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Y fui profesional: Mi graduación de puta

Mi esposo había sido cambiado de sede, para nuestra alegría lo mandaron a Rio de Janeiro. Y comenzamos a explorar la ciudad. En algún momento unos amigos lo invitaron a un local pecaminoso muy céntrico, en Copacabana, en el Beco das Garrafas, una parte bohemia muy conocida. Lo que me conto después me dejo con ardor en la concha. No dije nada y esperé.

Algún tiempito después, salimos a festejar algo a un buen restaurant muy cerca de aquella boite, comimos y bebimos de primera. Al final, medio borrachita, me sugirió ir a la boite, acepté sin reparos. Estaba a unas dos cuadras, por lo que fuimos a pie, contentos. Al llegar, me encontré en un local típico, en penumbra clara, lleno de gente diversa. Nos sentamos y ordenamos unas cervezas, cuando se me comenzó a pasar la borrachera me sorprendió lo que vi: muchachas con muy poca ropa, claramente putas, circulando y aquí y allí, parejas cogiendo o mamando, sin ningún recato o pudor. Sentadas estaban bastante mujeres, algunas claramente huilas y otras no, casi todas desnudas o semidesnudas.

Mi marido después de algunos momentos comenzó a meterme la mano, subiéndome el vestido y acariciando las piernas y el coño. Por arriba me bajó los tirantes descubriendo los pechos.

Notamos que dos jóvenes sentados junto a mí ya estaban muy atentos, fijos a mis piernas y chiches.

Para que me acariciara mejor, me puse de frente e mi marido, que calmamente me chupaba los pezones y me bajó la falda y los calzoncitos, dejándome encuerada a la vista de todos. Yo ya estaba ardiendo y queriendo verga, no me importaba como estaba.

Me dijo: Mámame… de inmediato me senté junto e inclinada de lado me bajé a chupar su palo. Mas tardé en quedar así que uno de los vecinos, me clavo su pija, la sentí y empecé a mover el cabús siguiendo el ritmo y sin soltar el palo; el pendejo terminó rápido y de inmediato se puso junto el otro para también chingarme sabroso, y se fueron. Mi marido me llenó de leche y nos sentamos a descansar.

—Muy interesante. Te jodieron dos cabrones escuincles ¿Te gusto?

—Si, fue diferente y estuvo muy bueno, es chistoso que no me siento incómoda encuerada y cogiendo en público. Creo que te casaste con una puta.

—Siii… Una putita linda y cachonda…

Regresamos muchas veces, cada vez más a gusto, ya no había problema en ser como las huilitas del lugar, y no era la única aficionada, éramos varias, y todas bien busconas.

Ya habituados con los lugares, llegando una noche vimos en la calle un joven invitando mujeres a trabajar en otra de las boites. Me subió la falda a casi los calzones y me sugirió que me le acercara.

-¡Hola! ¿Estás buscando mujeres?

-sí, examinándome sin recato. Vio una buscona, y me llevó a otra de las boites de la calle. Adentro, el gerente me indicó un cliente y me senté. Vino la platiquita pendeja de costumbre ya acariciándome las piernas. Pero solo quería beber, y no pasamos a más. Fue parecido con otros dos

Algo después entro mi marido, que viendo ese ambiente, me llamó a su mesa como cliente, a esa nos salimos. Como ensayo, había sido suficiente.

Después de un tiempo, circulaba en la primer boite que conocimos vistiendo solo una blusita abierta y unas pantis chiquitas, cuando mi marido me dijo:

—Que te parecería venir como profesional

—¿Yo…?

—Sí, ya sabes muy bien como es, y sabemos que es muy seguro.

—Bueno… está bien… lo hago (difícil la niña)

Y me acerqué al gerente, que después de oírme, me examinó y me aceptó para cualquier otro día, tendría que llegar a las 8 y esperar la clientela que acostumbraba llegar a partir de las 10.

Esos días estuvimos expectantes y un poco inquietos, mas como excitados. Me preparé vistiendo un vestidito leve, fácil de quitar, una panti chiquita sencilla y zapatos.

Conforme había indicado el gerente, llegamos a tiempo, mi marido se quedó en un bar cercano y entré a la boite. Poco a poco llegaron las otras putingas, sentándonos por ahí, la mayoría se conocían y platicaban. A mí me ignoraron seguramente por ser nueva.

A la hora comenzaron a llegar los clientes, como de costumbre se sentaban y pedían alguna bebida. Algo más tarde algunos llamaron a alguna de las golfas. Cuando entró mi marido, esperé unos minutos y me le acerqué con la fórmula habitual.

—¡Hola! ¿Solo? ¿Quieres compañía?

—No gracias, al rato. Y en voz baja: ¿cómo te sientes? Si quieres salir nos vamos en seguida. ¿Quieres quedarte aquí conmigo?

—No, respondió, vamos a esperar un poco, hay poca clientela…

Con eso volví a mi lugar y vi que nadie se le acercó, era claro que no quería compañía. Algo más tarde lo vi dirigirse al baño, y poco después salió platicando animadamente con un hombre robusto. Y se fueron a sentar a la mesa del desconocido.

El hombre ya tenía junta una rubia oxigenada, pero le dijo a mi marido que quería otra, que a esa ya se la había cachado. Mi marido, le respondió, vamos a llamar otra, yo me culeo a ésta, y dirigiéndose a un mesero le pidió que me llamara (tráeme aquella bajita del vestido blanco), yo estaba distraída cuando el mesero me dijo; te llaman de aquella mesa. Fui de inmediato, mi marido ya estaba con la güera junto acariciándola, lo que significaba que debería de ir con el otro.

No dudé y me senté junto con el saludo de costumbre, sin dudar, el cabrón comenzó a manosearme, poco después ya no tenía el vestido y me chupaba los pezones.

Vi que mi marido se estaba cogiendo a la rubia. Y poco después mi cliente me sentó, poniéndome el garrote en la boca, lo mamé obedientemente. Era una muy buena reata, grande y gruesa, que supe meterme casi hasta el fondo.

Después me quité los pantis e inclinada sobre el banco me metió la chaira por el coño, hasta el fondo, como era gruesa me hizo venirme. Antes de completar, se sentó y me echo otro polvo sentada sobre él. Estaba siendo una muy buena piruja chupa pijas. Descansamos un poco.

Éramos el centro de atención de todo el putero, tanto las busconas como otros clientes estaban viendo un buen show, y lo estaban apreciando.

Después de otros minutos, nuevamente inclinada me puso a chuparle el palote, estando así, mi marido vino por atrás y me enculó. Cuando terminamos, el cliente me sentó en las piernas y me dijo en voz alta:

—¡Pero que hija de puta! ¡Que puta eres!

—Sí, soy muy puta, y de las buenas

Divertida, le sonreí a mi maridito. Poco después nos sentamos un poco retirados del grupo, me vestí y salimos como si me estuviera llevando a un motel… riendo y muy contentos

—¡Que putota cabrona fuiste amor!

—¿Si, ¿verdad? ¿Fui muy puta? ¿Así me querías ver?

—Siii

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