y es que, desde la perspectiva de Doña Carmen, veía a la mujer un tanto dubitativa. Y sentía la señora que no era buena idea el presionarla a usar prendas tan reveladoras de manera tan apresurada. Había escuchado como su hijo se había referido a ella de una forma un tanto grosera así que intuía que Roberto era aún peor. La vieja de a poco iba descubriendo los verdaderos motivos por los que su amada hija cargaba con esas inseguridades. Pero más decidida estaba que le regresaría esa seguridad y ese brillo con el que caminaba por las calles y enamoraba a cualquier incauto que la volteaba a mirar o tan solo para respiraba su femenino y embriagante aroma.

Doña Carmen rápidamente y sin dejar que la casada tuviera tiempo de preguntarle por qué le había quitado los vestidos. Tomo algunos pantalones y blusas de los estantes para luego regresar con Samantha, y entregárselos. La curvilínea casada tomando con ambas manos las toneladas de prendas que le dio la señora fue empujada por esta hasta entrar al improvisado probador que había en el local.

Dentro del probador la mujer vio que este no desentonaba con el pequeño local, ya que en este apenas y cabía ella. Dentro había un espejo de cuerpo completo con varias manchas de suciedad que hacían prácticamente imposible el poderse ver claramente en él. Había un banco de madera despostillado del borde del asiento y de la punta de las patas, haciendo un tanto incomodo y peligroso el sentarse ahí, pensaba la casada. Mientras que a un lado de ella y pegado en la pared, había una varilla que ella intuía, servía como perchero.

Samantha dejando de andar de criticona, procedió a quitarse su veraniego vestido, ahí fue cuando volvió a caer en cuenta que no llevaba brasier y aun traía esa diminuta tanga. Por un momento pensó en quitársela, pero rápidamente desecho esa opción ya que sintió un poco de asco el que su vagina hiciera contacto directo con la tela de esos pantalones que sabrá Dios cuantas más mujeres se los habrán medido. Ignorando ese asunto de la tanga, la mujer comenzó a ver las blusas y pantalones. Veía con mucho asombro y curiosidad los diferentes modelos, algunos los conocía ya que ella los había usado en su adolescencia como los pantalones entallados a la cintura con blusas algo reveladoras, pero había otros modelos que no había visto nunca. Mientras más veía más difícil le era a Samantha el elegir cual prenda sería la primera en ponerse hasta que vio un pantalón que le llamo la atención, en uno de los costados vio que tenía una cinta en la cual decía. ´Pantalón Colombiano´. Ella no entendía bien a que se refería, pero el estilo del pantalón se le hacía muy llamativo así que, dejando las demás prendas en el destartalado banco, se dispuso a probarse el pantalón.

-Mija, ¿Cómo vas?- Doña Carmen desde afuera del probador le preguntaba a Samantha.

-¡Hmmm… vooo…y hmmm… biii…en ahhhhh!- Samantha entre pujidos y leves respiraciones entre cortadas le respondía a la señora. Y es que la mujer se daba cuenta que, así como el pantalón se veía muy bonito, también estaba resultando un suplicio el poder ponérselo. No entendía si era porque tal vez no era su talla, aunque antes de ponérselo había visto la talla y era la misma talla que ella usaba o simplemente era complicado porque la tela era nueva y esta aun no daba de sí.

-Jajaja ay mija, ¿pues que andas haciendo adentro?- la vieja desde afuera se burlaba y es que, con esos ruidos, cualquiera que entrara al local pensaría que se la andaban culeando.

-Hummm… no sea así doña hummm… Carmen- Samantha entendiendo perfectamente a lo que se refería la señora, detuvo sus movimientos y le respondió para que no pensara mal. -Por cierto, ¿usted sabe dónde puedo comprar el uniforme de la Secundaria de la colonia? Fui con Doña Lourdes, pero dicen que ya no vende uniformes y no se quien los venda- la casada recordando el motivo principal por el que habían ido ahí le preguntaba a la señora-

-Si mija, Doña Lourdes ya tiene años que cerro su changarro, con eso de que se le murió su esposo y sus hijos la mantienen, se la pasa mejor visitando a sus hermanas que viven en otras ciudades- le respondía la señora. -El uniforme es para Daniel, ¿verdad?- la señora decía pero sin dejar que Samantha le respondiera ella se respondió. -Una señora que va a bailar danzón a donde yo voy, vende los uniformes. Si quieres dame la talla de Daniel y mañana mismo se lo compro, mija- le terminaba por decir a Samantha.

-¿En verdad? Muchas gracias, Doña Carmen. Es talla XG- Samantha con un gran alivio le informaba de la talla de su hijo. Sabía perfectamente que Doña Carmen podía sacarla de ese pequeño problema y no se había equivocado.

Mientras Doña Carmen le estaba contando lo de Doña Lourdes, Samantha había por fin terminado de acomodarse el pantalón. Solo necesitaba el encontrar una blusa que le hiciera juego con el pantalón. Tomando varias blusas y midiéndoselas por encima, no encontraba ninguna que le agradara hasta que al fondo de esa montaña de ropa que le había dado la vieja, encontró una que le llamo la atención, midiéndosela por encima, una sonrisa traviesa se dibujaba en su rostro. Quitándola del gancho se la comenzó a poner mientras escuchaba desde afuera a Doña Carmen preguntarle si ya mero.

Sin mirar al espejo ya que se veía borroso, decidió salir de ese probador, mientras se daba una vuelta y le preguntaba a Doña Carmen que tal se veía. Pero lo único que la casada recibió de respuesta fue una cara de asombro de aquella señora. Caminando hacia un espejo que estaba a un costado de ellas, Samantha se pudo ver y entendía por qué Doña Carmen no había podido decir palabra alguna.

El pantalón era tan ceñido a su cuerpo que más bien parecía una segunda piel que dejaba a la vista esas curvas infernales que se gastaba la casada y dado al corte colombiano del pantalón, hacia que sus nalgotas se elevaran aún más de lo normal, dándoles una mejor vista a la hora del caminar. Aunado a que también apretaba su cintura para que se viera aún más pronunciando el ancho de sus caderas y nalgas.

Le gustaba ese detalle que los 5 botones que tenía el pantalón no estuvieran en frente, sino que estuvieran al lado derecho de su cadera. Aunque también venia ligeramente como sus labios vaginales se marcaban, pero gracias a que el pantalón era azul oscuro, hacia poco visible ese detalle.

Miraba la blusa que se había puesto y constataba que había hecho una gran elección. Era una blusa negra de manga larga que de los brazos era un poco holgada y se amarraba por delante con la misma blusa en forma de un moño, dejando su vientre y parte de su espalda baja al descubierto sin mencionar que esa blusa tenía un muy revelador escote que aunado a que la mujer no llevaba brasier, dejaba más piel al descubierto.

Le agradaba como se veía, se giraba en distintos ángulos y más le encantaba lo bien que le complementaba el pantalón y blusa a su cuerpo. Tan bien se veía que hasta Daniel en un pequeño vistazo que le dio a su madre, quedo hipnotizado por ese par de nalgas muy bien levantadas como si de un pato se tratara.

Doña Carmen se acercó y se desvivía en elogios hacia la mujer. La casada un poco apenada recibía esos elogios, aunque en el fondo le comenzaba a agradar de nueva cuenta el que la chulearan otras personas.

-¿En verdad cree que me queda bien Doña Carmen?- aunque ya sabía la repuesta, solo quería escuchar de nueva cuenta lo bien que se veía con ese atuendo. Ese ego femenino que había dormido por muchos años, de a poco iba despertando y Samantha aun recordaba la forma de alimentarlo.

-Claro que sí, mija. Mira nomas, los años no pasaron en ti, te ves igualita a cuando aún estudiabas- la vieja le decía con sus ojos brillosos como si se tratara de una madre que ve a su hija logrando alguna meta.

-¡Ay muchas gracias, Doña Carmen! Aunque siento que me está mintiendo- Samantha con un tono de niña chiqueada le decía a la señora. Intentando que la mujer la chuleara más.

Así estaban ambas mujeres en esa discusión amistosa mientras Daniel algo confundido veía a su madre vistiendo de una forma “llamativa” pensaba el muchacho, mientras hacia esa voz infantil. Era algo que el niño nunca había visto de su madre y de cierta forma le hacía sentir mucha risa al verla comportarse así.

En eso un par de chicas de unos 20 o 22 años entraron al local y quedaron asombradas por lo bien que lucía Samantha. Al instante ambas jóvenes estaban delante de la casada haciéndole un sinfín de adulaciones de lo bien que se veía. Y no es que ese par de jóvenes no tuvieran su atractivo, de hecho, eran las 2 mujeres más codiciadas por los hombres de esa colonia y las colonias vecinas. Tan solo que ninguna estaba al nivel de Samantha. Sabían que ella rivalizaba con las modelos que salían en la televisión. Por eso se les hacía raro ver a un “pez gordo”, nadando en un charco.

-¡Wow! Te ves divina ¿Eres de por aquí? ¿Dónde compraste esa blusa y pantalón? Porque yo también quiero unos así- las 2 chicas atacaban a la pobre mujer sin dejarla contestar una pregunta ya que al instante le preguntaban otra cosa. Samantha veía con ternura a las muchachas ya que le recordaban a cuando ella era joven y paraba a mujeres que no conocía en la calle para preguntarles en donde habían comprado esas zapatillas o bolsos que llevaban. Aparte el seguir siendo adulada ahora por 2 desconocidas ya le comenzaba a crear un calorcito por su cuerpo que se concentraba en su zona más íntima sin mencionar que la seguridad en ella de a poco volvía a recobrar fuerzas.

-Como que donde chamacas. Pues aquí, yo vendo ese tipo de ropa- Doña Carmen les respondía a las chicas haciendo que ambas voltearan a verla.

-¿En verdad, Doña Carmen? Pues nosotras también queremos un cambio así- decía una de las chicas mientras la otra la secundaba.

-Con la Gata no hay bronca ya que ella siempre paga a la quincena. Pero tu Güera, ya me debes varia ropa que sacaste y nomás no me pagas aun- la señora se refería a ambas chicas por los apodos que les habían puesto en la cuadra. A la primera le habían puesto así por el color verde de sus ojos y a la otra por el tono de su piel y cabello.

-No sea así Doña, al rato tenemos un bailongo y nos queremos ver bien chulas. Le prometo que el fin de semana le acabo de pagar lo que le debo- la güera casi de rodillas le imploraba a la mujer para que esta aceptara.

Doña Carmen volteando a ver a Samantha vio como esta con una sonrisa y moviendo su cabeza asentía intentando decirle que aceptara a lo cual la señora termino aceptando.

-Bueno, confiare en ustedes chamacas. Aparte gracias a que ustedes andan por toda la colonia modelando la ropa que vendo, es que vienen más chiquillas a comprarme- aquella mujer les decía. Si bien eso era cierto. También es que le gustaba ser muy cariñosa y amigable con las jóvenes, intentando llenar ese vacío de no haber podido tener hijos.

Las muchachas brincaron de la emoción ya que la señora había aceptado e irían a esa fiesta con ropa nueva. Rápidamente ambas jóvenes tomaron la ropa y se fueron al probador, dejando a Samantha asombrada con la rapidez con la que la habían olvidado y se habían ido a probar ropa.

Daniel ya un tanto aburrido de estar solo ahí sentado le decía a su progenitora que ya se fueran, aparte de que ya estaba oscureciendo. Samantha intentaba tranquilizar a su hijo diciendo que solo se cambiaba y se irían. Pero viendo que aquel par de jóvenes no tenían hora de desocupar el probador se comenzó a desesperar ya que no quería irse por las calles oscuras.

La señora viendo el problema, rápidamente le dijo que, si quería, podía cambiarse en su cuarto ya que esas chicas cuando venían a comprar ropa, prácticamente se probaban toda la tienda.

Samantha no viendo otra opción, acepto la propuesta. Ya veía en la cara de su hijo cierto enfado y lo que menos quería también era el hacer una escena ahí. Tomando algunos pantalones y blusas que le habían gustado le dijo a Doña Carmen que le sacara la cuenta de eso porque se los llevaría mientras la viejita le preguntaba si también se llevaría lo que llevaba puesto. Con una sonrisa y de forma rápida le contesto que si a lo cual la señora le decía que era una buena elección. Sabia Samantha que esa ropa no sería bien vista por Roberto, pero era un secreto y un lujo que se quería dar. Tal vez un día que lo tomara de buen humor y se podría poner ese atuendo para ir a comer o dar la vuelta.

Samantha le decía a su hijo que la esperara ahí a lo cual el niño le respondía que si pero que se apresurara porque ya mero se tenía que conectar para jugar con sus amigos. La mujer le respondía que, si mientras le daba un beso en la frente y le decía a Doña Carmen que se lo encargaba, ella respondiéndole que estuviera tranquila que se quedaba en buenas manos mientras le daba un abrazo al niño, el cual lo aceptaba de una forma incomoda ya que veía como una de las chicas miraba tal escena mientras reía. Doña Carmen también le decía en donde se encontraba su habitación, ya que al tener clientas no se podía ir con ella así que tendría que ir sola.

Samantha escuchando bien en donde se ubicaba, se metió por una puerta que conectaba el local con la casa y cerró la puerta.

La casa por dentro aún seguía siendo muy similar a como la recordaba de joven, la sala continuaba teniendo aquellos sillones viejos y percudidos de hace años, la televisión si la había cambiado por una nueva aunque no era de las más modernas ya no era aquel armatoste cubierto de madera con la pantalla del televisor abultada que tenías que levantarte para poder cambiarle de canal, mientras más miraba más recuerdos se le venían a la mujer, estaba en eso cuando vio la mesita de la sala y vio incrédula varios botes de cerveza sobre esta, se le hacía raro ya que no recordaba que aquella mujer bebiera alcohol en esas cantidades. Dejando de pensar en esas cosas se apresuró a subir las escaleras para poder cambiarse, ya tendría tiempo de preguntarle a Doña Carmen sobre esas latas de alcohol, se decía la casada.

Mientras tanto a unas cuadras de ahí.

-¡Fiu fiuuu… mamacita!- un sujeto que venía manejando un taxi ya muy viejo por no decir destartalado. Se abalanzaba en piropos y guarradas con las mujeres que caminaban por las banquetas mientras dentro del coche se escuchaba una cumbia que decia, ´Suelta el listón de tu pelo desvanece el vestido sobre tu cuerpo y acércate a mi…´

-Me cae de a madres que este es el mejor jale de todos. Ves culos a toda hora y eres tu propio jefe. ¿Qué más se le puede pedir a la vida? jejeje- se decía aquel sujeto a si mismo mientras le daba un trago a su Coca-Cola.

Dado a que a que ya estaba casi oscuro y la iluminación de las calles era nula porque al presidente municipal se le había hecho más importante el darse unas vacaciones en la playa con su familia que la seguridad del pueblo, había decidió desviar esos recursos a su cuenta e irse a tomar tan merecidas vacaciones. Pero con la tenue luz que brindaban los focos de las casas, se podía ver una enorme masa que iba manejando aquel vehículo, viéndose claramente como el taxi iba visiblemente inclinado hacia el lado del conductor por el peso que este ejercía.

-Ojalá y que mi vieja me haya hecho unos taquitos para comer porque tengo un chingo de hambre- continuaba hablando aquel hombre con el mismo mientras se le hacía agua la boca al verse comiendo unos tacos con una Coca de 2 litros nomas para él.

Mientras seguía pensando eso ni cuenta se dio cuando llego a su casa. Con mucha dificultad se giraba a los lados para subir las ventanas del auto y tomaba la radio para decirle a sus demás compañeros y el control de la base que se tomaría un descanso para comer a lo que el control le informo que estaba bien.

Con demasiada lentitud aquel sujeto salía del auto y se podía ver cómo, cuando esa masa de carne se bajaba del auto, este se levantaba volviendo a estar bien nivelado.

-Vieja, ya llegué y tengo un chingo de hambre- el viejo entrando aquel local de ropa se dirigía hacia Doña Carmen mientras veía a Daniel sentado junto a la caja registradora, pero este ni caso le hacía ya que seguía viendo videos en su celular.

-Qué bueno viejo. Ahorita te doy de comer, nomás termino de atender a las muchachas y te voy a servir- Doña Carmen intentaba abrazarlo del cuello para darle un beso aquel sujeto, pero por lo gordo, la papada le había desaparecido su cuello.

Y es que ahora de pie y completamente visible gracias a luz, se podía apreciar a tan desagradable adefesio. Su piel morena era similar al de la llanta de un carro, mientras que su rostro parecía la de un ogro sacado de la historia más bizarra de fantasía con una nariz chata que más bien parecía la de un cerdo. Como ya antes fue mencionado, tenía una enorme papada en la que se veían una gran cantidad de verrugas y granos. Si su papada era enorme, su panza era algo indescriptible de definir, la playera que traía puesta que más bien parecía la carpa de algún circo, hacia su mejor intento por ocultar tremenda masa de carne, pero por debajo de la playera se podía ver parte de su barriga llena de vellos. No había explicación científica que pudiera decir como ese par de popotes que tenía por piernas, podía sostener el peso de ese amorfo cuerpo.

-Ta´ bueno vieja. Tu atiende a nuestras clientas jejeje- guiñando un ojo miraba a la Gata que se encontraba afuera del probador que veía con una mezcla de repulsión y enojo como el viejo le intentaba coquetear. Y es que no era la primera vez que ese viejo intentaba coquetear con alguna de las 2 muchachas. Ya habían sido varias veces en las que el sujeto las había invitado a dar una vuelta en el taxi, siendo las mismas que lo habían mandado a la chingada. Las 2 jóvenes no entendían como es que Doña Carmen podía siquiera dormir con ese hipopótamo.

-¿Y ese chamaco de quién es? ¿Apoco es de alguna de ellas? Jajaja. Que guardadito se lo tenían muchachas, a la próxima usen globito o úsenlos de fácil, dicen que son buenos para quitar granos y espinillas jejeje- riendo sonoramente miraba a la muchacha y veia como esta lo veía con odio. La Gata ya le iba a contestar con una majadería, pero en ese momento vio como Doña Carmen le soltaba unos manotazos al obeso hombre.

-No estes molestando a las muchachas, Erasmo. Es el hijo de una muchacha que conozco desde hace años y se andan cambiando adentro de la casa- la señora terminando de soltarle un par de manotazos se paraba junto a Daniel.

-Solo era una broma, amargadas jejeje- diciendo eso pasaba junto a Doña Carmen para intentar pasar por la puerta. -¿Y qué hiciste de comer, vieja? Vengo con un chingo de hambre- parándose en la puerta le preguntaba a su esposa.

-Hice filete de pescado con unas verduritas hervidas, ensalada y agua de Jamaica- la mujer le respondía al viejo.

Aquella risa burlona que traía rápidamente cambio por una cara de enojo como si le hubiera hecho la cosa más mala en faz de la tierra. Girándose hacia su esposa y levantando las manos, comenzó a gritar un sinfín de cosas en contra de aquella pobre mujer.

-¡¿Que chingados es eso?! ¡¿me ves cara de vaca para tragar zacate?! ¡a mi ahorita mismo me preparas unos chilaquiles o unos tacos!- el viejo pareciera que hubiera sido poseído por el mismo diablo. Tanto así que la Gata aun estando a una distancia considerable se pegó al probador intentando meterse a él, mientras que la Güera solo se quedaba quieta y en silencio como si con eso aquella bestia no la fuera detectar. Daniel también dejo el teléfono al instante que escucho los primeros gritos y se levantó del banco donde estaba sentado, dirigiéndose a la entrada del local por si era necesario correr por su vida. Doña Carmen al igual que las muchachas sintió un miedo genuino y es que en todos los años que llevaban juntos, rara vez se ponía de ese modo y sabía que no había poder humano que lo pudiera calmar.

-Vi… vi… viejo, tranquilo. ¿No ves que estas asustando a los muchachos?- la mujer tartamudeando intentaba tranquilizar aquel ogro, pero era imposible.

-¡A mi me vale madresss! ¡voy a entrar a cagar, cuando salga espero que ya me tengas comida de verdad!- el viejo sentenciaba mientras se giraba y entraba a su casa sin dejar que la mujer pudiera protestar.

El viejo caminaba aun maldiciendo, pero ya en un tono más moderado mientras abría el refrigerador y sacaba una cerveza.

-Ya me viera tragando zacate como una puta vaca ja ja ja- El viejo decía eso mientras se reía en forma sarcástica. Dándole un largo trago a su cerveza se fue rumbo a las escaleras para poder entrar al baño de su cuarto y poder hacer sus necesidades con más calma y privacidad.

Cuando por fin había subido las escaleras y se giraba con rumbo a su cuarto. Cualquier persona que lo hubiera visto pensaría que había quedado petrificado ya que se quedó inmóvil con la mirada clavada en la imagen que había dentro de su cuarto, dejando caer su cerveza al suelo.

Unos minutos antes.

Samantha ya dentro del cuarto miraba la cama el tocador y demás cosas que había dentro. Recordaba cuando era niña y que se quedaba a dormir con Doña Carmen en esa cama y ella le contaba cuentos hasta que se dormía o cuando a escondidas de ella tomaba sus pinturas y se maquillaba según ella para verse como las actrices que salían en las novelas que a su mamá y Doña Carmen les gustaba ver, pero más bien terminaba pareciendo una payasita. Veía con alegría todo eso hasta que, mirando al tocador de nueva cuenta, vio una foto donde salían ella y Doña Carmen cuando esta apenas cursaba el Jardín de niños. No recordaba que les hubieran tomado esa foto, pero sentía su corazón lleno de felicidad al ver que Doña Carmen aún conservaba esa fotografía como si de su verdadera hija se tratara. La casada estaba en sus pensamientos cuando de repente a su nariz le llegaba un aroma que no le parecía familiar o más bien no recordaba en ese cuarto ya que ese olor le recordaba a cuando Roberto llegaba de hacer ejercicio y traía un olor muy similar, aunque el olor de Roberto era mucho más ligero al que estaba concentrado en ese cuarto. La mujer viendo la hora en su teléfono se asustó ya que había pasado mucho tiempo y aun ni se descambiaba. Dejando el retrato en el mismo lugar se dispuso a desvestirse para irse con su hijo a su casa.

Estaba apenas quitándose la blusa cuando escucho algunos gritos que provenían de abajo, en un principio la mujer sintió miedo de que le hubiera pasado algo a su hijo. Ya iba a ponerse de nueva cuenta la blusa cuando pensó que lo más seguro es que se trataba de alguna broma que le estaba haciendo Doña Carmen a su hijo y las muchachas. Sabía lo divertida que era ella y de seguro de eso se trataba. Así que más tranquila y omitiendo aquellos gritos decidió continuar con lo que estaba haciendo.

La mujer con su torso ya desnudo procedió a quitarse los pantalones. Los tomo de la cintura con ambas manos y comenzó a jalarlos hacia abajo, pero por más que intentaba no bajaban ni un centímetro. “Supongo que, así como batalle para ponérmelos, también voy a batallar para quitármelos”, pensaba mientras comenzaba a mover sus caderas de lado a lado como cuando alguien se aguanta en entrar al baño y con sus manos continuaba jalando hacia abajo el pantalón.

El tiempo pasaba y por fin su esfuerzo rendia frutos, ya quedaban a la vista los hilos laterales y el pequeño corazón metálico de la tanga roja que llevaba puesta. El pantalón ya estaba a la mitad de sus redondas nalgas, así que la mujer inclino su torso hacia adelante mientras dejaba sus nalgas bien levantas y continuaba con ese meneo de caderas mientras seguía jalando el pantalón hacia abajo, pensaba que en esa posición sería más fácil el poder hacer que bajara el pantalón. Tal posición la hacía con sus nalgas en dirección a la puerta del cuarto que daba directamente a las escaleras, aunque el que subiera por las escaleras subía dándole la espalda al cuarto, así que primero tenían que girar ya estando arriba para ver dicho cuarto. Samantha por las prisas y también por andar de distraída por andar viendo el cuarto mientras se dejaba envolver por los recuerdos, había olvidado el cerrar la puerta del cuarto, dándole la oportunidad a que alguien la viera en tan acalorada situación.

Oportunidad que no sería desaprovechada gracias al destino o la diosa fortuna que en esos momentos le sonreía a tan asqueroso viejo. Que al momento de girar las escaleras y dirigirse a su cuarto, vio con asombro esas enormes nalgas casi desnudas meneándose de lado a lado. El viejo quedo hipnotizado con ese cadencioso meneo de caderas, en su mente se había esfumado el coraje que hace solo algunos minutos casi le hace tener un paro cardiaco, ahora su mente solo estaba en blanco. El viejo sudaba como si hubiera corrido un maratón, de su boca abierta se podía ver como se acumulaba una gran cantidad de saliva entre esos amarillentos dientes, mientras que en sus pantalones se comenzaba a dibujar un enorme bulto.

Pero su asombro y excitación se fue a las nubes cuando ese pantalón cedió y le dio la mejor vista de su miserable vida. La mujer dando un fuerte empujon por fin pudo hacer que el pantalón bajara un poco más llegando hasta la mitad de sus piernas.

Fue en ese preciso momento en el que aquel viejo entrando como en un trance y perdiendo control en sus extremidades, dejo caer la lata de cerveza que sostenía en una de sus sucias manos. Y es que la vista que tenía era privilegiada, podía ver en su máxima expresión esas firmes y redondas nalgotas, bajando un poco la mirada sintió como su verga drenaba toda la sangre de su sistema circulatorio para tener la erección más grande de su vida, ya que veía como unos labios vaginales hinchados con algunos vellitos púbicos rojizos. El viejo quería correr y abalanzarse sobre esas nalgotas para lamerlas, morderlas, besarlas y nalguearlas, su mente trabajaba a mil por hora ideando mil cosas que le haría a esa culona, pero sus piernas no le reaccionaban. Fue en ese momento y dado al ruido que hizo su cerveza al caer, que un rostro se asomaba por un lado de esas nalgas, rostro que en un principio se miraba un tanto confundido, pero a los pocos segundos se llenaba de terror saliendo de lo más profundo de ella un auténtico grito de terror.

-¡Aaahhh!- fue el grito que Samantha expulso de lo más profundo de su ser. Y es que aquel pasillo se encontraba oscuro, solo podía entre ver una enorme y redonda silueta parada a un lado de las escaleras. A la casada ni por la cabeza se le venía la opción que fuera algún ratero o algún fisgón, ella creía que se trataba de algún fantasma o algún espíritu del mas allá ya que ella le tenía mucho miedo a las cosas paranormales.

Al viejo aquel grito lo hizo salir del letargo en el que estaba, haciendo que diera un brinco mientras decía, ´Ay weeey´, ya que a él también lo tomo sorprendido aquel grito.

La levantando su torso y girando hacia aquella silueta mientras con una mana intentaba el taparse sus prominentes pechos, intento correr y cerrar la puerta, pero dando a que el pantalón lo tenía a media pierna, solo podía dar pequeños pasitos.

El viejo quedando embobado de nueva cuenta, pero ahora por el bamboleo de esos enormes pechos que aquella mujer intentaba taparse, pero tan solo alcanzaba a tapar sus pezones y aureolas con su pequeña mano y antebrazo. Pero rápidamente volvió en si al ver como esa mujer intentaba llegar a la puerta, intuía para cerrarla.

-¡Espera! ¡No te asustes!- el viejo extendiendo una de sus manos hacia el frente poniendo su palma en señal de alto mientras con la otra mano buscaba el interruptor del pasillo para prender la luz.

Cuando al fin Erasmo encontró el interruptor y pudo encender la luz, la casada pudo darse cuenta de que no se trataba de ningún ente demoniaco sino de una persona, aunque por su apariencia si parecía haber salido de alguna película de terror. La tranquilidad solo le duro unos segundos ya que de inmediato el miedo se volvía apoderar de ella ya que estaba semi desnuda delante de un hombre que en su vida había visto, ahí fue cuando se le vino a la mente que se trataba de algún ratero.

-¿Qui… qui.. quien es us… us…ted?- la mujer alzando la voz le preguntaba mientras continuaba intentando ocultar sus partes íntimas.

-So… soy Erasmo, yo… yo… vivo aquí- el viejo tartamudeando le respondía y es que en solo unos minutos estaba en una montaña rusa de emociones. No conocia ni siquiera a la mujer que estaba semi desnuda en su cuarto y ahí estaba el hombre dándole explicaciones como si fuera ella la dueña de la casa.

-¡No mienta, aqui vive doña Carmen!- la aun alterada Samantha seguía cuestionando aquel hombre ya que esa respuesta la consideraba una mentira ya que sabía por propia boca de Doña Carmen que su marido cuando se enteró que ella no podría tener bebes, la abandono y desde ese entonces ella jamás volvió abrir su corazón a ningún hombre.

-Ora, yo no soy ningún mentiroso, te lo juro por la virgencita de Guadalupe.- el viejo haciendo la típica señal de los dedos para persignarse, se los besa en reiteradas ocasiones para que aquella mujer le creyera. -Es más mira, aquí estamos los 2 juntos- el viejo sacando su viejo teléfono de sus pantalones se metía a la galería y le mostraba una foto de el con aquella vieja mujer mientras daba unos pasos hacia Samantha para que pudiera ver más de cerca la foto. Samantha al también bajar su mirada cuando el viejo buscaba en sus pantalones el teléfono, veía con asombro como se le dibujaba un enorme bulto. Rápidamente levanto la mirada por lo incomodo que le pareció el estar viendo esa cosa.

La mujer veía dicha foto y veía como ambos se estaban besando, haciendo que Samantha comenzara a creer dicha historia de aquel hombre. Pero al momento de ver que este caminaba hacia donde estaba, ella comenzó a retroceder.

-Es… está bien, le creo. ¿Pero… porque me estaba espiando?- la mujer le preguntaba mientras lo veía de arriba abajo y más se preguntaba en sus adentros como es que su madre sustituta se besara con horrible sujeto. No es que esa Doña Carmen fuera la octava maravilla del mundo, pero sin duda podría tener algo mejor. -Viejo cochino- Samantha sin dejar que el hombre le diera una explicación, decidió solo decirle lo primero que se le vino a la mente.

Erasmo al verse ofendido de nueva cuenta por una desconocida en su propia casa, sentía como la sangre le hervía de nuevo y cuando se disponía a contestarle con insultos y casi sacarla a patadas de su casa. Una voz desde abajo lo hizo ponerse helado.

-¡Samantha! ¿Mija, todo bien? Te escuchamos dar un grito- Era Doña Carmen quien, recargada en el pasamanos de la escalera desde el primer piso, le preguntaba a su niña.

Samantha llenándose de valor al sentirse a salvo ya que Doña Carmen estaba a unos pasos de ella, se preparaba para decirle que subiera porque ese viejo cochino que tenía por pareja la estaba espiando. Cuando vi que aquella masa de grasa apresurando su paso la alcanzo y poniendo su dedo índice en su boca le hacia la señal que guardara silencio mientras veía en su mirada cierto miedo.

-¿Qué le pasa? No me toque- Samantha dándole un manotazo se alejó un poco de él. -¡Que! ¿Tiene miedo de que Doña Carmen vea el viejo cochino que es?- la casada sintiendo controlada la situación le preguntaba con cierto grado de desdén y una risa fanfarrona.

Al viejo ahorita no le importaba que aquella mujer lo estuviera ninguneando. Lo que le preocupaba era exactamente lo que decía ella. Y es que, a su vieja, ya le habían llegado muchos rumores que le decían que él le estaba poniendo los cuernos con varias mujeres, pero siempre encontraba la forma de ocultar las evidencias así que siempre quedaba salvado. Si bien era cierto, todas ya eran mujeres viejas y del mismo rodado que él, gordas y feas.

Pero si veía esta escena, sin lugar a dudas lo correría de la casa y era algo que no quería. Ya que el en verdad era solo un vividor que en la pobre de Doña Carmen se había encontrado la lotería ya que esta se hacía cargo de todos los gastos de la casa y él lo poco que ganaba en el taxi se lo gastaba en comprar cerveza con sus amigos o invitarle unos tacos o algún detalle a alguna de sus conquistas.

Pensando rápidamente en alguna idea para que la semidesnuda mujer no fuera a decir nada, comenzó a crear alguna mentira. Cuando de repente volvió a escuchar la voz de su vieja ya que había pasado un tiempo y Samantha aun no le respondia. Sabía que si esa mujer no le respondía rápido subiría y lo vería en tan comprometida situación, así que sin pensar mucho y con pura improvisación le dijo lo primero que se le vino a la mente.

-Trato de salvarnos a los 2- fue lo que salió de la boca apestosa de aquel hombre.

-¿Qué?- sin entender bien a que se refería, Samantha le pregunto.

-Si, si nos ve, así como estamos, ¿qué crees que vaya a pensar?- Erasmo en su mentira intentaba meter a la mujer en la culpa. Sabía que era la única opción que tenía para que la mujer no dijera nada.

-Yo no hice nada malo, solo me estaba descambiando y usted fue el que me estaba espiando, aquí el único culpable es usted- la casada segura de lo que decía continuaba tranquila y ansiosa de que Doña Carmen subiera las escaleras para decirle todo. Cuando de repente el viejo dijo algo que la hizo titubear.

-¿Y tú crees que va a creer eso cuando te vea, así como estas ahorita? Aparte cuando yo subí me encontré con que la puerta estaba abierta de par en par mientras mostrabas tus nalgotas. Pareciera como si te me estuvieras ofreciendo- mientras decía eso, veía como el rostro lleno de seguridad que tenía esa mujer, se iba convirtiendo en uno de inseguridad.

-Pe… pe… pero yo no sabía que usted… subiría- Samantha intentaba excusarse. Ella sabía que no había actuado de mala fe y esta circunstancia había sido ajena a sus manos. Pero sabía que, si ese hombre le decía esas eso a Doña Carmen, se podría meter en un gran problema.

-Pues será el sereno, pero si ahorita que suba mi vieja y nos ve así, que te quede claro que a los 2 nos va a mandar a la chingada. Así que tu elijes- Ahora la situación cambiaba y es que el viejo era quien tenía un rostro de seguridad mientras que Samantha era la que tenía un rostro de pavor. Sabía que su historia era la real, mientras que la de ese viejo era casi completamente una mentira, pero lo que la hacía más creíble que su historia era el que ella se encontraba semidesnuda junto aquel hombre.

-¿Que te pasa que no contestas chamaca? Voy para allá.- Doña Carmen al no recibir respuesta de Samantha decidió subir y ver que se encontraba bien. Lo que menos quería era tener otro susto como el que acababa de sufrir por parte de su energúmena pareja.

Samantha al escuchar eso y como unos pasos comenzaban a subir las escaleras un miedo se comenzó a apoderar de ella. Mientras el viejo al ver que la mujer no decía nada pensaba que en realidad se mantendría en su postura y dejaría que su pareja los viera en tan comprometedora situación lo que lo hizo asustarse y tomar de la cintura a la mujer para pegarla a su cuerpo intentando que tan diminuto y esbelto cuerpo cubriera semejante cuerpo, era como si un elefante se quisiera ocultar detrás de un lápiz.

-N… n… no, no, ¡NO!- entre tartamudeos su voz pudo expulsar en un tono como de grito. -Es… estoy bien, so… solo que estaba terminando que quitarme el pantalón y no podía hablar.- Samantha escuchaba como esos pasos que subían las escaleras se detuvieron lo cual le hizo sentir una gran calma. Era tanta la adrenalina que ni se había dado cuenta que aquel hombre la tenía sujeta de la cintura.

-Ay muchacha me habías asustado. Pensé que te había pasado algo. Bueno, apúrate porque tu hijo ya está muy impaciente- la mujer le decía mientras bajaba las escaleras. Si bien lo que decía de su hijo si era cierto, lo que en verdad quería era que se fuera para que no viera a Erasmo de mal humor. Quería presentárselo, pero sabía que esa no era la mejor ocasión. Sin saber que en esos momentos aquel hombre tenía bien agarrada a Samantha de su cintura mientras comenzaba a ver su semi desnudo cuerpo por todos lados.

-S…si, dígale que ya voy- la casada le pedía que le dijera a su hijo mientras escuchaba cada vez más lejos los pasos hasta que ya no se oyeron.

Samantha al sentirse ya un poco más tranquila, pudo sentir una mano que apretaba su cintura mientras sentía un calor corporal ajeno al de ella. Girando su cabeza a un costado vio que se trataba de ese viejo que le respondía con una sonrisa de complicidad al rostro de disgusto que ella le mostraba mientras con un empujón lo alejaba de ella. Pero en dicho acto su mano que cubría uno de sus pechos se movió dejando a la vista de tan degenerado sujeto su pequeño pezón y areola rosadas.

Samantha se dio cuenta justo cuando vio como ese sujeto le clavo la mirada en sus pechos mientras sacaba su lengua y se relamía sus labios como si de un gran banquete se tratara. La mujer rápidamente tapo su pecho mientras con un tono de enojo le decía a ese viejo.

-¡Váyase de aquí, déjeme cambiarme para irme- el viejo en sus instintos más primitivos quería encuerarse y lanzarse sobre ese portento de hembra. Pero aun algo de raciocinio quedaba en su cachonda cabeza. Sabía que su mujer podría subir en cualquier momento y ahora si hasta los huevos podría venir cortando. Así que no teniendo otra opción opto por seguir la decisión de esa mujer. “Prefiero casa y comida antes que una cogida”, pensaba el viejo.

Mientras caminaba en dirección a la puerta seguía comiéndose con la mirada tan escultural cuerpo, todo le parecía que lo habían hecho a mano. Ya estaba por salir del cuarto cuando vio el pantalón a media pierna que tenía la mujer y recordó las complicaciones por las que estaba pasando para quitárselo.

Asi que sin esperar nada a cambio volteo a mirar a la cara a la dueña de ese cachondo cuerpo y le dijo.

-Si quieres te puedo ayudar a quitarte ese pantalón jejeje- el viejo intento reír para aligerar lo pesado que estaba el ambiente, pero solo logro que la mujer lo viera como desprecio y disgusto.

-Está loco si cree que voy a dejar que sus asquerosas manos me toquen- Samantha sin siquiera pensar la propuesta le decía al viejo. No podía imaginar tan aberrante situación. Pero de nueva cuenta la fortuna estaba en su contra ya que otra voz hacia acto de presencia desde el piso de abajo.

-¡Mamá, apúrate!- era su hijo que ahora podía escuchar como comenzaba a subir las escaleras. De nueva cuenta el miedo comenzó a invadir el cuerpo Samantha quien no sabiendo que hacer, corriendo a paso corto por el pantalón que no la dejaba dar pasos largos, se puso en la en el borde de la puerta y le grito -¡NO vengas! ¡estoy en ropa interior!- el viejo veia deleitado como cuando la casada iba al borde de la puerta sus nalgas daban ligeros brincos a la hora que daba cada paso lo cual más lo enervaba en calentura.

-Bueno, pero apúrate. Aquí te espero- el chamaco sentenciaba mientras se sentaba en uno de los escalones de la escalera. Quería meterle presión a su madre para que se apurara, lo que no sabía es que solo estaba haciendo que su mamá tomara la decisión que no quería tomar.

-Si… si… si ya voy- la mujer por el pánico en el que se encontraba, dejo de lado que detrás de ella se encontraba ese viejo e inclinando de nueva cuenta su torso hacia adelante comenzó a repetir los movimientos que estaba haciendo antes de que ese viejo la interrumpiera.

A Samantha ya no le importaba estarle dando una buena vista de su curvilíneo cuerpo a ese degenerado sujeto. Lo que ella quería era el acabar con eso lo más rápido posible porque no quería que su hijo subiera y la viera en esas circunstancias. Si el que la viera Doña Carmen le parecía malo, el que la viera su hijo le parecía aún peor.

Erasmo desde atrás no perdía detalle de eso meneo de nalgas y ahora estando más de cerca y con todo iluminado, veía hasta el más mínimo detalle. Veía como esa diminuta tanga que traía puesta, se perdía en medio de sus nalgotas solo dejando en la parte de arriba un corazon de metal que brillaba con la luz, mientras que en la parte de abajo veía como ese hilo rojo que era devorado por sus nalgas, era visible solo unos milímetros para de nueva cuenta desparecer, pero ahora lo hacía en medio de unos labios carnosos con unos pequeños vellos rojizos. El viejo se sentía en la gloria al poder estar contemplando tan exquisito momento, “ni en los mejores puteros de la ciudad hay una vieja tan buena como esta”, era lo que pensaba el viejo mientras ya comenzaba a masajearse un enorme bulto que se veía por encima de su pantalón.

Sin que la mujer prestara atención por estar más preocupada de que su hijo subiera, no se percató como el viejo se acercaba por un costado y poniendo una de sus grasientas manos en un costado de su cintura, tocando el hilo rojo que circundaba esa parte de su cadera, bajo su cabeza hasta el oído de Samantha.

-Si no te apuras tu hijo subirá. Si te ayudo más rápido te podrás ir- decía mientras comenzaba a jugar con el hilo de la tanga.

Samantha al sentir esa mano y como le hablaba en voz baja cerca de su oído, hizo que diera un brinco ya que no se lo esperaba. La adrenalina de ser descubierta la mantenía muy alerta pero el sentir esa mano juguetona le hacía recordar lo que en la mañana le había sucedido algo muy similar con aquel otro viejo. El recordar de nuevo esa escena y que ahora en verdad podía ser descubierta, le hizo sentir miedo, pero a la vez ese vacío en el estómago volvió aparecer. Mientras más escuchaba cerca de su oído como el viejo le decía que lo dejara ayudarle, también sentía como su aliento golpeaba contra su oreja haciendo que la sintiera muy caliente y seguía jalando levente ese hilo. Su respiración comenzó a tornarse poco a poco más pesada haciendo que sintiera como su piel le quemaba de lo caliente que la sentía. Tal estado de la mujer no era precisamente por aquel viejo, sino por la situación, el aliento caliente en su oreja, el rose de esa mano invasora y el hecho de ser descubierta la estaban haciendo calentarse como hace años no lo estaba. Sus pechos que estaban suspendidos en el aire podían verse como eran coronados por esos duros pezones rosados. Su mente de a poco sentía como se iba nublando mientras comenzaba a morderse su labio inferior con una tenue sonrisa mientras cerraba sus ojos.

-¿Entonces qué? ¿Si te ayudo?- el viejo sin poder darse cuenta de todo lo que pensaba aquella ninfa, solo se limitaba a preguntar con una voz ya también cachonda. Y es que el tener tremendo mujeron con poca ropa en su cuarto y que este, la pudiera estar tocando, se le hacía estar viviendo un sueño que deseaba su mujer no lo despertara nunca.

“Andale di que si cabrona culona” eran los pensamientos de aquel tipo.

-Pe…ro no me vayaaa queee sea rapidooo…- la mujer le respondía de forma pausada y alargando las palabras por el poco aire que podía respirar por el estado de calentura en el que ya se encontraba.

Samantha quitando sus manos del pantalón y volviendo a cubrir sus pechos se limitó a solo observar hacia las escaleras mientras le daba camino libre a Erasmo de que hiciera su buena acción del día.

El hombre viendo lo dócil que se estaba comportando, hizo hacerlo sentir más seguro de la situación. Dejando de jugar con el hilo de la tanga, comenzó a mover su mano sin dejar de tocar la piel de la mujer hasta que su mano hizo contacto con una de sus nalgas y le dio un apretón. Podía sentir lo tersa y suave que era y a la vez se daba cuenta que ni con su palma completamente abierta, podía abarcar por completo ese pedazo de carne. Apenas y podia tomar la mitad.

Samantha abriendo los ojos de manera inmediata giro su rostro hacia atrás donde se encontraba el viejo y soltándole un manotazo le recriminaba con un semblate un poco molesto por tal atrevimiento.

-Jejeje, perdón, se me resbalo la mano- era la excusa burda que le daba con una sonrisa simplona.

-No se mande o déjeme sola- la casa le respondía con un semblante de disgusto. Si bien, estaba caliente, eso no significaba que fuera a dejarse hacer esas cosas por tan horrible sujeto. Era una mujer casada y esto solo era una ayuda que le estaban dando para poderse irse a su casa con su querido hijo a su casa. Por lo menos esa es la justificante absurda que se hacía creer la casada.

El viejo rápidamente puso una rodilla en el suelo dejando su grasienta cara a la altura de sus nalgas. Veía como su mano se había marcado en su nalga, si bien el apretón no había sido fuerte, por lo blanco de la piel de la mujer, cualquier tacto hacía que se le marcara como si la hubieran tocado con fuerza. “Jejeje mira que bien se te ve mi mano en tu nalga, pinche culona. Hasta parece que fueras una vaca y esa marca fuera señal inequívoca de que eres de mi propiedad” pensaba el viejo mientras veía esa marca como si de una obra de arte se tratara.

-Apúrele que si no van a subir- Samantha volteando su rostro miraba como aquel sujeto miraba embobado sus nalgas. Aquella acción más que molestarla le pareció chistosa. Pensaba que era como cuando su hijo miraba su caricatura favorita o su esposo veía un partido de futbol de su equipo favorito.

El viejo quería que todo eso nunca acabara, pero a regañadientes comenzó a bajar el pantalón. Pensaba que con un jalón este caería hasta el suelo, pero grande fue su sorpresa cuando vio que con dicho jalón el pantalón continuaba igual, solo había lastimado a Samantha que con una voz adolorida le volvía a recriminar que tuviera más cuidado. El viejo entendía por qué la mujer había batallado tanto y solo había podido bajarlo hasta la mitad de sus piernas.

Despues de un par de minutos, unos jalones y unos regaños de Samantha a Erasmo, este último por fin había cumplido con su cometido. La mujer ahora si tan solo vestía esa diminuta tanga y el pantalón solo quedaba en sus tobillos.

-Oiga, hmmm… ayúdeme también a quitármelos por hmmm… completo- la mujer le pedía mientras con una mano intentaba el jalarlos, pero en esa posición y solo con una mano le era imposible.

-Pero si te los quito ahí parada te vas a caer cuando le dé el jalón al pantalón. Mejor siéntate en la cama y así nos evitamos un accidente- Erasmo sin ninguna malicia le sugería a la casada. Lo que menos quería era que tan hermoso sueño que estaba teniendo no se volviera en una horrible pesadilla con algún accidente.

Samantha veía por primera vez sincera preocupación por parte de él hacia ella. Así que aceptando que, si corría peligro en intenta quitarse el pantalón en esa posición, acepto su sugerencia.

La mujer se dirigió entre pisando el pantalón mientras con sus manos continuaba cubriendo sus pechos, maldecía el haberle hecho caso a su hijo y haber salido sin brasier de la casa. Ahora otros ojos veían partes de su cuerpo que antes solo había visto su esposo.

Posando sus nalgas en las sábanas de la cama y levantando ambas piernas en dirección al hombre, le decía que ya estaba lista.

Erasmo tomando con sus 2 manos el pantalón dio 3 jalones, pero este no cedía, tan solo veía como el cuerpo de Samantha se movía con tanto jaloneo como si de una muñeca de trapo se trata. El viejo tomaba un respiro en cada jalón y es que en su vida había esforzado tanto a su obeso cuerpo. Estaba en uno de esos respiros cuando de repente sintió que el mismo diablo les estaba hablando.

-Samantha, tu hijo ya se enfadó muchacha. ¿Qué tanto haces?- Doña Carmen había regresado ya que al fin había atendido al par de muchachas y estas ya se habían ido. Veía como Daniel permanecía sentado en las escaleras con un rostro de fastidio. Así que, sin más la mujer decidió subir y apurar a la casada.

Al escuchar la voz y el ruido de sus sandalias al estar subiendo las escaleras a paso lento, Samantha y Erasmo se vieron a los ojos con un pavor como si la mismísima muerte fuera por ellos. En voz baja Samantha le decía que se apurara mientras que el viejo en un ataque de fuerza, le dio un jalón que hizo salir el pantalón de los tobillos. Pero también haciendo que, por la fuerza, el viejo fuera a dar contra la pared mientras que Samantha cayo completamente de espaldas contra la cama.

El viejo sobándose la nuca por tremendo golpe que se dio, se acercó a la cama para ver si la mujer se encontraba bien. Pero apenas le iba a preguntar cuando la imagen que vio lo dejo mudo.

Samantha por la velocidad en la que cayó en la cama hizo que sus brazos cayeran a los lados de su cabeza dejando sus pechos completamente al descubierto, viendo lo grandes y blancos que eran, que a su vez contrarrestaban con lo rozados de sus pezones. Mientras que sus piernas habían quedado completamente abiertas dejando ver como sus los labios estaban completamente expuestos ya que la tela de la tanga estaba completamente metida en la vagina. El viejo movía sus ojos por todo el cuerpo de esa mujer intentando que su atrofiado cerebro por tanto alcohol que consumía, pudiera guardar la erótica imagen en alguna de sus neuronas que aun funcionaban. Con su cabello desparramado en la cama, estando prácticamente desnuda, con sus brazos y piernas en esa pose, pareciera una amazona que había perdido la batalla y su castigo era el saciar el libido del macho que tenía delante.

Samantha comenzaba a abrir sus ojos después del golpe que había sufrido y lo primero que vio con miedo fue a ese hombre casi encima de ella. La mirada que tenía era la de un loco y no entendía el porqué, hasta que bajo su mirada y vio el motivo. Rápidamente llevo sus manos a sus pechos e intento el cerrar sus piernas, pero el hombre estaba en medio de ellas lo cual le impedía tal acción. Al bajar su mirada también vio con mucho asombro como un bulto enorme se le formaba en los pantalanes. Creía que se trataba del algún pepino que estaba escondido ahí ya que por el tamaño y grosor lo relacionaba con esa verdura.

Aquella pareja se encontraba en tan incómoda situación cuando los pasos que se escuchaban más cerca los sacaron de sus pensamientos e impulsos. El viejo asomándose por la puerta, veía como la cabeza de su mujer se comenzaba a ver por escaleras. Sabía que ya era muy tarde para intentar esconderse en el baño. Lo único que se le ocurrió fue ponerse a un lado del ropero que estaba a un lado de la puerta y rezar porque aquella vieja no entrara al cuarto.

Samantha por su parte, como resorte se levantó de la cama mientras buscaba su vestido que encontró tirado a un lado de la cama. Mientras veía de reojo como ya el cuerpo de Doña Carmen se veía completamente, ella apresuradamente se ponía su vestido y se dirigía al tocador.

-¿Mija, porque tardas tanto? Tu niño ya esta muy desesperado- Doña Carmen le cuestionaba a Samantha mientras se acercaba al cuarto.

-Ay, perdon Doña Carmen, es que me estaba arreglando un poquito jiji- intentando actuar normal la casada le decia aquella mujer, pero sin duda la risa era una señal de lo asustada que estaban.

-Que vanidosa eres Samantita. Oye, te ves muy colorada, ¿tienes calor?- la vieja veia el color rojizo en la piel de la mujer y como esta tenia unas gotas de sudor en su frente.

-Ay si, un poco. Aparte el quitarme el pantalon me costo mucho, así que tambien por eso me acalore jijji- Samantha intentando sonar lo mas normal del mundo le respondia aunque sentia como la adrenalia por dentro la estaba consumiendo.

-Me hubieras dicho para darte una mano mi niña- con una sincera preocupacion le decia

-Me la dieron…- en voz baja y dirigiendo su mirada hacia donde estaba Erasmo le daba una mirada de enojo a lo que el viejo solo se limitaba hacerle señas con su dedo en su boca en señal de que guardara silencio.

-¿Qué?- fue lo unico que le respondio la señora ya que fue tan bajo lo que dijo Samantha que no pudo escucharlo.

-Nada, que ya nos vayamos porque Daniel debe de estar enojadojijiji- Samantha juntando el pantalon y la blusa, salio del cuarto mientras tomaba a Doña Carmen del brazo para amabas bajar las escaleras.

El viejo al solo escuchar unos murmullos abajo y como estos se fueron silenciando entendio que el peligro ya habia pasado. Justo en ese momento volvieron esas imágenes en donde Samantha estaba acostada en su cama y de inmediando se dejo caer ahí intentando aspirar su aroma que aun quedaba en esas sabanas.

Mientras que abajo, los 3 ya se encontraban en la banqueta mientras se despedían.

Doña Carmen le entregaba su bolsa con las prendas que le habia comprado y le decia que mañana mismo le llevaria el uniforme a su casa a lo que Samantha le pagaba por las prendas y le dejaba otros billetes para que de ahí comprara el uniforme.

Doña Carmen veia muy oscuras y solas las calles, lo que le dio preocupacion de que se fueran camiando solos. Habia escuchado que ultimamente los robos en la colonia estaban aumentando. Asi que le sugeria a Samantha que tomara un taxi, Doña Carmen le queria decir que su amor los podia llevar pero dado al ultimo percance que tuvieron hace unos minutos, no queria que les fuera a contestar con una majaderia que hiciera sentir mal a su niña. Pero la mujer le decia que no, que eran solo unas cuadras y no les pasaria nada. A Samantha tambien le parecia peligroso el andar caminando por aquellas calles tan oscuras, pero lo que queria era ya irse lo antes posible de ahí para intentar olvidar lo que habia ocurrido arriba.

Estaban discutiendo las 2 mujeres cuando Doña Carmen sintió una mano en su hombro y vio como Samantha giro su rostro hacia un lado con cierta incomodidad.

-Bueno, bueno, ¿qué está pasando aquí? Jejeje- se trataba de Erasmo quien muy quitado de la pena y con una sonrisa se unía a la conversación.

-Me asustaste viejo. Mira te quería presentar a Samantha y su hijo Daniel. Ella es hija de mi mejor la que te había comentado que lamentablemente ya falleció- la señora le presentaba a su pareja a quien veía como su hija. Sin saber que ambos ya se habían conocido muy de cerca hace unos minutos o más bien, Samantha era la que se había presentado muy al “natural”.

-¡Ah caray! Con que ella es la famosa Samantita de la que tanto me hablabas. Pues mucho gusto muchacha, es todo un placer el por fin conocerte. Yo me llamo Erasmo a tus ordenes jejeje- el viejo ignorando por completo al chiquillo y tan solo enfocándose en la hembra que tenía enfrente, le extendió la mano en señal de saludo intentaba que sus miradas se encontraran, pero la mujer esquivaba la mirada.

-Gracias- era la seca respuesta de Samantha hacia aquel hombre mientras miraba hacia un lado de la banqueta. El tocar la mano de aquel hombre le producía una gran incomodidad por el cinismo con el que estaba ahí parado como si nada hubiera pasado.

Doña Carmen ni cuenta se dio de lo incomodo que estaba el ambiente. La felicidad la cegaba ya que en varias ocasiones se había imaginado ese momento, en el que pudiera presentar a ambos.

-Bueno, y ¿qué tanto discutían mujer?- el hombre se hacia el que no sabía de que hablaban cuando en realidad si sabia. Y es que mientras estaba acostado oliendo las sábanas, pudo escuchar por la ventana de la recamara que daba a la calle, como su mujer le decía a Samantha que se fuera en taxi, pero ella terca le decía que no. Ahí fue cuando puso a funcionar su pervertido cerebro e inmediatamente bajo a donde estaban ellas.

-Ay viejo, pues esta muchacha que no me hace caso. Le digo que se vaya en taxi a su casa porque están muy oscuras y solas las calles. No venga siendo que le vayan a dar un susto a ella y su hijo- la señora en un tono de sincera preocupación le respondía a Erasmo

-Faltaba más vieja, yo ahorita mismo los llevo. Súbanse a mi taxi- Erasmo soltando a su mujer se dirigía a su carcacha con llantas.

-¡No como cree! Ahorita nos vamos mi hijo y yo solos. Al cabo no nos va a pasar nada- justo en ese momento escuchan a un par de cuadras las sirenas de una patrulla que conducía a toda velocidad.

-Mamá, mejor si hay que irnos con el señor- Daniel abrazándose de la cintura de su madre veía a lo lejos los focos rojos y azules de la patrulla que iban desapareciendo en la penumbra de la calle.

Al ver lo asustado que se encontraba su hijo y en el fondo ella también, aunado a que ambos viejos continuaban insistiendo, la casada no tuvo de otra que aceptar el “aventón” y se dirigieron al taxi.

-¡Yo también voy con ustedes!- Doña Carmen sin decir más se dirigió al vehículo. Samantha al ver que también ella iría sintió un gran alivio ya que no quería tener ningún tipo de charla con ese tipo.

-¡No tú te quedas!- con voz autoritaria y con una mirada de pocos amigos el viejo se dirigía hacia la señora que quedo sorprendida al igual que Samantha por tan contundente respuesta.

-¿Pero porque viejo?- con una voz confundida y algo triste la mujer le preguntaba al hombre.

-Pues… pues… porque me tienes que preparar de comer, así que te quedas para prepararme algo rico en lo que yo los llevo- el viejo en un principio no sabía que pretexto poner, pero al escuchar sus tripas gruñir rápidamente supo lo que tenía que decir. Sabía que su tonta mujer le creería y aceptaría.

-Tienes razón viejo- Doña Carmen recordando como se había puesto hace rato, prefirió no tentar más su suerte. Al final más ocasiones tendrían para ir dar la vuelta en el taxi, eran las ideas que tenía la mujer. -Bueno mija, súbanse y me mandas mensaje cuando lleguen, por favor- la mujer acercándose a Samantha le daba un cálido beso en la mejilla mientras a Daniel le daba otro.

Samantha le respondió que lo haría y sin más, se metió con su hijo en la parte trasera del coche. Erasmo diciéndole unas ultimas cosas a su mujer también procedió a meterse al taxi y se marcharon mientras por la ventana sacaba su mano en forma despedirse de Doña Carmen la cual les aventaba una persignada.

Samantha dejando de mirar por la ventana y regresando la vista hacia dentro de aquel viejo coche, veía la decoración. En primera podía sentir como un resorte del asiento impactaba contra su nalga haciéndole ir incomoda, pero al ver que su hijo iba con los audífonos puestos, ya no quiso molestarlo diciéndole que se moviera un poco para así evitar esa incomodidad, al final no sería un viaje largo. Dirigiendo su mirada hacia los asientos de adelante, podia ver que dichos asientos llevaban una funda amarilla muy percudida, pero en el centro se veía un escudo del América al igual que en el espejo retrovisor veía un águila de peluche colgada con el uniforme del América. Sin darse cuenta miro por el espejo y vio como los ojos del viejo también la miraban, rápidamente giro su mirada de nueva cuenta hacia la ventana mientras sus mejillas se ponían levemente coloradas. Pasaron unos minutos en los que el interior del carro continuaba en silencio tan solo la radio rompía con ese silencio sepulcral y es que el viejo había decidido tomar la ruta más larga para poder tener más tiempo con esa diosa, pero desde que habían salido de la casa no había dicho ni una palabra. La casada iba mirando las pocas luces que habia en las calles cuando pudo escuchar en la radio una canción que se le hizo familiar, ´cuando te vere otra vez, mi vida cuandooo´.

-Son las noches imposibles soñándoteee- Samantha sin darse cuenta comenzó a cantarla en voz baja y es que esa canción era una de sus favoritas. El viejo que iba atento a todo lo que hacía o decía ella, no perdió la oportunidad.

-Ven, ven mi amooor, ven alegrar mi vida- berreaba el viejo ya que a eso no se le podía decir canto. Mirando por el retrovisor veía que Samantha sorprendida lo miraba también. -Esta buena esa rola, ¿no?- subiéndole el volumen a la radio volvía a mirar a la casada por el retrovisor esperando una respuesta.

-si- en un tono muy bajo y mirándolo por el retrovisor le respondía la casada. Y es que tal acción le pareció vergonzosa, pero a la vez divertida. Le recordaba cuando era mucho más joven y veía a su madre y padre cantándose esa canción. Había intentado replicar esa escena con Roberto, pero a él no le gustaba esa música así que nunca le siguió la corriente.

-Mamá, ¿ya mero llegamos?- Daniel quitándose los audífonos y apagando su celular volteaba a verla.

-Ya mero llegamos chamaco- Erasmo en un tono seco le respondía al escuincle. Y es que apenas sentía que iba a poder platicar con su ninfa, pero todo se había arruinado por culpa de Daniel.

Después de un par de minutos mientras Daniel le contaba unas tonterías sobre su videojuego a su madre que tanto ella como Erasmo no entendían, llegaron por fin a la casa.

Daniel rápidamente quitándole las llaves a su madre de la mano, bajo del auto y se fue abrir la puerta. Mientras que Erasmo también con reflejos felinos nunca antes vistos y sintiendo como le tronaban unos huesos de la espalda por el movimiento tan brusco, bajo del carro para abrirle la puerta a tan hermosa dama. En su día a día jamás se bajaba a abrirle la puerta nadie, ni, aunque se tratara de una pobre anciana que apenas se podía mover, es más, con ellas era más grosero y casi las hacia bajar con el taxi en movimiento, pero con Samantha era todo lo contrario.

Samantha sorprendida veía tal detalle y como el viejo le daba la mano para que se apoyara de ahí para salir. Era como ver cuando el guapo príncipe le ayudaba a bajar a la hermosa princesa del lujoso carruaje, solo que aquí lo único que había era una hermosa y bien proporcionada princesa ya que el viejo si parecía príncipe pero aun convertido en sapo y al carruaje parecía que ya le habían dado las 12 y se había convertido en calabaza.

La mujer agradeciendo el detalle lo acepto y es que también el asiento estaba muy sumido que se le dificultaría el salir por su propia cuenta de ahí.

-Sana y salva en tu casa, Samantha- diciendo eso, el viejo le propinaba un beso en su mano.

-Gra…gracias- Samantha tartamudeando le respondía y es que no se esperaba tal accion que la hizo ruborizar.

-Para nada, el placer fue snaf todo mio, hermosa- el hombre acercando su boca a su oreja le decía eso mientras daba una fuerte respiración al aroma que emanaba su cabello.

Samantha sintió que los calzones se le bajaban con tal atrevimiento del viejo. Sintió unas ricas punzadas en su vientre y con ello un calorcito en su vagina. Si hubiera alguien afuera, creyeran que se trataba de una pareja y es que la forma en que el viejo tenía cerca su cara a la de ella, daba la impresión de que se estaban besando.

-N… nos vemos- la casada rápidamente se separó del viejo y sin más subió las escaleras que daban a la banqueta, regalándole involuntariamente una rico meno de sus nalgas. Cuando llego a la puerta de su casa giro su rostro, con una tímida sonrisa y moviendo su mano en señal de despedida se metió a su casa.

-Ay Samantita, vas a ser mía ya lo veras. Te ves muy decente, pero se te nota que eres una conejona jejeje- el viejo sobándose el bulto en sus pantalones miraba a la puerta con una sonrisa para después subirse a su taxi y marcharse por aquella oscura calle.

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