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Una pareja me invita

Yo había estado varias veces en fiestas, estrenos, exposiciones en las que esa pareja brillaba de una luz particular. Me había fijado en la chica, tenía un cuerpo hermoso y una mirada que despertaba mi curiosidad. Me había costado establecer un contacto visual prolongado, un diálogo sin palabras, una invitación a alguna intimidad. Finalmente, un par de veces nuestras miradas se encontraron y sentí que sin rechazo ni invitación se había establecido un espacio entre los dos. Aún me faltaba la clave para poder romper la barrera que desde su presencia luminosa, ella imponía a su alrededor.

Un día, en casa de unos amigos, excompañeros de la universidad, conocí al hombre que siempre la acompañaba. Ella no estaba presente ese día, era una reunión de hombres y pese a la impresión que ella me había causado, la incomodidad de mi curiosidad por ella y del deseo culpable que había experimentado, me sentí muy cómodo con su pareja. Pronto me encontré en una discusión muy apasionada en la cual resultó que mi aliado más entusiasta era el compañero de aquella mujer. Como suele suceder durante esas veladas masculinas, el tema de las mujeres cae sobre el tapete en algún momento. Por lo general, termino peleando por la hipocresía y el machismo de mis amigos. Nunca les conceden a las mujeres la posibilidad de ser libres y creativas y se confinan en el laberinto de una sexualidad pobre impregnada de tabúes religiosos por más libres pensadores que creen ser. Al descubrir la inteligencia y complicidad intelectual con Diego, ese resultó ser su nombre, experimenté una nueva fuente de interés hacia ella. Compartíamos muchas afinidades artísticas y actitudes ante la vida que finalmente me remitieron a mi intuición acerca de esa mujer.

Aún no sabía mayor cosa de ellos, en ningún momento ella había sido mencionada, ni siquiera conocía su nombre. Su imagen estaba presente en mi mente y mientras se fortalecía mi amistad con Diego, crecía mi curiosidad hacia ella.

Ya bien avanzada la noche, después de haber establecido una confianza y una complicidad rebelde y compartido una común alergia a los prejuicios y la estrecha visión del mundo de esta aldea, Diego me invitó a seguir conversando en su casa. Acepté, animado por el entusiasmo de nuestra imprevista alianza y con la secreta esperanza de acercarme a esa misteriosa mujer.

Me monté a su carro, sin otra agenda que la de seguir compartiendo con mi nuevo amigo.

Cuando llegamos a su casa, nos acomodamos en una sala llena de cuadros y afiches, bibliotecas llenas de libros que definían un refugio de inteligencia y estética. Me sirvió un trago de un whisky añejo desde una botella sin etiqueta y se disculpó para desaparecer un momento hacia el interior de la casa.

Me levanté y empecé a recorrer la biblioteca, descubriendo una afinidad en los autores y las ediciones que llenaban los anaqueles. De pronto, me encontré con unos álbumes de fotos que por la demora del regreso de Diego me atreví a hojear. Allí fue donde me di cuenta de que aquella mujer formaba parte de la vida de Diego. Aparecía en muchas fotos. Hojeé varios álbumes hasta que me encontré uno con fotos de ella desnuda o con ropa interior muy sugestiva en poses provocativas que claramente eran parte de una colección muy íntima y de carácter sexual. Me sentía un tanto culpable de haber invadido esa intimidad cuando Diego regresó a la sala.

Me dijo que quería presentarme su mujer, que pronto se uniría a nosotros. Su nombre era Ofelia. Me dijo que seguramente la recordaba, porque ella tenía muy claro quién era yo, que me había notado varias veces en el pasado. Me sorprendí y me alegré de haber interpretado correctamente nuestros intercambios de miradas.

De pronto Diego dirigió la conversación hacia temas dónde habíamos coincididos durante la velada, sobre todo los temas de libertad sexual, su conclusión era que yo a la diferencia de los otros amigos tenía una mente abierta.

Me preguntó si me parecía que su mujer era guapa. Pensé que me había visto mirar las fotos. Le contesté que me parecía muy guapa pero que apenas la había visto unas pocas veces. Me aseguró con una larga carcajada de que yo no tenía idea de lo guapa que era en realidad. Un tanto confundido por ese repentino tono que tomaba la conversación, le seguí la corriente hasta que ella entró a la sala.

Su presencia iluminó la sala inmediatamente. Andaba una bata de noche, una especie de Kimono que cubría alguna ropa de dormir negra. Supuse que Diego la había despertado y sacada de la cama, pero ella actuaba de manera muy natural. Tenía una copa de vino en una mano y un cigarro en la otra. Estaba descalza y me gustaron sus pies. Se dirigió hacia mí, y me dio la bienvenida con una sonrisa muy natural, me dio un beso y se sentó a la par mía.

Tomamos varios tragos, conversamos de varios temas pero sentía que Diego dirigía la conversación hacia temas cada vez más íntimos.

De pronto, Diego se levantó, tomó su teléfono y se alejó para sacarnos una foto. Dijo que quería guardar un recuerdo de esta nueva amistad.

Tomó varias fotos y le pedí que me las enseñara. Él no parecía escuchar mi solicitud y seguía sacando fotos. Al rato me pidió mi número de teléfono para mandarme las mejores por whatsapp. Se lo di y me empezaron a llegar las fotos. Cuando empecé a mirarlas, me di cuenta que ella había posado con las piernas abiertas y que tenía el sexo abierto, sin calzones. No me había dado cuenta de nada ya que estaba sentada a la par mía y que yo inocentemente sólo había estado mirando a la cámara.

Me percaté que Ofelia descubría las fotos al mismo tiempo. Se había acercado a mí y había puesto una mano sobre mi hombro. Su rostro estaba muy cerca del mío. La miré, un poco confundido, ella me preguntó: “Te gustan las fotos” con una sonrisa alimentada por mi sorpresa.

Ante mi incomodidad, Diego me preguntó si me sentía incómodo por la situación. Aunque estaba muy excitado por los acontecimientos necesitaba entender la dinámica entre ellos. Me preguntó si me gustaba su mujer y si me gustaría hacer el amor con ella. Aunque ya había sentido que la situación estaba muy cargada, su pregunta no fue del todo una sorpresa y le dije que me encantaría.

Entonces él empezó a dirigir la escena. Me preguntaba si era un ritual muy establecido entre ellos, no sabía si lo habían hecho muchas veces antes. Tenía la curiosidad de saber qué era lo que ella quería.

Entendí que él iba a ofrecerme a Ofelia, bajo sus términos y las reglas que ella había aceptado.

De pronto se acercó a ella y le susurró algo en la oreja. Ofelia se levantó y salió de la sala sin decir nada.

Me sentí confundido. Esperaba alguna explicación acerca de la salida de Ofelia. Lo había visto hablarle en el oído y supuse que le había pedido algo y que seguramente regresaría.

Diego me sirvió otro trago y me dijo que sentía mucha confianza conmigo, que ellos no acostumbraban hacer esa clase de cosas. Habían tenido experiencias pero nunca de esa forma. Me reveló que yo era un prospecto. Me habían detectado, estudiado, evaluado. Descubrí que tenía una reputación y era buena.

Finalmente Ofelia regresó. Ya no llevaba el kimono, vestía solamente un “babydoll” negro muy transparente que revelaba un cuerpo perfecto. La transparencia de su vestido revelaba unos senos hermosos, una piel dulce y cobriza que invitaba a mis caricias. Sus pies descalzos sumaban una frágil intimidad a su aparición.

Diego dijo: “Ofelia tenés que ocuparte de la verga de nuestro invitado.”

La orden me tomó de sorpresa, el efecto fue inmediato, mi cuerpo contestó solo: empezó una erección.

Su mano ya estaba abriendo mi pantalón y liberaba mi sexo mirándome a los ojos. Empezó apretar mi sexo y mover su mano de arriba abajo sin quitar la mirada.

Diego muy excitado la alentaba. Comentaba el espectáculo que dirigía.

-¿Viste que picha más grande? ¿Viste cómo la tiene bien dura?

Le ordenó que me chupara, ella abrió su boca, sin quitarme la mirada y tragó mi pene con su boca llena de saliva.

Era la primera vez que me pasaba algo así. Confieso que siempre había soñado encontrarme en esta situación y descubría una sensación de placer totalmente inadvertida e intensa. Diego sentado frente a nosotros se masturbaba viendo a Ofelia tragándose mi pene con una deliciosa ferocidad. Con su mano libre Ofelia frotaba su sexo y retorcía sus preciosas nalgas, que erguía en espasmos acompañando su movimiento con gemidos de placer.

Me deleitaba con ver mi sexo entrar y salir de su boca hambrienta, sentía el placer que le provocaba chuparme delante de su pareja. Mi mirada se sentía atraída por momentos hacia Diego. No había presenciado antes a un hombre masturbarse delante de mí. Yo miraba su verga crecer, veía su glande rosado salir por intermitencia de su prepucio y descubría algo nunca visto ya que soy circuncidado.

Ofelia se dio cuenta que estaba a punto de eyacular y retiró mi sexo erguido y brillante al salir de su boca. Me miraba a los ojos y pasó su lengua por el borde de sus labios, seguía frotando su clítoris y su cuerpo temblaba, se estremecía.

Diego me tendió un preservativo y me dijo: “Está lista, tenés que penetrarla ahora.”

Ofelia se desnudó por completo y acostó de espaldas sobre ese inmenso sofá blanco. Seguía apretando mi sexo en su mano, abrió sus piernas invitándome a adentrarme en su sexo abierto y húmedo.

Diego se había acercado y acariciaba un seno de Ofelia pellizcándole el pezón. Mientras tanto luchaba con el preservativo para poder penetrar esa concha. Entré muy suavemente y sentí una energía que se liberaba en el cuerpo de Ofelia, un largo estremecimiento. Ella había atrapado el sexo de Diego y empezaba a chuparlo con el mismo frenesí con que había atendido el mío.

Yo estaba en el cielo. La visión de esta mujer con nuestros dos sexos penetrándola era una revelación estética absoluta de placer compartido. Tal era mi excitación que no pude aguantarme por mucho tiempo. Cuando sentí estallar mi orgasmo, se multiplicó al ver el semen estallar por el sexo de Diego y cubrir el rostro de Ofelia que pronto se unió a nuestros con unos profundos gemidos.

Una inmensa paz se impuso en la sala, se parecía a la felicidad de la inocencia.

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